sábado, 15 de enero de 2011

México SA


Alimentos por las nubes

Crece la dependencia

Importación al alza

Carlos Fernández-Vega

Los industriales agrupados en la Canacintra han tenido la gentileza de notificar a los consumidores que preparan” un incremento de entre 2 y 3 por ciento en el precio de alimentos y bebidas, resultado del alza en las materias primas y los energéticos, como gasolina, electricidad y gas. Lo anterior, de acuerdo con el presidente del organismo, Sergio Cervantes, porque “en la medida en la que nos aumenten los combustibles, tenemos que reflejarlo en el precio de venta y no podemos esperar. Hay muchas empresas que están prácticamente al día; si nos incrementan las materias primas tenemos que elevar forzosamente los precios”.

Excelente noticia para los agujereados bolsillos de los mexicanos en este año de la “contundente recuperación” de la economía (ver México SA de ayer), pero los industriales no pueden llamarse sorprendidos, porque la respuesta del gobierno mexicano la dio, nada más arrancando 2011, el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, y la ratificó el flamante secretario de Energía, José Antonio Meade: los gasolinazos no sólo continuarán, sino que se eternizarán. Sin embargo, Cervantes insistió en que “tenemos que ponernos a platicar porque (las alzas) vienen no de nuestro país, sino del mercado internacional, como en el caso de la tortilla, que subió cuando se incrementó el precio internacional del maíz” (La Jornada).

Enero de 2011, pues, inicia igual que en años anteriores: con una brutal escalada de precios, y con la misma respuesta del gobierno federal: “no hay justificación para aumentos desproporcionados; existe capacidad productiva disponible, hay suficiente abasto nacional, el incremento al salario mínimo fue consistente con las expectativas inflacionarias y porque la debilidad del dólar abaratará las importaciones”.

Cada cual defiende su trinchera, pero de cualquier forma los consumidores pagan por los platos rotos, quienes ya no sienten lo duro, sino lo tupido. Lo cierto es que de tiempo atrás el gobierno mexicano vio en el mercado internacional la “solución” de todos los problemas nacionales, de tal suerte que se “olvidó” de estructurar una política financiera e industrial interna, que estimule y aproveche esa capacidad instalada ociosa que ahora reivindica, que procure créditos accesibles –en tiempo y costo–, que evite que esos mismos industriales se conviertan, como muchos lo han hecho ante la cruda realidad, en simples importadores de productos, y que cuide los intereses de los consumidores, quienes son, al final de la cadena productiva, los que peor parte llevan en calidad y precio.

Es inconcebible que en un país como México, donde tres décadas atrás se producía prácticamente de todo –en el campo y en la industria– y se promovía el desarrollo industrial para ser considerado como potencia industrial, el único sector que registra un crecimiento medianamente aceptable y constante sea el de los servicios: mataron aquel sueño de potencia industrial, para promover una realidad de simple mayordomo de los intereses foráneos, con la práctica de que internamente cada quien se rasque con lo que pueda, si puede.

Entre otras grandes decisiones, por ejemplo, el gobierno mexicano optó por olvidarse del campo nacional e importar cada día más alimentos, en la creencia de que esa era la solución y fuente de no pocos negocios privados. En lo segundo acertó, pero a cambio de que la panza de la nación pasara a depender no de los productores nacionales, sino de los especuladores del mercado de Chicago y de un selecto grupo de trasnacionales que entre otras cosas imponen precios, de tal suerte que el estómago nacional depende cada día más de factores externos, pretextando asuntos de “globalidad”, cuando en los hechos se trata de un asunto de seguridad nacional.

En este contexto, México dejó de producir alimentos para su población, porque era más importante exportar brócoli, espinacas y acelgas. El llamado gobierno nacional creyó que era prioritario vender aguacates y jitomates en el mercado foráneo que garantizar la dieta nacional con productos nacionales, porque todo lo demás se compraba en el mercado internacional, especialmente en el vecino del norte. Desde luego que tal decisión se ha reflejado en el campo nacional y en el miserable ingreso campesino, a la par que en las jugosas y crecientes utilidades de las grandes empresas agroexportadoras. Para no ir más lejos, México importa chiles de China.

De acuerdo con la propia Secretaría de Economía, la Sagarpa reporta que la producción agrícola en 2010 “será superior al año anterior debido a las buenas condiciones del temporal y al incremento de la productividad en el campo, lo que permitirá atender las necesidades de abasto nacional. Para el cierre de 2010 se anticipan aumentos en la producción de granos (16.6 por ciento), hortalizas (7.3), cultivos industriales (2.2), forrajes (4.1) y frutas (3.1), comparado con el año agrícola anterior. Para 2011 también hay buenas perspectivas. Se espera que la producción agrícola se ubique 3.3 por ciento por arriba de la cifra de cierre esperado para el año agrícola de 2010. Para el maíz se estima un aumento de 4 por ciento (25.2 millones de toneladas, blanco y amarillo). En trigo, se prevé una recuperación de la producción de 10 por ciento”.

Lo cierto es que la producción interna de alimentos ni de lejos alcanza para cubrir la demanda nacional: indicadores oficiales revelan que en los últimos 15 años México incrementó 400 por ciento las importaciones de alimentos, para lo cual se erogaron alrededor de 180 mil millones de dólares. Para dar una idea, en 1980 México importaba 27 por ciento del consumo nacional de arroz; hoy, 75 por ciento. En igual lapso, 18 por ciento del maíz (actualmente 25 por ciento) y 10 por ciento de trigo (42 por ciento en 2010). La importación de carne en canal bovino se incrementó 281 por ciento de 1990 a 2010; la de porcino, 378 por ciento; la de aves, mil 35 por ciento; la de huevo, 185 por ciento, y así por el estilo.

En 2010, comparado con 2009 (información del Inegi), México importó cinco veces más de carne respecto de la que exportó. En el mismo ejercicio, seis tantos más de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces más de cereales; 3.6 veces más de productos de molinería; 30 veces más de semillas y frutos oleaginosos, frutos diversos; nueve veces más de grasas animales o vegetales y tres veces más de preparaciones de carne y animales acuáticos. En cambio, exportó 11 tantos más de hortalizas con respecto de lo que importó.

Las rebanadas del pastel

Alabado sea el Señor y la Iglesia que dice representarlo: ahora beatificarán a un protector de pederastas.

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