Javier Aranda Luna
E
n 1956 pensar que los indios mesoamericanos tenían un pensamiento filosófico semejante al de los presocráticos griegos era una locura. Una idea extravagante y de mal gusto que sólo podría ocurrírsele quizá a Diego Rivera, quien se había empeñado en adquirir monolitos prehispánicos desesperadamente (más de 60 mil forman la colección que donó
al pueblo de México) y en construir la que se convertiría en la última pirámide del mundo: el Anahuacalli.
Pero esa idea del pensamiento filosófico presente en los pueblos mesoamericanos era toda una tesis doctoral de un jovencísimo estudiante a quien el significado de los códices había llevado a esa conclusión: Miguel León-Portilla.
Gracias al Seminario Permanente de la Ciencia en México, del que forma parte, pude preguntarle cómo surgió su interes por ese tema tan poco popular aun en nuestros días.
–Yo estudiaba en Estados Unidos filosofía, a los presocráticos: a Heráclito, a Parménides, y cuando vi estos textos de Nezahualcóyotl, de Ayocuan, de Tochihuitzin, me dije: ¡pero caray! Se parece la cosa, ¡esto es interesantísimo! Así publiqué como tesis La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes. Muchos se rieron, creyeron que estaba loco, ‘¿cómo que los indios? Si ni piensan, cómo van a tener filosofía’; bueno, pues ese libro tiene 11 ediciones aquí en la universidad. Está traducido al inglés, al ruso; al ruso se tradujo porque el doctor Adolfo Sánchez Vázquez le escribió a un colega de él, español exiliado en la URSS que se llamaba Burguete, y lo publicó la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Hará como cinco años recibí una carta de una editorial privada rusa y me dicen: queremos republicar su libro. Mi libro salió con un apéndice que pusieron los soviéticos en que situaban esto en las formas de producción, y todo eso, como tomé citas de Marx, de Lenin, de Hegel y ahí ponían a Garibay, yo le decía a él: mire ¡en compañía de quiénes está usted, padre! Les pregunté si también publicarían ese apéndice y me dijeron que no. Salieron 20 mil ejemplares de la nueva edición en ruso, y fíjese, ese libro está en tres lenguas eslavas, cosa que no es frecuente, pero está en checo, croata, ruso y polaco. También por supuesto en francés, en inglés; se ha ido abriendo camino. Hace tiempo lo querían publicar en griego, y yo dije: eso sí es dar machetazo a caballo de espadas, figúrese usted, ¡a la cuna de la filosofía le vamos a enseñar quién fue Nezahualcóyotl!
–No era un tema de mucho interés en los años 50 del siglo pasado.
–Realmente cuando yo empecé esto allá en 1952, aquí en México había poca gente que estudiara los textos en náhuatl; el número de hablantes en aquella época sería un millón, ahora se piensa que se acerca a 2 millones, nada más que en aquella época la población era de 30 millones y ahora somos 140 con los que están del otro lado, pero en lo que concierne a personas que estudiaran, que conocieran la lengua, yo recuerdo a Gilberto Jiménez Moreno, el padre Garibay; no había muchos, estoy pensando, en Estados Unidos tenía dos discípulos el padre Garibay: Charles Dild y Arthur Anderson, quienes tradujeron el Códice Florentino al inglés. El padre Garibay tenía un amigo aquí, Bayer Mcfee, quien había sido petrolero. Ya cuando las compañías petroleras fueron disueltas en lo que concierne a su presencia en México, se dedicó a estudiar náhuatl. Hoy día hay muchos en México y en Estados Unidos, en Alemania, en Francia, en Holanda, en Bélgica. Se ha extendido este interés como yesca. ¿Por qué se ha extendido como yesca?, porque hay una literatura muy rica.
“Hace poco publicamos aquí –fruto de un seminario que coordiné– un manuscrito que está en la Biblioteca Nacional, que se llama Cantares mexicanos, como con 80 folios por los dos lados en náhuatl. En el manuscrito por lo menos la cuarta parte son textos de la tradición prehispánica, luego hay textos coloniales, algunos ya cristianos, pero en unos y otros hay algunas bellezas tremendas. Pese a todo, en los textos coloniales hay mucho del pensamiento indígena, por ejemplo dice: ‘¿Podremos decir acaso algo verdadero en la tierra?/ No para siempre aquí, sólo un breve instante,/ aunque sea jade se hace pedazos,/ si es de oro se rompe,/ si es plumaje de quetzal se desgarra,/ no para siempre aquí,/ ¿acaso podemos decir algo verdadero en la tierra?’ Lo presentamos en la Sala Nezahualcóyotl. Yo creo que más que en cualquier concierto estaba repleta la sala y de pie todos, la mayoría estudiantes.A los jóvenes les interesa nuestro pasado. Hay cosas bellísimas en la Sala Nezahualcóyotl, a la entrada hay un texto de Nezahualcóyotl de este manuscrito que a mí me pidieron que yo les diera cuando se inauguró, el texto dice: ‘Ahora lo sabe mi corazón,/ escucho un canto/, contemplo una flor,/ ojalá no se marchite’. Un pensamiento muy profundo.”
Gracias a León-Portilla conocimos la visión de los vencidos después de la conquista y los cantares de Nezahualcóyotl, el poeta que reflexionó como los presocráticos griegos.
El premio Alfonso Reyes que le fue otorgado hace unos días dignifica al galardón y nos recuerda otra de sus enseñanzas: que el pasado indígena no está muerto. Es un pasado presente. Y pensar en él nos debe también hacer pensar en los indios vivos.
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