Bernardo Bátiz V.
M
ientras los constituyentes de la Ciudad de México estamos enfrascados en lograr una carta de derechos, de la cual soñamos sea ejemplo para el mundo, y discutimos sobre
Principios,
Procuración de justiciay
Buen gobierno, los sufridos vecinos de la capital no sienten lo duro sino lo tupido; padecen algo que parece una verdadera persecución de los representantes de la autoridad, todos en su contra. Los agobian trámites, reglas, protocolos, multas y corralones.
Hay un clamor popular y debemos atenderlo. Como una aportación, un intento de respuesta, cito otra vez a un buen ciudadano interesado en buscar remedios. Nuevamente alguien que con frecuencia escribe al Correo Ilustrado, me envió copia de una carta que denomina
Sugerencias a Mancera.
Con su autorización reitero algunas de sus propuestas. Sugiere que la verificación de los automóviles sea sólo una vez al año y que la tarjeta de circulación no sea temporal, sino permanente, como se estableció en el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Con estas medidas, comenta, se ahorran viajes innecesarios, cargas burocráticas y trámites sin sentido.
Propone también que las grúas de tránsito lleven al corralón solamente autos que verdaderamente estorben; que primero se solicite a los automovilistas mover sus vehículos y que les den un breve tiempo para que los retiren; además, que tengan consideración a madres con niños y adultos mayores, para quienes un viaje al corralón es difícil y costoso. Las grúas, agrego yo, no sirven para agilizar el tránsito ni para remover estorbos, son un negocio inaceptable, que provoca violaciones a garantías individuales y causa, socialmente, más daño que el que supuestamente pretende remediar.
Álvaro Aldama, mi amigo, solicita al jefe de Gobierno que se retiren ciclovías que no tengan un uso importante o se reduzcan a un espacio menor, que consulte con expertos la eficacia del reglamento de tránsito, pues, en su opinión, su aplicación indiscriminada ha sido en su conjunto contaminante y poco eficaz.
Por considerar que el Paseo de la Reforma es una avenida emblemática sugiere que no se permita en ella el Metrobús, agrego que tampoco se toleren los horribles edificios de decenas de pisos que cambian las características históricas y estéticas de nuestra ciudad. No se puede destruir lo que hay, que es muy bello, para construir algo nuevo copia extralógica de otras ciudades.
Una recomendación más que indica el interés de un ciudadano por el bien común de la metrópoli, se refiere a las policías, tanto la de tránsito como la preventiva; sugiere que los semáforos no tengan una duración tan prolongada y que la luz ámbar dure un poco más; agrego por mi parte que expertos en ingeniería de tránsito se avoquen al problema. Propone que a los policías se les entrene debidamente, porque ahora actúan con arrogancia y son “abusivos, como señores de horca y cuchillo.
Por mi parte, a las recomendaciones que hace Aldama Luebbert agregó una: que nuestro jefe de Gobierno, que es universitario y doctor en derecho, entenderá perfectamente. En la Edad Media se decretaba de vez en cuando una “tregua“, cuando lo hacía el Papa se le llamaba la La tregua de Dios; también la ordenaban los monarcas y a veces los hidalgos y señores feudales que luchaban unos con otros.
El nombre tregua tiene que ver con una trilogía; tres igualdades: lealtad, avenencia y justicia.
Temporalmente la gente común quedaba segura de todo mal, cesaban las hostilidades en ese tiempo de luchas continuas entre poderes, que dañaban más, que a los grandes barones, a los villanos y campesinos que soportaban en carne propia los conflictos de sus señores. Una tregua de fin de año para que cesen grúas, arañas, persecuciones, encapsulamientos y fotomultas podría ser considerada como un rasgo de comprensión de la autoridad a sus gobernados.
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