Aerolíneas: asalto a consumidores
Fraude y “código compartido”
Sobreprecio: 61 por ciento
Carlos Fernández-Vega
Aeronaves de Mexicana de Aviación en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la ciudad de MéxicoFoto Francisco Olvera
En esta democracia de, por y para los empresarios” (Fox dixit, con rúbrica al calce del actual inquilino de Los Pinos), con la venia gubernamental el desamparado consumidor es obligado a pagar abultados precios, con tendencia alcista, por los mismos productos y servicios que en otras naciones son infinitamente más baratos, con tendencia descendente. Lo mismo sucede en las tarifas de telefonía móvil, Internet, televisión por cable y un inagotable etcétera –que enriquece a los menos y pasa a cuchillo a los más–, en prácticas comerciales verdaderamente execrables que en este país de la “competitividad” ninguna “autoridad” evita.
Lo anterior se reproduce fielmente en las aerolíneas que operan en el país y que se presumen como “nacionales” al “servicio de los usuarios”: cobran por algo que no proporcionan, aplican tarifas infladas por el mismo servicio, y exprimen el bolsillo del consumidor aduciendo razones de “código compartido”. A esta práctica algunos le llaman dar gato por liebre; otros la califican de tomadura de pelo, pero en los hechos no es otra cosa que un descarado fraude al desamparado consumidor, mientras la autodenominada “autoridad” deja hacer y deja pasar.
Tal es el caso de la onerosa dupla (para el consumidor) conformada por Aeromar (que presiden Marcos Katz Halpern y su hijo Zvi Katz Kenner, y dirige Ami Lindenberg Borinski) y la ex paraestatal Mexicana de Aviación (con Gastón Azcárraga Andrade como cabeza visible), quienes tres años atrás concretaron una alianza bajo la modalidad de “código compartido”, con el fin “no de coordinar precios o subir tarifas, sino para dar un mejor servicio al pasajero”, según dicho del citado Lindenberg Borinski.
Pues bien, en los hechos esa alianza de “código compartido” representa para el usuario un sobreprecio de 61 por ciento para obtener a cambio igual servicio (cacahuates incluidos), en los mismos aviones (bimotor) y en idéntica ruta (México-Zacatecas, viaje redondo), pero ofreciendo transportación en líneas aéreas y aviones diferentes: de ida por Aeromar (más barato), de vuelta por Mexicana de Aviación (más caro), práctica que, por un solo vuelo diario, en la ruta señalada, genera a las empresas involucradas un sobre ingreso anualizado superior a 26 millones de pesos (con un promedio de 40 pasajeros por aparato volador), todos ellos pagados por los consumidores.
Resulta que en Aeromar un pasaje México DF-Zacatecas (la capital del estado) cuesta (en clase económica) 2 mil 949.31 pesos todo incluido (es decir, tarifa, más impuestos al transporte y “de partida de aeropuerto nacional”, cargos por “seguro/combustible” y, es de suponer, mini- bolsa de cacahuates y minivaso de refresco), algo así como 240 dólares al tipo de cambio actual. Por ese precio se viaja en un avión turbo-hélice ATR 42. En la Terminal 2 del Benito Juárez el pasajero documenta en el mostrador de Aeromar, con personal de esa línea aérea, que se hace responsable del equipaje, y aborda un avión de dicha empresa.
Para el regreso (Zacatecas-México DF) el boleto se compra con Mexicana de Aviación, para lo cual hay que desembolsar 4 mil 750.58 pesos todo incluido (los conceptos referidos y de igual forma en clase económica), algo así como 386 dólares al tipo de cambio actual. En el aeropuerto de la capital zacatecana el pasajero documenta en el mostrador de Mexicana de Aviación, con personal de esa línea aérea y el equipaje es resguardado por la propia empresa. Hasta allí todo bien, pero a la hora de la verdad el cliente que pagó un precio 61 por ciento mayor al de Aeromar por viajar en un aparato turbohélice se ve en la penosa necesidad de abordar no uno de los presumidos cuan modernos aviones de Mexicana, sino el mismo aparato turbohélice de Aeromar por el que pagó un pasaje sencillo de 2 mil 949.31 pesos.
¿Y el moderno aparato de Mexicana, pura turbina, que nos transportaría a la ciudad de México?, pregunta el iluso cuan atracado consumidor. “Es que estos vuelos son de código compartido”, le responde el atento personal de Mexicana de Aviación. ¿Y el sobre precio de 61 por ciento por el mismo servicio, en el mismo aparato volador y con los mismos cacahuatitos rancios?, ¿no le parece un fraude?, revira el pasajero. “¡Ah!, eso es un acuerdo entre las empresas, y nosotros nada tenemos que ver; entonces, ¿aborda o se queda?”, contesta el personal de tierra. Y el pasajero debe subir al turbohélice, porque caminar algo así como 600 kilómetros suele ser agotador.
Producto de la crisis, el precio internacional de la turbosina se incrementó de forma espectacular en el primer semestre de 2009. Las aerolíneas mexicanas sufrieron por esta circunstancia, y el siempre solícito gobierno de inmediato acudió en su auxilio: otorgó créditos, pospuso cobros, les aligeró la carga y muchas cosas más, pero el costo lo trasladó a los consumidores. Pero ya pasó: de enero del año pasado a igual mes de 2010 dicho precio se redujo alrededor de 38 por ciento, pero las líneas aéreas que operan en el país mantienen un cargo extra a los pasajeros por concepto de “combustible” (0.39 por ciento en el caso de Aeromar, y 0.47 por ciento en el de Mexicana de Aviación); por si fuera poco, el impuesto al transporte representa 16 por ciento de la tarifa, y el relativo a “partida de aeropuerto nacional” entre 7.5 (cargo en Mexicana de Aviación) y 9.16 por ciento (cargo en Aeromar), mientras la bolsa de cacahuates cada vez resulta más pequeña.
En líneas aéreas y destinos nacionales resulta cada día más oneroso viajar en avión, y de pilón los “códigos compartidos”. Así, difícilmente las aerolíneas saldrán de la crisis financiera que dicen tener, por mucho que sus dueños obtengan jugosas ganancias por las prácticas referidas, con la venia gubernamental. Sólo por ejemplo, México DF-Zacatecas, ida y vuelta, 7 mil 699.89 pesos, algo así como 626 dólares. Esa cantidad es útil para cuatro maravillosos días en La Habana, todo incluido, y todavía sobran unos 40 dólares para lo que se ofrezca. O, si se prefiere, igual número de días en Las Vegas, juego aparte. Buen viaje.
Las rebanadas del pastel
“Los menos” de Felipe Calderón –de acuerdo con su aberrante declaración del pasado viernes– es igual a un promedio diario de dos civiles asesinados, o un acumulado cercano a 2 mil 300 homicidios de inocentes durante su estancia en Los Pinos, según cifras oficiales.
cfvmexico_sa@hotmail.com • mexicosa@infinitum.com.mx
Lo anterior se reproduce fielmente en las aerolíneas que operan en el país y que se presumen como “nacionales” al “servicio de los usuarios”: cobran por algo que no proporcionan, aplican tarifas infladas por el mismo servicio, y exprimen el bolsillo del consumidor aduciendo razones de “código compartido”. A esta práctica algunos le llaman dar gato por liebre; otros la califican de tomadura de pelo, pero en los hechos no es otra cosa que un descarado fraude al desamparado consumidor, mientras la autodenominada “autoridad” deja hacer y deja pasar.
Tal es el caso de la onerosa dupla (para el consumidor) conformada por Aeromar (que presiden Marcos Katz Halpern y su hijo Zvi Katz Kenner, y dirige Ami Lindenberg Borinski) y la ex paraestatal Mexicana de Aviación (con Gastón Azcárraga Andrade como cabeza visible), quienes tres años atrás concretaron una alianza bajo la modalidad de “código compartido”, con el fin “no de coordinar precios o subir tarifas, sino para dar un mejor servicio al pasajero”, según dicho del citado Lindenberg Borinski.
Pues bien, en los hechos esa alianza de “código compartido” representa para el usuario un sobreprecio de 61 por ciento para obtener a cambio igual servicio (cacahuates incluidos), en los mismos aviones (bimotor) y en idéntica ruta (México-Zacatecas, viaje redondo), pero ofreciendo transportación en líneas aéreas y aviones diferentes: de ida por Aeromar (más barato), de vuelta por Mexicana de Aviación (más caro), práctica que, por un solo vuelo diario, en la ruta señalada, genera a las empresas involucradas un sobre ingreso anualizado superior a 26 millones de pesos (con un promedio de 40 pasajeros por aparato volador), todos ellos pagados por los consumidores.
Resulta que en Aeromar un pasaje México DF-Zacatecas (la capital del estado) cuesta (en clase económica) 2 mil 949.31 pesos todo incluido (es decir, tarifa, más impuestos al transporte y “de partida de aeropuerto nacional”, cargos por “seguro/combustible” y, es de suponer, mini- bolsa de cacahuates y minivaso de refresco), algo así como 240 dólares al tipo de cambio actual. Por ese precio se viaja en un avión turbo-hélice ATR 42. En la Terminal 2 del Benito Juárez el pasajero documenta en el mostrador de Aeromar, con personal de esa línea aérea, que se hace responsable del equipaje, y aborda un avión de dicha empresa.
Para el regreso (Zacatecas-México DF) el boleto se compra con Mexicana de Aviación, para lo cual hay que desembolsar 4 mil 750.58 pesos todo incluido (los conceptos referidos y de igual forma en clase económica), algo así como 386 dólares al tipo de cambio actual. En el aeropuerto de la capital zacatecana el pasajero documenta en el mostrador de Mexicana de Aviación, con personal de esa línea aérea y el equipaje es resguardado por la propia empresa. Hasta allí todo bien, pero a la hora de la verdad el cliente que pagó un precio 61 por ciento mayor al de Aeromar por viajar en un aparato turbohélice se ve en la penosa necesidad de abordar no uno de los presumidos cuan modernos aviones de Mexicana, sino el mismo aparato turbohélice de Aeromar por el que pagó un pasaje sencillo de 2 mil 949.31 pesos.
¿Y el moderno aparato de Mexicana, pura turbina, que nos transportaría a la ciudad de México?, pregunta el iluso cuan atracado consumidor. “Es que estos vuelos son de código compartido”, le responde el atento personal de Mexicana de Aviación. ¿Y el sobre precio de 61 por ciento por el mismo servicio, en el mismo aparato volador y con los mismos cacahuatitos rancios?, ¿no le parece un fraude?, revira el pasajero. “¡Ah!, eso es un acuerdo entre las empresas, y nosotros nada tenemos que ver; entonces, ¿aborda o se queda?”, contesta el personal de tierra. Y el pasajero debe subir al turbohélice, porque caminar algo así como 600 kilómetros suele ser agotador.
Producto de la crisis, el precio internacional de la turbosina se incrementó de forma espectacular en el primer semestre de 2009. Las aerolíneas mexicanas sufrieron por esta circunstancia, y el siempre solícito gobierno de inmediato acudió en su auxilio: otorgó créditos, pospuso cobros, les aligeró la carga y muchas cosas más, pero el costo lo trasladó a los consumidores. Pero ya pasó: de enero del año pasado a igual mes de 2010 dicho precio se redujo alrededor de 38 por ciento, pero las líneas aéreas que operan en el país mantienen un cargo extra a los pasajeros por concepto de “combustible” (0.39 por ciento en el caso de Aeromar, y 0.47 por ciento en el de Mexicana de Aviación); por si fuera poco, el impuesto al transporte representa 16 por ciento de la tarifa, y el relativo a “partida de aeropuerto nacional” entre 7.5 (cargo en Mexicana de Aviación) y 9.16 por ciento (cargo en Aeromar), mientras la bolsa de cacahuates cada vez resulta más pequeña.
En líneas aéreas y destinos nacionales resulta cada día más oneroso viajar en avión, y de pilón los “códigos compartidos”. Así, difícilmente las aerolíneas saldrán de la crisis financiera que dicen tener, por mucho que sus dueños obtengan jugosas ganancias por las prácticas referidas, con la venia gubernamental. Sólo por ejemplo, México DF-Zacatecas, ida y vuelta, 7 mil 699.89 pesos, algo así como 626 dólares. Esa cantidad es útil para cuatro maravillosos días en La Habana, todo incluido, y todavía sobran unos 40 dólares para lo que se ofrezca. O, si se prefiere, igual número de días en Las Vegas, juego aparte. Buen viaje.
Las rebanadas del pastel
“Los menos” de Felipe Calderón –de acuerdo con su aberrante declaración del pasado viernes– es igual a un promedio diario de dos civiles asesinados, o un acumulado cercano a 2 mil 300 homicidios de inocentes durante su estancia en Los Pinos, según cifras oficiales.
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