jueves, 21 de agosto de 2014

Salarios mínimos y trabajadores

Octavio Rodríguez Araujo
S
e discute sobre el aumento de los salarios mínimos. Bien, pero, ¿dónde están los trabajadores? ¿Dónde los sindicatos? Y, más importante, ¿qué cambiará dicho aumento?
En 1982 se formó el Frente Nacional en Defensa del Salario, contra la Austeridad y la Carestía (FNDSCAC), que si bien se diluyó poco a poco, fue muy importante, puesto que en ese año los trabajadores más politizados del sindicalismo independiente, acompañados en algunos casos de organizaciones políticas de la izquierda llamada radical, ya se percataban de los cambios que estaban dándose en la esfera del capital, lo que después se llamaría neoliberalismo.
Un año antes, en 1981, un sector del sindicalismo más beligerante, y que obviamente estaba en contra de los charros de los sindicatos oficialistas, impulsaron la Coordinadora Sindical Nacional (Cosina), cuya pretensión principal era la unidad de la clase obrera para enfrentar los cambios estructurales iniciados por el gobierno de López Portillo. Ese presidente, como es bien sabido, aceptó las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial sobre los topes salariales a los trabajadores, la disminución de los contratos colectivos de trabajo, el desmantelamiento de sindicatos, principalmente los de tendencia democrática e independiente, además de otras medidas como la privatización de empresas públicas, eliminación de subsidios en servicios y prestaciones, etcétera. Los cambios estructurales, como se denominaron en el gobierno de Miguel de la Madrid, ya se habían iniciado en otros países de alto desarrollo económico, y las izquierdas mexicanas, aunque todavía no tenían un proyecto acabado en contra de esos cambios, ya percibían que el modelo afectaría a los trabajadores y a la población mayoritaria de México.
Aquellas luchas, en parte derrotadas poco después, fueron el intento más serio de los últimos años de resistencia ante los embates del capitalismo depredador y salvaje que finalmente se impuso y que estamos viviendo en la actualidad. Eran los tiempos en que todavía los sindicatos incluían a más de 20 por ciento de la población económicamente activa (ahora quizá no llegan a 10 por ciento), aunque ya se veía que, por ejemplo en las maquiladoras del norte, se impedían las organizaciones de trabajadores como condición para instalarse en el país. Al margen del sindicalismo oficial, que calladamente aceptaba las imposiciones salariales y contractuales del gobierno, había sindicatos o corrientes sindicales dentro de las organizaciones charras(las coordinadoras, por ejemplo) que lucharon, en algunos casos heroicamente, por su independencia, la democracia interna, por mejores salarios y condiciones laborales y en contra de la modalidad de la flexibilización del trabajo, de los despidos y por la supervivencia de sus organizaciones.
Ciertamente el sindicalismo se basaba en el concepto de asalariados organizados, es decir, como criaturas del capitalismo y bajo las condiciones de éste, pero era y sigue siendo la única forma existente para resistir y presionar por mejores condiciones de vida, aunque bien sabían y sepan que los empresarios, con el apoyo de los gobiernos a su servicio, los mantendrán a raya para garantizar sus ganancias. De ahí los intentos de unidad en la organización y la lucha que, lamentablemente, no tuvo el éxito esperado y que bien merecían.
Los principales partidos políticos existentes en aquellos años no sólo no ayudaron a los trabajadores, sino que les dieron la espalda. La excepción (relativa) fueron los partidos y grupos de izquierda que entonces todavía decían luchar por el socialismo. El Partido Socialista Unificado de México (PSUM) apenas se había formado, después de que el antiguo Partido Comunista Mexicano adoptó posiciones cercanas a las de la socialdemocracia europea antes de desaparecer. Esas posiciones, sin embargo y pese a ser reformistas, defendían muchas de las demandas de los sindicatos más aguerridos pero, quizá por influencia del Movimiento de Acción Popular (MAP), se desvió la lucha de resistencia de los sindicatos por un debate que, si bien era importante, no fue lo que en esos momentos requerían los trabajadores, especialmente los obreros. El debate era sobre la orientación o reorientación de la política económica del gobierno y el típico argumento de los reformistas de que dentro del gobierno había sectores progresistas con los cuales se podría hacer alianzas y negociar. En este esquema se insinuaba la independencia de los sindicatos de los partidos políticos, y de alguna manera de la Cosina, en la que había importantes influencias de los grupos y partidos (pequeños en su mayoría) de la izquierda radical. Al parecer una mayoría de los pesumistas estaba más preocupada por la actividad electoral y las negociaciones con facciones gubernamentales que por el futuro de los trabajadores y sus sindicatos.
Lamentablemente, la izquierda radical que se decía revolucionaria tampoco hizo mucho por los trabajadores y sus sindicatos. Si éstos aspiraban a la unidad esa izquierda radical distaba mucho de actuar unida, pese a estar relativamente cerca tanto de la Cosina como del FNDSCAC. Sólo para dar una idea de esa izquierda radical, había más de 10 organizaciones (que no cito por razones de espacio), y no siempre se pusieron de acuerdo.
No sólo los trabajadores fueron desarmados y algunos hasta reprimidos, también las izquierdas radicales, que pese a sus aciertos políticos y estratégicos, se fueron difuminando o aislándose hasta desaparecer o convertirse en grupos políticos marginales o de poca significación en la lucha de clases mexicana.
¿Errores? Tal vez muchos y de todos lados, sindicatos y partidos de izquierda. Pero lo principal, para mí, fue que incluso con la medianía de De la Madrid como presidente, el gobierno logró (y más a partir de Salinas de Gortari) derrotar a la clase trabajadora (ojo, no digo sólo obrera) e imponerle las condiciones que vive ahora. Tan desarmados están los trabajadores y tan confusas sus dirigencias, que ahora el tema de los aumentos de los salarios mínimos, como iniciativa del Gobierno del Distrito Federal, se ve como una esperanza, y en mi opinión no lo es, pues no modifica en nada la condición de los trabajadores mexicanos ni de sus formas de organización. Lo que viene con las reformas de Peña los pondrá en peores condiciones, y en esto no creo equivocarme.

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