Pedro Miguel
A
los judíos no se les permitía poseer tierras; a los indios les estaba prohibido montar a caballo; los gitanos tenían que volverse sedentarios a huevo; las mujeres no podían ejercer la medicina y, en tiempos más recientes, votar; los negros tenían vetado el acceso a los parques; si los moros querían permanecer en España tenían que dejar de ser musulmanes y convertirse al cristianismo; a los palestinos, los saharauis y los kurdos, entre otras nacionalidades, se les sigue negando el derecho a tener país y pasaporte y en la visión trumpiana los mexicanos, por el solo hecho de serlo, están condenados a ser violadores y drogadictos, de modo que ante ellos no hay más remedio que construir un muro. La infracción de esas normas discriminatorias ha sido castigada en diversos momentos de la historia con multas, cárcel, latigazos, mutilación, hoguera y muerte.
Cómo no van a resultar abominables las marchas del pasado fin de semana
en defensa de la familia, inscritas en esas tradiciones de exclusión, fobia, conversión y exterminio. Los convocantes y sus huestes no hicieron uso de su derecho de manifestación para demandar una mejoría en su situación ni para reivindicar un derecho para sí mismos, sino para exigir que se niegue el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo y el derecho a la adopción a todas aquellas familias que no tengan como núcleo una pareja heterosexual. La ofensiva no va sólo en contra de las diversidades sexuales sino también en contra de madres y padres solteros y formas de convivencia de cualquier tipo que no pasen por un matrimonio entre un hombre y una mujer.
Las dirigencias religiosas –que son principalmente católicas, pero que incluyen también a protestantes, maronitas, ortodoxos y otros– se aliaron con sectores laicos de ultraderecha para manipular las fobias sociales largamente arraigadas a fin de promover una discriminación brutal en un remedo de libertad de manifestación que es en realidad un intento de anulación totalitaria. ¿Quieres vivir en familia? Cásate. ¿No puedes porque tu pareja y tú son del mismo sexo? Cambia de identidad y de preferencia. ¿Eres madre soltera? Búscate un marido. ¿No quieres o no puedes? Jódete y vive en la marginalidad.
La familia –sea del tipo que sea– es el sitio social en el que se brinda afecto y cuidado y se inculca principios éticos a las personas pero es también el lugar primigenio de la violencia y de la violación –antes incluso que el templo y la escuela– y el foco de infección primaria de la sumisión, la corrupción, la manipulación y la mentira. La consigna
no te metas con mis hijos, lanzada como arma arrojadiza en contra de quienes aspiran a construir una familia distinta a la que dictan las iglesias y la moral burguesa es profundamente mendaz porque no defiende a los hijos propios sino que apunta a arrebatar a otros la capacidad de cuidar, educar y formar hijos, acaso de manera tan incierta como los criados en esas familias
normales, salvo por el hecho de que probablemente tendrían menores tendencias a la exclusión, la misoginia y la homofobia.
En su gran mayoría las familias de cualquier tipo están severamente amenazadas no por el matrimonio igualitario sino por la pobreza, los brutales recortes en educación, salud y cultura, la incontrolable violencia delictiva, los abusos policiales, la descomposición institucional, la degradación ambiental y la venta incontrolada de alimentos chatarra.
Ahora bien: la reacción totalitaria que salió a las calles el sábado pasado –y que exige, para colmo, ser recibida con tolerancia, pluralidad y espíritu de apertura– es consecuencia de la forma electorera, hipócrita y oportunista con que el asunto del matrimonio igualitario fue manoseado por el peñato en mayo pasado sin más propósito que darle votos al PRI en los comicios del mes siguiente. Hay que desconocer del todo la ideología conservadora y autoritaria del grupo en el gobierno para suponer que la iniciativa responde a un propósito de inclusión y de respeto a los derechos humanos. Todo indica, por el contrario, que se trató de un gesto de bote pronto, de una ocurrencia tan sacada de la manga como lo fue la invitación a Trump.
En esa maniobra, entre muchas otras, se evidencia la absoluta falta de sentido del desgobierno en curso. La iniciativa se presentó sin haber desarrollado una mínima campaña educativa orientada a la población abierta y sin articulación política con la comunidad LGBTT. La reacción gobernante no puede amanecer de pronto una mañana vestida de progresista sin abrir una caja de Pandora.
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