Bernardo Bátiz V.
L
os ejecutores del atropello, del despojo, de la traición, quisieran que todo el proceso de aprobación de las leyes secundarias en materia de hidrocarburos y de electricidad, pasaran rápido, sin testigos y a espaldas de todo debate que los exhiba ante el pueblo al que no representan y frente al cual quisieran ser invisibles.
Pretenden esconderse de todo, incluida su conciencia, los que la tengan, a la que les gustaría acallar; les urge pasar a otra cosa, pensar en algo distinto, por eso Gamboa Patrón declaró con desenfado, a espaldas de lo que dispone el derecho parlamentario, que no importa sí se viola la ley interna del Congreso, lo que le interesa es apresurar el trago amargo, por eso mismo, los panistas no participan en los debates sobre el procedimiento y por eso dejaron solos a los diputados de izquierda, (algunos arrepentidos de su complicidad inicial) sin contestar sus argumentos, sin involucrarse en dar sus propias razones y sin explicar su conducta que por ser pública, debiera de estar justificada con transparencia.
La realidad que los incomoda es que están cumpliendo una encomienda, pero no de sus votantes, se trata de la que les llegó por la vía del Pacto por México, ese compromiso inexplicable y nunca claro que firmaron sus dirigentes a espaldas de la mayoría de los legisladores, están poniendo en riesgo la soberanía nacional al entregar áreas estratégicas de la economía a intereses particulares, porque así se los indican y no por propia decisión y saben que el resultado de sus acciones debe quedar escondido, como hacen los gatos, que entierran lo que expelen, para que nadie ni ellos mismos lo tengan a la vista; actúan con cinismo, que revela el nerviosismo e inquietud interna, por que en el fondo saben el crimen histórico que están cometiendo. Detrás de los rostros tensos, pálidos, con casi imperceptibles tics, de Penchyna, de los panistas, de Gamboa, está muy adentro la pesada verdad, el duro reconocimiento no confesado, de que están traicionando a su pueblo, al que siempre han menospreciado, minimizado y eludido, pero que ahora se les aparece bruscamente en la redes sociales, en la voz valiente y clara de la Senadora Layda Sansores, en los razonamientos de Manuel Bartlett, de Alejandro Encinas, de Dolores Padierna y otros legisladores, también en el grito de los muchachos en la calle, y en la indignación sorda de muchos más que van poco a poco comprendiendo el atraco de que somos víctimas.
Esos ejecutores, operadores políticos, seguramente se enteran en los resúmenes informativos que les entregan día a día sus equipos de prensa, de los cartones de los moneros agudos y punzantes; han de leer los artículos o los resúmenes que les preparan, en los que les reclaman su proceder; seguramente conocen las opiniones de académicos, de expertos, de viejos petroleros ahora excluidos de Pemex para dejar el campo libre y de intelectuales, artistas y pueblo en general y saben que no está bien lo que hacen, que están perjudicando a una nación entera, comprometiendo su futuro, engañando con el futbol, con las corbatas verdes, con el discurso ramplón y la filosofía barata del voluntarismo. Están jugando con fuego. La historia, sin embargo, registra todo; por muy oculto que quieran hacer las cosas, por escondido y apresurado que quieran llevar el proceso, para que la mayoría no se percate bien de lo que está en juego, todo queda registrado.
Incidentes como el acontecido en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, como los actos violentos en la marcha que recuerdan el fatídico Jueves de Corpus son reprobables, pero también se explican; son un llamado de atención; sí se cierran las puertas, si se abruma la protesta encapsulándola en las calles entre escudos de policía y en los medios con un escudo de pantallas de televisión, los que están conscientes de que no pueden quedarse como si nada ante lo que se está implementando, buscan formas para expresarse, maneras para decir lo que piensan y denunciar lo que ven, se indignan y se ingenian, se arriesgan, porque saben la gravedad de lo que está en juego.
Si se cierran las puertas, si se evita el debate, si en las grandes pantallas en plazas y reuniones públicas se pone sólo futbol y no se aprovechan para informar también de lo importante, si se impide que la mayoría sepa lo que está sucediendo en el Congreso, los grupos cada vez más numerosos de los que quieren participar, buscarán formas para hacerlo.
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