jueves, 28 de agosto de 2014

Consecuencias de las reformas energéticas

Octavio Rodríguez Araujo
S
i quisiéramos imaginar el significado de las reformas energéticas, no tenemos que esforzarnos. Bastaría ver lo que está sucediendo en la minería. Todo se reduce a una expresión que ni siquiera requiere demostración: la ganancia de las empresas. Para éstas el país no importa, sus habitantes menos, salvo como asalariados... asalariados, por cierto, de muy bajos ingresos, de los más bajos de América Latina.
México está entre los primeros 20 países con mayores reservas probadas de petróleo, pero por encima de nosotros están Estados Unidos y Canadá, entre las otras naciones que encabezan la lista. Las dos potencias americanas del norte procuran no explotar demasiado sus reservas y han optado por hacerlo en aquellos países que pueden dominar por las buenas o por las malas. El razonamiento es sencillo: quitémosles el petróleo hasta donde sea posible, y conservemos el nuestro. Estados Unidos consume la cuarta parte del petróleo mundial, la Unión Europea, China y Japón otro tanto, casi 30 por ciento en conjunto. Esto es, la potencia del norte, la Unión Europea y los gigantes económicos asiáticos consumen más de la mitad del petróleo mundial. ¿Y de dónde son las empresas que quieren explotar o comercializar nuestro petróleo? De esos países, por si había alguna duda.
Esas empresas se llevarán las ganancias, dejarán algunos impuestos en México y, desde luego, como la minería, se llevarán el jugo pero no el bagazo después de extraerlo. La metáfora del jugo es válida, con una importante excepción: si lo extraemos de la naranja o de la caña el bagazo se puede usar de varias maneras, incluso como composta, pero el del gas y el petróleo sólo deja devastación, contaminación de ríos y mares, deforestación y hasta desequilibrios y deformaciones sociales mayúsculos en los territorios en donde operen. Son productos no renovables y este dato no es secundario.
Arghiri Emmanuel publicó un artículo en los años 70 del cual vale la pena citar lo que decía en relación con el consumo de acero, otro producto no renovable. Señalaba que 6 por ciento de la población mundial, en referencia a la población de Estados Unidos hace 40 años, consumía más de 40 por ciento de las materias primas disponibles y citaba el caso del acero: “Los habitantes de Estados Unidos consumen casi 700 gramos de acero anualmente per cápita. Si todo el mundo –añadía– siguiera su ejemplo, todas las reservas conocidas del mineral de hierro en el planeta se agotarían en 40 años, suponiendo que la población mundial dejara de crecer; de otra forma, el agotamiento tendría lugar en un periodo… más corto”. Citaba también el caso del petróleo –donde el callejón sin salida del desarrollo era (y sigue siendo) más obvio–. “A los actuales niveles estadunidenses de consumo [1972-1973], el mundo necesitaría unos 14-15 billones de toneladas métricas cada año. Pero las reservas mundiales ascienden únicamente [en esos años] a 80 billones aproximadamente, lo que corresponde –dado un estado estacionario de la población y del crecimiento económico– a 5.5 años de consumo”. Con los desarrollos tecnológicos y con los hallazgos en los lechos marinos, añadía, el periodo de agotamiento de las reservas se alargaría todavía más, como ha ocurrido en las últimas cuatro décadas. Pero, al igual que el acero, el petróleo es un bien finito, es decir, no renovable.
De lo citado de Emmanuel se desprende una conclusión fácilmente asimilable, incluso para el gobierno de Peña Nieto: si los países desarrollados consumen la mayor parte de los productos no renovables, su mejor opción, para no verse obligados a abandonar sus estándares de vida, es evitar que los países subdesarrollados se desarrollen. Así de simple, pues si el tercer mundo se desarrolla demandará más petróleo, más acero, etcétera, y como son bienes finitos, llegará el momento en que los estadunidenses, por ejemplo, no tendrán las comodidades con las que actualmente cuentan, comenzando con la calefacción para sus crudos inviernos. Así, mejor quitarles a otras naciones sus materias primas y luego vendérselas con valor agregado, como ya ocurre con gasolinas e incluso con cereales. Y, de paso, dañan menos su ambiente y ensucian el nuestro.
La fórmula que con frecuencia se olvida es que el subdesarrollo es complemento necesario para el desarrollo, es decir, que los países desarrollados se desarrollen más a costa de los llamados pobres (que no necesariamente lo son, sino más bien empobrecidos a fuerza de explotarlos). Multiplique el lector lo ocurrido en Pasta de Conchos o en Sonora y eso tendremos con la explotación desmedida de nuestros recursos para beneficio de los socios privados (nacionales o extranjeros, da igual) de Pemex o de la CFE. Y al final, seremos igual de pobres pero con ricos más ricos, y sin nuestras reservas de productos no renovables. Mal negocio.

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