lunes, 23 de febrero de 2015

Gas: riesgos y suspicacias

Bernardo Bátiz V.
L
a explosión de gas en el hospital Materno Infantil de la delegación de Cuajimalpa, en el suroeste del Distrito Federal, desencadenó un proceso extraño, que despierta dudas y alimenta suspicacias. Desde luego, se trata de una tragedia en la que perdieron la vida niños recién nacidos, madres que convalecían, enfermeras y otras personas; se produjo el derrumbe de una parte del inmueble y también, el hecho terrible, dio lugar a actos loables de verdadero heroísmo.
La información confusa, contradicciones en notas de prensa y algunas declaraciones de autoridades de la delegación y del gobierno central, hicieron crecer, en la medida en que corrían los días posteriores a la explosión, la percepción de la presencia de puntos oscuros en la explicación de lo que sucedió, lo que ha obligado a la gente, a buscar explicaciones por su propia cuenta; las fotografías muestran la pipa quemada, pero no destruida; el edificio del hospital, ese sí destruido y además quemado en parte, y en un video de un valiente vecino que capta con su celular lo que sucede se ve aparentemente que la explosión acontece en el inmueble.
Independientemente de lo anterior, a raíz del hecho lamentable, explicado en etapas y aún sub judice, como se diría entre los abogados, se inició paralelamente una cadena de noticias alarmistas sobre otros accidentes con ese combustible: fugas de gas detectadas, desalojos por alarmas falsas o verdaderas, y principalmente señalamientos reiterados de los riesgos de usar ese combustible tan generalizado, que yo diría, está presente en toda el área metropolitana, en cada hogar, en cada edificio, en cada vecindad, ya sea en tanques móviles o en taques fijos o estacionarios. Para los comerciantes de gas un mundo inmenso de clientes.
Pero este accidente terrible, tenemos también que considerarlo, sucede en medio de un forcejeo o pugna entre una enigmática empresa de capital español, que pretende quedarse con esa clientela vendiendo otro género de gas, este, adjetivado como natural, gas natural, que se distribuiría (en algunos lugares ya se distribuye) por ductos y tuberías que parten de varios depósitos, seguramente muy grandes, al hogar de cada consumidor. Es decir, esa empresa y autoridades que la apoyan y consienten pretenden instalar en toda la ciudad una red gigantesca de ductos para vender gas a domicilio a todos los que se conecten. Para ello, abren zanjas no muy profundas, casi a nivel del piso de las calles de la ciudad y tienden sus tuberías, colocan sus válvulas y su medidores, dejando la ciudad cubierta de cicatrices.
En muchos lugares, más de los que empresa y autoridades delegacionales quisieran, se han rebelado en contra los vecinos, quienes, con el instinto aguzado por otros atropellos y otras imposiciones, se oponen al tendido de la red empeñada por los audaces inversionistas que quieren repetir la hazaña de hacer la América. Para impedirlo, los habitantes de la urbe se reúnen, se organizan, impiden el trabajo de las maquinas y de las brigadas de obreros y también dan sus argumentos en debates públicos, se sientan en mesas de discusión y perciben que al final tendrán que estar preparados para la acción directa.
Haber participado un par de veces en manifestaciones vecinales de amas de casa, empleados públicos, jubilados, profesionistas, jóvenes y muchos más, que luchan contra los riesgos y las molestias que se les pretende imponer, renovó mi convicción de que sí existe un pueblo y si se requiere, y la causa lo amerita, sabe y se puede organizar. Si fuera sólo por la burocracia que tiene a su cargo permisos y licencias, ya estaríamos viviendo en medio del peligroso laberinto de redes y tuberías llenas de gas.
He sabido de otras ciudades y de conjuntos habitacionales en los que se ha impuesto el sistema de gas natural y me consta que se quejan de que la diferencia entre las bondades y ventajas que les ofrecen al tratar de convencerlos para que se conecten a la red y lo que después, ya enganchados, sucede, es mucha. En la práctica, los usuarios quedan en manos de un monopolio lejano y deshumanizado, que cobra por todo y cobra mucho.
Quienes se oponen tienen razones de sobra para hacerlo, pero se fortalece mi convicción de que están en lo justo por una malicia, suspicacia, retintín o como se le quiera llamar; creo que tienen razón los opositores, por la sencilla razón de que los grandes medios masivos de comunicación, en especial la televisión, están participando en forma exagerada, alarmista, amarillista, contra el servicio de gas tradicional y subliminalmente, favoreciendo al llamado gas natural. Esta campaña tan obvia nos hace preguntarnos: ¿qué intereses y qué sumas estratosféricas estarán de por medio?
México, DF, 20 de febrero de 2015.

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