Bernardo Bátiz V.
L
a SEP, en 1971, cuando se ocupaba de proporcionar a estudiantes de educación media y superior, y en general a toda la población libros accesibles y de buena factura, publicó del periodista e historiador mexicano Gastón García Cantú uno titulado Las invasiones norteamericanas en México. Hay que leerlo. En especial, es recomendable a los políticos mexicanos, al Presidente de la República, a la secretaria de Relaciones Exteriores, a los senadores. Leer libros no es malo; si los gobernantes mexicanos leyeran más, al menos un libro al mes o de perdida tres al año, si se ocuparan de algo más sustancial que de los chabacanos discursos preparados por asesores y no se concretaran al teleprompter, otro gallo nos cantara.
Quizá llegue demasiado tarde esta recomendación. Trump ya ganó las elecciones de su país, visitó el nuestro en virtud de una invitación imprudente que no tomó en cuenta lo que este personaje expresó, que fue su desprecio por nuestro pueblo y por nuestra nación, pero quizá no sea demasiado tarde y mi recomendación pueda tener algún efecto. Al menos esa es la intención. El libro de Gastón García Cantú puede ayudar. Es un estudio sobre la constante injerencia de Estados Unidos en nuestro país, sus engaños, sus abusos, sus incursiones armadas en territorio mexicano.
Ante el amenazante triunfador de las elecciones estadunidenses, no sale sobrando. Por el contrario, es importante acudir a la memoria. Nuestras relaciones con el país vecino nunca han sido tersas, a pesar de que nos llamamos mutuamente buenos vecinos y más recientemente, a partir del Tratado de Libre Comercio, socios, palabra que me causa escalofríos.
Muchos episodios de los complejos procesos sociales y políticos entre ambos países se han olvidado. Sucede porque en estos tiempos no parecen importantes o por una política expresa encaminada a borrar nuestra memoria; algunos episodios, sin embargo, son populares y se recuerdan: la guerra de 1847 o el ataque de Pancho Villa a Columbus se grabaron en la conciencia mexicana, y por más esfuerzos para que sean borrados, no pueden desterrarse de la conciencia colectiva del pueblo mexicano.
El ataque a Columbus ha sido la única incursión armada al territorio de Estados Unidos. Militarmente no tuvo gran significación, pero para el imaginario patriótico, para el orgullo nacional, fue un acto simbólico de justicia y revancha. La invasión estadunidense, en 1847, fue algo muy distinto. Culminó con el despojo de territorios equivalentes a más de la mitad de lo que teníamos y ese hecho tan traumático, condenado y repudiado por todo mundo, por sí solo ha impedido que se dé simplemente vuelta a la hoja y que todo quede en la oscuridad del olvido.
De esta guerra que enlutó al país se recuerdan los hechos gloriosos de un ejercito mal armado y mal dirigido, pero valiente y sufrido, que triunfó en La Angostura, que mantuvo a raya al invasor, hasta que se terminó el parque en Churubusco y con unos cuantos jóvenes cadetes impidió su avance a la capital desde el 8 hasta el 13 de septiembre de 1847 en Chapultepec.
Los gobernantes mexicanos deben buscar el libro de García Cantú. Que lean al menos el epígrafe con que da inicio. Se los transcribo por si sus ayudantes no consiguen un tomo de la obra. Dice así:
A la memoria del mexicano que disparó, certero, contra el soldado norteamericano que izaba la bandera de las barras y las estrellas en el asta del Palacio Nacional de México, el 13 de septiembre de 1847.
Leer el libro que recomiendo abrirá los ojos, recordará que la doctrina Monroe, en vigor, es guía de la política estadunidense frente a nosotros. Del otro lado siguen pensando que América, todo el continente, es para los americanos, y usan este gentilicio como exclusivo, excluyendo a los demás pueblos del continente, a quienes llaman, no sin cierto desprecio,
hispanos. Siguen creyendo en su
destino manifiesto.
No se trata de convocar a la guerra. Sí, en cambio, de llamar la atención sobre valores que están por ahora arrumbados. Me refiero a la dignidad nacional, al patriotismo, al orgullo de ser un país soberano e independiente. Los libros, Presidente, senadores, nos informan, pero también nos alertan, despiertan, echan a andar procesos intelectuales. Nos fortalecen y dan argumentos. Si los libros son de historia, nos recuerdan cuáles son nuestras raíces, nos alientan a estar orgullosos de nuestra patria. Si son de derecho, nos darán argumentos para defender nuestro patrimonio y prerrogativas como nación soberana. Mediante los libros podemos enterarnos de que México tuvo alguna vez una política exterior digna y respetada; que hemos sido vencidos por la violencia, pero conservamos soberanía e independencia. Como dice un anuncio de una conocida librería: Leer no duele. De algo servirá. Ganó Trump, es cierto. Ustedes le ayudaron, pero no sería muy diferente si hubiera ganado Hilary, así que a leer historia.
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