Pedro Miguel
H
oy el régimen de Israel mata palestinos con el pretexto de que combate a Hamas; antes lo hizo argumentando que quería castigar a Yasser Arafat y, antes, con la coartada de que debía defenderse de sus vecinos árabes. Las construcciones discursivas han cambiado, pero no las acciones: desde 1948 y, salvo durante el breve paréntesis de los procesos de paz de Oslo y la administración de Yitzhak Rabin, los sucesivos gobiernos de Tel Aviv ha estado haciendo casi todo lo imaginable para acabar con los palestinos, si no por el asesinato selectivo o masivo, mediante políticas de limpieza étnica, deportaciones en masa, robo de tierras, saqueo de recursos naturales y saboteo sistemático de todo intento de construcción de un Estado para la población árabe del antiguo protectorado inglés.
Ahora el Diablo se llama Hamas y esa organización aparece en un sitio prominente de los catálogos de grupos terroristas elaborados por Washington y sus gobiernos fieles. Pero también el Congreso Nacional Africano y la OLP estuvieron, en su momento, en tales listados, antes de que la Casa Blanca recibiera a Mandela y a Arafat con honores de estadistas, de modo que esas listas no significan gran cosa: Osama Bin Laden fue considerado niño bueno mientras combatió la invasión soviética de Afganistán; Saddam Hussein fue apapachado por Washington en tiempos de Ronald Reagan y no faltaron pertrechos estadunidenses en el arsenal del ahora Estado Islámico (EI) cuando el propósito de la temporada era desestabilizar al régimen sirio.
¿Que Hamas recurre a acciones terroristas? Sí, sin duda, pero en una escala mucho menor que la del propio gobierno israelí. ¿Que se niega en su carta fundacional a reconocer al Estado hebreo? Pues sí, de la misma forma en que el gobernante Likud rechaza cualquier posibilidad de existencia del Estado palestino. ¿Que la guerra es contra Hamas y no contra el conjunto de los palestinos? Falso de toda falsedad: el grupo gobernante de Israel lleva décadas intentando acabar con éstos, si no mediante un exterminio físico de toda la población, sí al menos negándole todo derecho sobre el territorio que, según la ONU, debe ser dividido en dos países para dos pueblos.
Los gobernantes de Tel Aviv saben perfectamente bien que tienen dos vías rápidas para acabar con Hamas: asesinar a la mayor parte de los palestinos hacinados en Cisjordania, Gaza y la Jerusalén oriental, o bien permitir que en esas zonas se constituya un Estado palestino. La primera sería una victoria militar incuestionable y una derrota moral y política mayúscula para el régimen israelí. La segunda sería una victoria política para casi todo mundo, salvo para Hamas, porque un mínimo esbozo de justicia territorial y nacional restaría atractivo a los fundamentalismos irreductibles y militaristas y daría paso a la construcción de liderazgos moderados dispuestos a la coexistencia. Pero significaría la renuncia, por parte de la élite político-económica israelí, a la posesión de valiosos territorios, y pondría a las autoridades de Tel Aviv a trabajar en la contención de los ciegos fanatismos nacionalistas que ellas mismas han incubado a lo largo de decenios y que tienen su expresión más acabada en los invasores de tierras cisjordanas benévolamente llamados
colonos.
Ante la inconveniencia de optar por una de esas dos vías, el gobierno de Netanyahu apuesta, en lo inmediato, por matar a la mayor cantidad posible de palestinos –civiles o no– que le permita la obsecuencia de Washington y de Europa. Es una apuesta peligrosa porque nunca se sabe la cantidad de muertos que podría empezar a resultar inaceptable para los gobernantes occidentales y porque se corre el riesgo de incluir, entre las bajas, a una proporción tan grande de combatientes de Hamas que se logre, en efecto, debilitar significativamente a esa organización y, con ello, quedarse sin la justificación principal para continuar la masacre.
Y es que tiende a perderse de vista que Hamas es fruto de las agresiones del gobierno israelí contra los palestinos, y no al revés: último reducto de una población desesperada por el despojo, la expulsión, la humillación y la negación de todos sus derechos, única respuesta posible a un bloqueo sádico y a un exterminio lento, Hamas está ganando la guerra. Y la paradoja mayor es que eso es precisamente lo que pretende el gobierno de Netanyahu. Porque si Hamas no existiera, tendría que inventarla.
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