lunes, 26 de abril de 2010

Arte y Pensamiento...........



CABEZALCUBO

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com

Exquisiteces (I DE II)

La televisión mexicana comercial y abierta, la que producen emporios comerciales de conocida filia monopolista aderezada con hipócrita discurso de competencia empresarial, ha logrado conformar a lo largo de varias décadas un lastimero compendio de vergüenzas que van desde convertir el oficio periodístico en el más ruin muestrario de lambisconería y servilismo para con los poderes fácticos –esa oligarquía empresarial, banquera e industrial enemiga de los obreros, sus causas y reivindicaciones históricas; ese clero de fina vestimenta y ornada casulla, enemigo de los pobres a los que siempre fustiga con su arrogancia moraloide aunque lleve la sotana enfangada de los más horribles pecados, y siempre amigo de los ricos aunque sean promotores de opresión; esos políticos de medio pelo que al final de sus atroces gestiones resultan todos millonarios como por arte de magia, e impunes profesionales aunque se les pueda probar de todo, del estupro al asesinato pasando por todas las imaginables formas del enriquecimiento ilícito, hasta convertirse en la más cutre, bifronte y mojigata educadora sentimental de las masas, apuntalar la credulidad y el fanatismo religioso y aún usar estos y otros rasgos del atraso social del México contemporáneo con fines reiteradamente propagandísticos, proselitistas o vulgarmente comerciales. La televisión hoy, como buena parte del cine de la primera mitad del siglo XX, ha ensalzado características nada plausibles de nuestra idiosincrasia, ese complicado potingue psicosociológico que va del muégano edípico a la delincuencia organizada. Si en el pasado se pretendió “muy nuestra” el habla exagerada de ciertos barrios de la capital como característico del mexicano, y se buscaba con ello (¿inocentemente?) que gruesos sectores marginados de la población se sintieran identificados y representados por Pepe El Toro, la Chorreada o Resortes, de modo que se vieran retratados en ellos y acunaran la esperanza de que la vida también puede tener un final feliz, ahora se trata simplemente de trivializar nuestras muchas miserias: la económica, la cívica, la ecológica, la educativa, la laboral; las que acotan el horizonte y lo constriñen a una chambita sin trascendencia, un salario raquítico y una vida en general insípida pero salpicada de terror, por un lado, la descomposición del tejido social y el fallido desempeño del Estado como garante de una vida digna, mientras se multiplica, en cambio, la oferta constante de toda una plétora de agentes de distracción dis tribuidos profusamente por el medio masivo que más penetración ha tenido jamás en este país. Uno de sus efectos inmediatos ha sido la pérdida del vocabulario, el adelgazamiento de su riqueza ancestral.

La televisión, a diferencia de aquel cine de época, no pretende transir la existencia ni trucarla en atisbo esperanzador, sino divertirla, asumirla como es siempre que se tenga a la mano el recurso de la inconsciencia, el eufemismo, la evasión no como subterfugio sino como forma de entender el mundo . La televisión forma parte indisoluble desde su aparición en México de un aparato político que ha invertido decenas de años, ríos de dinero y aún la suma de no pocos muertos en pos de domeñar la realidad nacional. Aún en su vestimenta menos politizada, la televisión en México, puesto que natural embajadora de la corrección política y en ello omisa y sumisa, sigue haciendo propaganda en pos del régimen que la sigue acunando aunque renueva someramente sus cuadros de mando cada seis años. La fórmula menos lesiva, más difícil de identificar como enemiga de la información a la que la sociedad tiene derecho (pero poco o nada se suministra, ni en contenido ni en oportunidad) es ese cúmulo de perversidades y estupidez que se contiene en el eufemismo “entretenimiento”. En eso, en producir “entretenimiento” a toneladas, son expertos los personeros de Televisa y TV Azteca, ésos que prefieren seguir pasando un partido de futbol en lugar de interrumpirlo con un espacio noticioso que dé cuenta de un violento temblor en Mexicali o, para qué molestarse en señalar los recientes “colaterales” asesinatos de civiles a manos de soldados. Siempre será más importante para el público televidente y gregario el último gol del partido del domingo o el cruel destino de una cenicienta de telenovela, que un despido colectivo o un redivivo, injusto, oprobioso aumento al precio de la gasolina en un país productor de petróleo, aunque el televidente mismo sea la víctima y viva, feliz, en su cepo informativo.

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