jueves, 13 de enero de 2011

Encinas


Adolfo Sánchez Rebolledo

Apenas al día siguiente de que Alejandro Encinas aceptara competir por el estado de México comenzaron las intrigas mediáticas. Allí donde alguna vez se reconoció el talante negociador y tolerante del personaje, la honestidad de su historia política personal, su eficacia como servidor público, ahora se le procura presentar como un testaferro sin voluntad propia, merecedor de cuantas ocurrencias les pasan por la cabeza a ciertos opinócratas de la prensa y cuya deslealtad moral e intelectual es inconmensurable. Lamentable, pero previsible. Seguimos inmersos en el pantano en que se convirtió la vida política nacional con la americanización de las elecciones que llevaron al panismo al gobierno. La competencia surgida del pluralismo real se transformó en un juego de espejos donde la mercadotecnia suplanta las ideas y los medios a los partidos que actúan bajo su esfera de poder. Fox rompió lanzas contra el viejo régimen pero, ignorante al fin, siguió sus impulsos clasistas y acabó por confundir la necesidad de apertura democrática del Estado con las concesiones a los grupos de poder, a las camarillas regionales y estatales que se beneficiaron del impulso “modernizador” del presidente de turno. Pero la verdadera degradación alcanzó cotas imprevisibles cuando decidió excluir de la competencia electoral a una de las fuerzas, con lo cual hizo retroceder la transición a los peores momentos del pasado. Desde el punto de vista de los grandes intereses involucrados, la decisión presidencial se justificaba como un recurso de última instancia para cortar de raíz el peligro representado por la izquierda como un legítimo aspirante a gobernar la República, aunque con ello se diera un golpe brutal al pluralismo surgido de las entrañas mismas de la sociedad mexicana.

Desde entonces el fantasma del bipartidismo reaparece bajo varias caretas, aun cuando a veces se enmascara como un recurso contra la “restauración” (que, en definitiva, oculta el vaciamiento de la política, la crisis de la llamada “clase política” y la capacidad de las instituciones para representar a la ciudadanía). Si ya después de la resolución de la Corte en torno a las candidaturas comunes promovida por el mismo Peña Nieto, se veía cuesta arriba el acuerdo entre el partido del gobierno y un segmento de la izquierda, ahora se torna casi imposible, pues la aceptación de Encinas dejaría a los partidarios de la alianza en el PRD en un grado de franca debilidad para lanzarse a esa aventura. En esas circunstancias, contra lo que se decía en algunos medios, la jugada de Encinas devuelve a la izquierda al escenario de la competencia política en el estado de México y la posibilidad de ensayar una plataforma al servicio de la sociedad contrapuesta a la lógica del poder. Es sobre ese terreno donde López Obrador, Ebrard y las instancias partidistas deben ajustar sus proyectos, salir al aire libre, ventilar las diferencias con el propósito de rehacer un polo alternativo que contribuya eficazmente a construir la fuerza organizada de la izquierda, que hoy está fragmentada en irrelevantes grupos de interés.

Si Encinas supera los obstáculos que se le interpondrán para derribar su candidatura, se enfrentará no a una elección corriente sino al intento de lanzar, desde allí, al hombre providencial bajo las sombras que hoy representa al pacto oligárquico (al que no es ajeno el propio panismo). Peña Nieto es la figura visible de una suerte de neocorporativismo en construcción que no acaba de nacer. Esa es su fuerza y su debilidad, pues en el intento de subir a todos a bordo –la jerarquía católica, los medios, la clase política tradicional–, la nave resulta demasiado pesada y frágil. Si la izquierda consigue ser una opción creíble navegando en esas aguas, ofreciendo respuestas a los mil interrogantes nacionales creados por la crisis y el abandono de la política, el 2012 tendrá otro significado y el laboratorio del estado de México habrá dado resultados positivos. Hay tiempo.

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