Juan Manuel Karg*
D
urante los últimos días pudimos leer un sinfin de crónicas y notas de opinión en relación con el sensible fallecimiento de Fidel Castro Ruz. El personaje en cuestión, enorme por su accionar y sus ideas, cambió el rumbo de América Latina. Y eso amerita que existan diversos balances, en su gran mayoría –hay que decirlo con claridad– favorables a su legado, a su obrar político: popular, transformador, hereje, subalterno, plebeyo.
A la pregunta:
¿Qué era Cuba sin Fidel Castro?, se puede responder sólo leyendo las crónicas de las administraciones previas a la revolución cubana, ahí donde el gobierno norteamericano fungía como gendarme eterno de un suelo que le era ajeno. La Cuba de Fidel es la Cuba de la salud y la educación pública para grandes y chicos, reivindicada por la Unesco y el Unicef en reiteradas ocasiones. La Cuba de Fidel es la que consiguió, con la diplomacia de los pueblos, torcer el voto de importantes países en la Organización de Naciones Unidas para denunciar el criminal bloqueo norteamericano –incluso, este año, hasta el propio Estados Unidos tuvo que votar abstención para evitar una nueva derrota contundente. La Cuba de Fidel es la que permitió cubrir todas las necesidades de los niños de su país, en un mundo donde éstos son arrojados al vacío permanentemente. Fidel puso a Cuba en el mapa mundial, le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese. Fue un destacado global player:dotó a una isla pequeña de una entidad superlativa en el escenario global.
Y no sólo marcó a fuego el siglo XX: también lo hizo durante los primeros años del siglo que transitamos: ideó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América durante 2004 y cofundó la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad al año siguiente. Pero lo más importante: tuvo destacada participación –aun sin estar presente fisicamente– en el
No al ALCAde Mar del Plata 2005, cuando desde La Habana siguió paso a paso la cumbre de las Américas y la contracumbre que se desarrollaba con movimientos sociales en el estadio Mundialista. El propio Hugo Chávez, en aquel recordado discurso del
Alca, al carajo, dejó en claro que el nacido en Birán había estado detrás de todos los detalles del evento.
Durante sus últimos meses se reunió con Francisco, Putin, Xi Jinping, Cristina Fernández de Kirchner, Mujica, Maduro, Correa y Evo Morales, entre otros. Escribió sobre la progresiva irrupción de un mundo multipolar y sobre el importante rol de China y Rusia en esa nueva configuración, donde América Latina y el Caribe deben ser uno de los polos de ese mundo emergente, distinto al unipolar verificado tras la caída de la URSS. Fue un estratega de la geopolítica, analizando todas las variables del plano internacional, a la par que seguía el día a día del plano doméstico –el que determina la cotidianeidad de los cubanos, su humor social.
En síntesis: el mayor legado de Fidel es la reivindicación de la política como herramienta de transformación de la vida de las mayorías. Ni más ni menos. Fidel, lejos de ser un voluntarista utópico, siempre tuvo claro que la política podía transformar, modificar lo establecido. Que se podía torcer el
destino manifiestoque decía que Cuba tenía que ser una isla satélite de la principal potencia mundial, ubicada a escasas 90 millas de la isla. Que se podía hacer de América Latina y el Caribe un lugar más justo, menos desigual. Que se podía hacer la Revolución en un lugar donde los manuales desaconsejaban aquel accionar.
Fidel murió. Sus ideas, tal como él lo hizo saber en el último congreso del Partido Comunista de Cuba –que fungió casi como una despedida pública– quedarán vivas en millones de personas del mundo entero que hoy lo lloran, pero que tomarán su legado para hacer de este mundo un lugar un poco más justo.
* Politólogo UBA / Investigador CCC
Twitter: @jmkarg