Luis Hernández Navarro
E
l maestro pregunta por el altavoz: ¿capital de Veracruz? Sus compañeros le responden voz en cuello: ¡Boca del Río! Vuelve a interrogarlos: ¿capital de Guerrero? Jocosos, le contestan: ¡Acapulco! Nuevamente los inquiere: ¿capital de Oaxaca? Los mentores exclaman: ¡Huatulco! Enérgicos, corean: ¡Urgente! ¡Urgente! ¡Evaluar al Presidente!
La consigna magisterial echa limón en la herida de los continuos yerros de Enrique Peña Nieto. Apenas el pasado 3 de abril, durante el Foro Nacional de Educación, el jefe del Ejecutivo afirmó que Boca del Río es la capital del estado de Veracruz. Un par de meses más tarde, volvió a equivocarse, y afirmó que Tijuana es un estado.
El eslogan, repetido una y mil veces estos días en calles y plazas, resume, por mucho, el sentir de los maestros: son víctimas de una doble moral. Mientras los recurrentes gazapos del Presidente de República son tratados con indulgencia, a ellos se les humilla públicamente, se les responsabiliza de la situación educativa del país, se les despoja de conquistas laborales básicas y se les quiere sujetar a una evaluación punitiva.
Ese sentir ante una reforma educativa lesiva a ellos, pero también a la enseñanza pública, se extiende por todo México como epidemia. En todos los estados han brotado protestas magisteriales. Aunque en unos casos son masivas y en otros no son aún mayoría, no hay una sola entidad federativa en la que no hayan realizado marchas y plantones, suspendido labores, y ocupado edificios públicos, puentes fronterizos y vialidades. La cartografía de este malestar desborda, por mucho, lo que los medios de comunicación quieren o alcanzan a registrar.
Los maestros saben por qué luchan. Afirmar que desconocen los alcances de la reforma que rechazan o que están en las calles porque fueron engañados es una canallada y una bajeza. Como dice un profesor de Los Mochis, Sinaloa:
¿Cómo no vamos a darnos cuenta de lo que quieren con esas leyes, si estamos viendo el cazo con el aceite hirviendo en el que nos van a cocinar?
Muchos mentores están convencidos de que se encuentran frente una situación límite que los obliga a protestar. Una maestra de la ciudad de México lo explica a sus compañeros, que aún temen suspender labores ante el temor de que no les paguen completa sus quincenas, diciéndoles:
Es cierto, nos van a descontar porque tenemos un empleo, pero más nos vale hacerlo porque mañana no vamos a tener un empleo del que nos descuenten.
Según otro profesor, éste de Veracruz, la reforma es inadmisible por la situación de incertidumbre en que los pone. “No podemos estar con una amenaza permanente de perder el empleo, de ser vigilados, de ser puestos a prueba, de ser castigados –asegura–; es una ofensa que pongan en duda lo que hemos hecho. No podemos permitir perder nuestro sentido profesional. El gobierno tiene que entenderlo: no estamos dispuestos a dejarnos sojuzgar.”
Sujetos a una infamante campaña de desprestigio desde hace años, a los maestros les ofende lo que se dice de ellos en la prensa, la televisión y la radio, pero no consideran que deban cancelar sus protestas. Si algún caso les hace el gobierno, es debido a ellas. Además, están convencidos de que, si antes de que se movilizaran ya eran denigrados, la mayoría de los medios no va a dejar de calumniarlos porque dejen de hacerlo. Como afirma un docente de Sinaloa:
Ni modo. No hay de otra. Al sordo siempre hay que gritarle.
El conflicto magisterial ha tenido un enorme costo para el gobierno federal, los partidos políticos y los intelectuales que apoyan la reforma
educativa. El eco del Informe presidencial duró apenas un día. La rechifla a Jesús Zambrano es sólo la primera de muchas que le esperan.
Las protestas han hecho evidente la enorme incapacidad de políticos y comunicadores para comprender la naturaleza, la composición y el comportamiento del magisterial nacional. Cada dos días se anuncia el inminente fin del problema y el retorno de los mentores a sus estados. Incluso, la prensa muestra imágenes de profesores haciendo sus maletas. A pesar de ello, cada día llegan más docentes a la ciudad de México y se incrementan sus protestas en otros lugares del país.
Como estrategia de solución del conflicto, el gobierno federal optó por administrarlo y desgastarlo. Fracasó. En lugar de apagar el descontento, lo extendió y radicalizó. Finalmente, optó por la represión. Aunque de inmediato cosechó los aplausos de quienes piden mano dura, hizo evidente el fracaso de su política previa, y revivió el fantasma de Atenco. Pero tampoco le resultó. Con el uso de la fuerza pública para desalojar el Zócalo, en lugar de acabar con el movimiento, precipitó su crecimiento. Los maestros fueron cobijados por una espontánea, masiva y conmovedora oleada de solidaridad popular. El malestar amenaza ahora con extenderse a las universidades públicas, como lo muestran los paros estudiantiles contra la represión, en la UNAM y la ENAH.
Si la imagen del poder es el poder de su imagen, dos estampas resumen el costo que el conflicto magisterial ha tenido para el gobierno federal. Este 15 de septiembre, en una verdadera fiesta popular, con la explanada del Monumento a la Revolución llena a tope, miles de maestros democráticos y sus aliados dieron el grito de la
resistencia y desobediencia. Una y otra vez corearon la consigna de
¡Urgente! ¡Urgente! ¡Evaluar al Presidente!. Entonaron, también, el Himno Nacional y rindieron honores a la bandera, como lo hacen cada lunes del calendario escolar en todas las escuelas del país. A poca distancia de allí, con el Zócalo vigilado, en un acto poco concurrido y con acarreados del estado de México, entre abucheos y silbidos, Enrique Peña Nieto vitoreó a los héroes, canceló su participación en la cena en Palacio Nacional y se retiró para atender la emergencia de las lluvias.
Twitter: @lhan55
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