Luis Linares Zapata
H
ace poco tiempo, una alineada troupe de panistas cupulares apareció ante la prensa, los micrófonos y las cámaras televisivas. Llenos de valor cívico y desprovistos de prejuicios, al menos eso dijeron creer, adelantaron los pormenores de su radical (así catalogada por la crítica orgánica) reforma energética. Como un dato curioso, habría que decir que ninguno de esos personajes ha sido capaz de ganar alguna posición mediante el voto popular. Todos han conseguido encaramarse a la sombra de negociaciones burocráticas en el interior de su partido. Pero son, qué duda, la flor y nata de la militancia de ese ralo organismo partidista. La calle, a todos ellos, les queda muy lejos, la ven y sienten peligrosa, y los que por ella marchan en protesta son unos escandalosos a los que hay necesidad de ignorar.
En aras del cambio y la transformación, proponen modificar varios artículos constitucionales, esos pocos que son la sustancia del acuerdo nacional: el 25, el 27 y el 28. Nada menos que esos cruciales artículos aunque, hay que decirlo, por lo visto se quedaron cortos en su enjundia transformadora. Bien podrían ir más al fondo. Por ejemplo: proponer la bursatilización del capital total de la empresa petrolera. La justificación es sencilla, libre de mitos y fantasías: la modernización salvadora. Para ello habría que proceder, antes, a unos ajustes por aquí y otros por allá. El primero sería eliminar, de tajo, el castigo fiscal al que se sujetan los ingresos y las utilidades de la compañía. En lugar del 70 por ciento de sus ingresos que ahora se le confiscan, bajarle al 30 por ciento de las utilidades, tal como se tasan, en teoría, en cualquiera otra empresa privada. Además, se debería, por equidad respecto a la competencia, permitir las deducciones que todos los grandes conglomerados, nacionales e internacionales de su estirpe, llevan a cabo.
Se concluiría así parte medular de la reforma, ésta sí estructural. Se pondría sobre los rieles de la eficiencia a un Petróleos Mexicanos (Pemex) hasta ahora protegido. Los panistas debían entonces, siguiendo su enjundia privatizadora, esperar la misma tolerancia fiscal para el nuevo Pemex ya redimido por el capital. Con una buena contabilidad creativa se terminaría por pagar, a las arcas públicas, algo así como un 5 o 7 por ciento de las efectivas utilidades. Hay que decir que estos, y hasta menos aún, son los porcentajes que terminan por tributar empresas como Exxon o Chevron y las demás petroleras estadunidenses, modelos de la eficiencia productiva, según los teóricos de la energía institucionalizada.
El segundo paso de la reforma panista de fondo debería consistir en catalogar los enormes pasivos de Pemex como deuda pública. Serían, entonces, los contribuyentes los que se harían cargo de ellos. Ya se hizo tal traslado en la quiebra financiera bancaria (Fobaproa). La revisión del contrato colectivo se impondría a continuación. Habría que recomendar la liquidación de todo el personal de Pemex conforme a las prestaciones ya pactadas (a lo mejor con ciertos recortes) y volver a recontratar sólo a aquellos trabajadores indispensables para la continuidad. El costo de tal operación, junto con las gravosas pensiones, se cargaría, también, a la cuenta de los contribuyentes. Muchas aseguradoras privadas entrarían a la disputa por manejar tales fondos. Total, ya casi todas las pensiones se administran por las dichosas Afores.
La operación bursátil por sortear podría llegar a ser la mayor del mundo (con el orgullo inherente de panistas y la nube privatista que los acompaña). El total de la transacción bien podría alcanzar los 200 mil millones de dólares (2.6 billones de pesos). Recursos que entrarían, frescos y sonantes, a las arcas del país. Con ellos se mitigarían los pasivos (de Pidiregas y laborales mencionados) de Pemex antes transferidos al erario. Se superaría, con creces, la colocación de bolsa que hizo Brasil con Petrobras, que sólo alcanzó los 75 mmdd. Claro está que los panistas renovadores deberían empezar por explicar dónde quedaron los 8 billones (millones de millones) de pesos que, en su docena de años en el poder, recibieron sólo como excedentes petroleros. Los priístas que, alborotados por el festín, les seguirían el paso dando cuentas, aunque sea a su nebulosa manera, de lo que hicieron con los otros 6 billones que, dicen, administraron en sus pasados sexenios.
No se trataría de retomar la senda nacionalista por la que Lula optó al ser informado de que 65 por ciento de la renta petrolera brasileña se quedaba en Wall Street. No, ese no sería obstáculo para nuestros aguerridos panistas privatizadores. En México se aguantarían, a pie firme y sin tambaleos, los efectos de tan profunda modernización. Tal como se ha hecho con la producción eléctrica privada en la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Claro, habría un pequeño sobreprecio adicional en las cuentas de cada quien, pero sería llevadero. El clamor surgido de la calle, como ha sido respecto al costo de la electricidad, habría que aguantarlo como una molesta necedad de ignorantes. Tampoco les importaría saber que, como en el caso de las cerveceras, ya no sería una empresa mexicana la que conquistara mercados externos. El orgullo de privatizar Pemex sería similar al que se interioriza con la banca, aunque se tenga que pagar altos intereses. Poco escozor les causará a los mexicanos saber de la repatriación de los miles de millones en utilidades a sus matrices cada año: total, son las legales utilidades que acarrean las inversiones. Los mexicanos desean, según esa claque de panistas, apechugar elevados costos con tal de transitar por carreteras y segundos pisos concesionados a empresas extranjeras (OHL). Las creen, con firmeza fundamental y santurrona, solidarias con el esfuerzo nacional. Trasladar a sus matrices, mediante creativa contabilidad, sus masivas utilidades libres de impuestos, es, según afirman los privatizadores, obligación sacrosanta de un eficaz administrador: así se escriben las reglas del juego.
En fin, que hay todavía tela de donde cortar y la dupla formada por panistas entreguistas y priístas que sí saben qué hacer con los bienes nacionales será imbatible en las cámaras.
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