Luis Hernández Navarro
L
a banda sonaba a todo volumen en Uruapan, pero igual la multitud gritaba más fuerte que la música: ¡Fuera Silvano! ¡Fuera Silvano! ¡Asesino! ¡Asesino! Así recibieron el pasado sábado 8 de marzo al gobernador de Michoacán, en el inicio del desfile del tradicional Tianguis Artesanal de Domingo de Ramos.
Indignados, los cargueros y ex cargueros del concejo de Kurhikuaeri K’uinchekua consideraron al mandatario persona no grata para los pueblos originarios del estado. Le recriminan las agresiones contra las comunidades indígenas de Arantepacua y Caltzontzin.
Caltzontzin, en el municipio michoacano de Uruapan, es una comunidad purépecha nacida de la migración forzada de los habitantes de San Salvador Kumbutzio, como resultado del surgimiento del volcán Paricutín en 1943. Sus pobladores tienen serios problemas con las autoridades municipales que pretenden realizar obras en terrenos que el pueblo usa para celebrar una feria del aguacate.
En un primer momento, el ayuntamiento construyó allí una clínica de salud sin consultar a los comuneros. Ya encarrerado, se siguió de frente para levantar unas oficinas de enlace con el gobierno del estado.
Para solucionar el problema, los pobladores buscaron una y otra vez entrevistarse con el gobernador Silvano Aureoles. Nunca les hizo caso. Tomaron entonces la carretera y la vía de ferrocarril, y buscaron abrir negociaciones.
La respuesta gubernamental no se hizo esperar. En lugar de conceder la audiencia, el 25 de febrero dos helicópteros lanzaron gases lacrimógenos sobre los hogares de los comuneros. Más de mil policías entraron al pueblo con lujo de violencia, realizaron cateos ilegales y robaron pertenencias de los pobladores. Fueron golpeadas decenas de personas y detenidas 17.
Poco más de una semana después, el 5 de abril, a 37 kilómetros de distancia de allí, en Arantepacua, municipio de Nahuatzen, la policía de Michoacán, la policía ministerial del estado y fuerzas federales atacaron a mansalva a la comunidad, con un vehículo blindado, conocido como rinoceronte, por delante. Asesinaron a tiros a cuatro personas (una de ellas un menor de 15 años), golpearon salvajemente a decenas más y aprehendieron a 18 comuneros, además de los 38 que había apresado apenas un día antes. Los acusaron de delitos fabricados. Como en Nochixtlán, falsamente declararon que el pueblo los había emboscado.
Arantepacua es una comunidad donde 81 por ciento de sus 2 mil 500 habitantes se encuentran en situación de pobreza. Se dedican a fabricar muebles de madera y a labores agrícolas. Desde hace más de 70 años tiene un diferendo con la comunidad de Capuacaro por la posesión de 520 hectáreas de bosques de pino y encino.
El conflicto se había agravado desde hacía más de un mes. Los habitantes de Arantepacua advirtieron al gobierno estatal que los de Capacuaro habían roto el convenio de paz y conformidad suscrito entre 1930 y 1940, al montar una barricada para bloquear el tránsito de la carretera Nahuatzen-Uruapan. Pero las autoridades hicieron oídos sordos y, por el contrario, apresaron a 38 comuneros. Los de Nahuatzen respondieron reteniendo vehículos para liberar a sus compañeros. El gobierno reviró reprimiéndolos salvajemente.
La represión en Arantepacua fue ejecutada a traición. En un primer momento la administración del perredista Silvano Aureoles obstruyó el paso de una comisión de comuneros que buscaba dialogar con las autoridades gubernamentales en Morelia. Más tarde, cuando finalmente se habían sentado a negociar con los purépechas, mandó a la policía a atacar a la comunidad. Horas antes de la agresión, transportistas del estado varados por el conflicto, habían exigido al gobernador mano dura contra los comuneros.
Los comuneros de Arantepacua son parte de un proyecto regional que reivindica la autonomía indígena y la autodefensa, junto a Cherán, Pichátaro y Aranza. Habían dado ya los primeros pasos para formar una ronda comunitaria.
El comportamiento represivo del mandatario contrasta con sus orígenes. Silvano Aureoles se abrió paso en la vida con muchas dificultades. Hijo de madre soltera, aprendió a leer y escribir hasta los 10 años. Tuvo que trabajar desde muy joven. Se formó como ingeniero agrónomo en una universidad pública. Fue asesor de organizaciones campesinas forestales autónomas.
Pero esos orígenes se desdibujaron con su ingreso a la política institucional. Hasta el punto de que su perfil político está marcado por tres rasgos: ambición, frivolidad y su carácter
enamoradizo–senador Barbosa dixit–. A estos ahora hay que sumar su odio hacia los pueblos indígenas. Las agresiones contra Arantepacua y Caltzontzin son muestra de ello, pero, también, su afirmación de
que la Corte resuelve cosas sin tener elementos suficientesa propósito de los derechos reconocidos a la comunidad de Cherán por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para gobernarse a partir de sus sistemas normativos internos, y la reciente desaparición de la Secretaría de Pueblos Indígenas.
Apenas el pasado primero de marzo, Silvano se destapó como aspirante a candidato a la Presidencia de la República por el partido del sol azteca. No parece importarle que su gestión como gobernador haya transcurrido entre escándalos por sus romances (llevó a Belinda en helicóptero a ver al papa Francisco) y sus francachelas. Sus parrandas en los poblados que visita son de antología.
Entrevistado en el medio tiempo del partido de futbol de América contra Morelia por los comentaristas de Azteca 7, Luis García y Christian Martinoli, el mandatario no pudo ocultar que se encontraba pasado de copas. Enfundado en una camiseta del Monarcas, decía cosas como:
No se entiende Michoacán sin el estado de Michoacán. Inmediatamente después de esas declaraciones, la etiqueta en Twitter #SaquenLaCaguama acompañada de frases como
Ya quiero andar bien Silvano Aureolesse convirtió en éxito.
Evidentemente, nada queda ya del pasado humilde y el compromiso con el mundo rural que alguna vez tuvo Silvano Aureoles. Eso muestra la bestial represión que ordenó contra los indígenas de Arantepacua y Caltzontzin.
Twitter: @lhan55
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