mados por Michoacán
Persistente en su crítica, los dirigentes del movimiento, que no las bases, lo fueron dejando solo
José Manuel Mireles Valderde durante un encuentro con estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el pasado 29 de mayoFoto María Meléndrez Parada
Arturo Cano
Periódico La Jornada
Sábado 28 de junio de 2014, p. 7
Sábado 28 de junio de 2014, p. 7
Nieto de un bracero, hijo de migrantes, migrante él mismo, José Manuel Mireles Valverde es la figura emblemática de las autodefensas michoacanas por todos los costados. Su aprehensión es el golpe como su lanzamiento al estrellato fue la sobadita del mismo gobierno.
Usted sale igual que yo en los medios, nomás que yo les pago y usted no, lo saludó, queriendo ganárselo, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, a finales del año pasado.
Apapachado y maltratado por las más altas autoridades del país, es el espejo de la relación del gobierno federal con un movimiento que alentó –si no es que diseñó– y después quiso
controlar.
El líder de autodefensas ha sido recibido por algunas de las más altas autoridades del gobierno que ahora lo encarcelan; ha sido custodiado por policías y soldados, y el gobierno le dio (y luego le quitó) una camioneta blindada.
Hace unos meses voló a la ciudad de México para reunirse con el director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
Nomás me quería regañar; le dije que lo hubiera hecho por teléfono. A su regreso de ese viaje fue que sufrió el accidente que casi le cuesta la vida.
Ahora, persistente el médico en su crítica al comisionado (Alfredo Castillo) y empeñado en hablar al tú por tú al Presidente de la República, colmó el plato de un gobierno que lo detiene mientras permite que otros armados circulen por los caminos de Michoacán.
Mireles ha sido una piedra en el zapato desde que, convaleciente, declaró que el acuerdo entre las autodefensas y el gobierno era
una farsa. Eso le costó que le retiraran la protección oficial cuando convalecía en la casa de su amiga Talía Vázquez en la ciudad de México.
Siguió en su línea crítica y los principales líderes de las autodefensas de Tierra Caliente, que no las bases, lo fueron dejando solo.
El comisionado Castillo hizo que lo destituyeran como vocero, aunque no logró siquiera que los presentes en la reunión firmaran la carta donde lo declaraban loco.
Mireles iba y venía de Estados Unidos desde que tenía 12 años. Estudiaba aquí y pasaba allá las vacaciones, trabajando. Ingresó a la Escuela Médico Militar, pero se tituló en la Universidad Michoacana porque no pudo con la disciplina castrense. En la Autónoma de Guadalajara hizo la especialidad y combinó muchas veces la consulta privada con diversos cargos en hospitales y dependencias públicas.
Tuvo, entre otros cargos, el de subdirector del Hospital General en Morelia, jefe de regulación sanitaria (federal) en Uruapan.
Su pausa migratoria, ya casado y con familia, fue larga: de 1998 a 2007.
Vivió, como un tercio de los de Tepalcatepec (400 familias), en Modesto, California, donde trabajó en la Cruz Roja; primero como traductor y luego como encargado de los programas hispanos.
A su regreso a México –porque los hijos se vinieron a estudiar acá– estudió ultrasonografía en el Hospital de la Mujer. Estaba por terminar su carrera de médico cirujano en su natal Tepalcatepec, pues había sido adscrito al hospital local cuando surgieron las autodefensas a las que él, contra la creencia general, no se sumó desde el primer día.
Migrante, médico y político
Además de migrante y médico, Mireles ha sido siempre un político. En 1986, como miembro de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), buscó y ganó la candidatura del tricolor a la alcaldía de su pueblo. Se la quitaron en el PRI nacional con el argumento de que era para el sector campesino.
En EU hizo política en la comunidad michoacana. Estuvo en la lista para relevar al primer diputado migrante, el académico Jesús Martínez Saldaña, pero se quedó en la raya. Como premio de consolación, el PRD lo inscribió en la lista de aspirantes al Senado, pero en un lugar simbólico.
Años más tarde se enteró por un anuncio en el periódico de que un nuevo partido ofrecía candidaturas, y fue abanderado a diputado federal por Alternativa Socialdemócrata,
sin ala campesina, por el distrito de Coalcomán.
Durante la administración del perredista Leonel Godoy fue asesor
en asuntos internacionales del gobierno del estado, adscrito a la Secretaría de Salud.
El líder de autodefensas cerró sus incursiones electorales después de su experiencia socialdemócrata, aunque en sus giras recientes siempre insistía ante sus oyentes sobre la gran oportunidad que significaban las candidaturas independientes.
En una larga entrevista sobre su vida, Mireles contó que creció en un pueblo seco con agricultura de temporal, pero que todo cambió
después de la construcción de la presa José María Morelos. De ser una región temporalera, ahora hay compañeros que le dan hasta tres ciclos a sus tierras. Los más flojitos nos pusimos a poner mangos. Otros más flojos todavía, mejor se las rentaron a los cañeros; rentas muy tontas, porque les dejaron las tierras por 10 años. Cuando aquí una persona que sí quiere trabajar el campo le mete los dos meses que se necesitan al melón, la sandía o el pepino, y todo eso es de exportación, saca más dinero.
La presa fue bendición y también desgracia:
Eso lo vio gente sin escrúpulos, y es la que vino a fastidiarnos la vida durante más de 12 años.
Durante más de una década, los habitantes de Tepalcatepec fueron víctimas de grupos criminales que se sucedieron en el control de la plaza, como dice la jerga narcaque hemos adoptado.
No porque la gente de la región fuera, como lo ha demostrado en estos años, presa de la abulia o la indiferencia.
Hablaba Mireles: “Todas las escuelas que hay aquí existen porque las hizo la gente de aquí. La prepa grande y la anexa a la universidad, las dos. Es más, la secundaria fue por iniciativa de los que terminábamos la primaria y no teníamos nada más que hacer. En ese entonces, Apatzingán nos quedaba a siete horas de aquí. Los maestros de la primaria se prestaron a enseñarnos, a darnos clases de secundaria, sin tener dónde; las clases de apicultura eran aquí en mi casa”.
Recordaba Mireles hasta los nombres de sus maestros. Malagón, por ejemplo, que daba clases de inglés, aunque
su única virtud era haber ido un día a Texas a ver una obra de teatro.
Cuando vino el auge algodonero, un señor llamado Carlos Andrade nos regaló toda la cosecha de 10 hectáreas de algodón para que hiciéramos la escuela. En tres días cosechamos todo. Fui el primer bibliotecario. Empecé a leer, a agarrar el vicio de la lectura, los clásicos, y eso me abrió muchas ventanas al conocimiento.
Mireles se decidió por la medicina por una razón práctica: su conejo fue el único que sobrevivió al bisturí de la clase de biología.
Más que al conejo, Mireles recordaba a los maestros recién graduados de Chapingo que llegaron a la secundaria:
Traían toda su ciencia para enseñarnos a nosotros; eran muy jóvenes todos.
Un día llegó el maestro Pancho Reyes y les dijo a los muchachitos, hijos de agricultores:
Hoy vamos a comenzar con las clases de tractor.
Ellos respondieron:
¿Y qué quiere que le enseñemos?
Más o menos lo que las autodefensas vienen diciendo al gobierno desde hace un rato.
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