lunes, 18 de agosto de 2014

Cultura privatizadora, atmósfera "natural" / Víctor Flores Olea


lun, 18 ago 2014 09:03
Por supuesto, la estrella de la información en estos últimos días ha sido la de la reforma de los energéticos, que en la práctica privatiza Pemex y abre al libre mercado nuestra producción y distribución de hidrocarburos. Un primer punto que llama la atención es el hecho de que, hasta ahora, hayan sido tan raquíticas las manifestaciones y presiones sociales para impedir el transe.
No es fácil descifrar el enigma, pero me atrevo a formular algunas hipótesis, y hay otras, que no necesariamente tienen un orden jerárquico. Primero, el hecho de que la sociedad vive una atmósfera contundentemente privatizadora (¡los negocios y el dinero privado, como objetos centrales del deseo sobre todo entre los más jóvenes), que se difunde masivamente a través de todos los medios de comunicación, por supuesto la TV (¡Televisa y congéneres!), pero también la prensa y las redes sociales (aun cuando estas hayan sido muy útiles como difusoras de variedad de nuevos valores y formas de vivir (desde la normalidad de las parejas gay hasta sus matrimonios).
Y el hecho nada despreciable de que en los 75 años de vida de Pemex, sobre todo en las últimas dos o tres décadas, bastante después de la hazaña nacionalizadora de Lázaro Cárdenas, la empresa del Estado se convirtió en un nido de raterías y corrupción que la opinión pública no veía con buenos ojos, y menos dispuesta a dar batallas en su favor. ¿La empresa ya no era rescatable como empresa socializada rigurosa, eficaz y limpia en su funcionamiento? En todo caso resultaba casi imposible pensar en esta salida en vista de nuestros últimos gobiernos y sobre todo del actual, absolutamente proclive al neoliberalismo y a la visión del crecimiento como una función eminentemente de los privados.
Claro está que la presión mundial y del grupo oligárquico en México en favor de las privatizaciones y en considerar al desarrollo como una obra eminentemente empresarial, y tuvo un efecto contundente en esta “tragedia” histórica, en esta traición y regresión constitucional como han dicho otros, del ala  de la izquierda en el Congreso. El inteligente senador por el Estado de México Alejandro Encinas, se pronunció por una solución distinta, no privatizadora, como al final se impuso, al decir que se trataba “de recuperar el carácter original de la empresa, acotar la burocracia, acabar con la discrecionalidad, así como con la corrupta dirigencia sindical, para disponer de recursos para inversión, desarrollo tecnológico e incremento de la productividad sin violar la Constitución, privatizar ni empeñar un patrimonio fundamental de nuestra nación”.
Como se sabe, el final de cuentas, se impuso el mandato del Presidente de la República, acompañado por el PRI y los otros partidos que cubren los atropellos, todos votaron mayoritariamente en favor de las leyes secundarias que implican esos desmanes anunciados y otras graves regresiones. Lo que resulta irónico (además de trágico), es que los responsables de este “cambio modernizador”, más allá de los jilguerismos habituales, en copia de los de Peña Nieto, han sido básicamente incapaces de explicar el programa del futuro, quedando en el aire y en los buenos deseos no sólo “la millonada” que esperarían de estas transformaciones mexicanas, sino sobre todo un plan de desarrollo industrial-nacional en sus diversos aspectos como resultado de esta magna privatización. Tal fue la objeción básica que formuló con razón, recientemente, Cuauthémoc Cárdenas, en el programa televisivo de Carmen Aristegui: la glorificación de un futuro que sólo beneficiaría a los empresarios extranjeros y nacionales, y la total imprevisión de controles sobre el dinero que se recibiría, que no parece justamente orientado al desarrollo nacional sino a engrosar la cartera de los empresarios privados, de aquí y de allá.
En esta competencia de buenos deseos y de extremos discursivos (y negocios), que proclaman las reformas como nueva piedra angular del desarrollo mexicano, decíamos  que no hay siquiera una alusión a los controles de la corrupción y a la rendición de cuentas en materia de los dineros a que se supone dará lugar la reforma. Claro, no podía ser de otro modo, porque de lo que se trata es de tener las manos y las uñas libres para actuar en beneficio personal, que es el verdadero resorte y motivación de la reforma. El actual Presidente y su equipo tienen la ventaja de poder remitir indefinidamente al futuro los beneficios colectivos de la reforma, convirtiéndolos en realidad en algo abstracto y situándolos permanentemente en un mañana que no llega ni seguramente llegará por esta vía.
El gran problema con el que se encuentra es que las necesidades de la inmensa yoría de la población de este país son inmediatas, para hoy y ra mañana. Esto significa que el actual régimen de la “modernidad privatizadora” probablemente no tenga el tiempo para cumplir mínimamente con sus promesas discursivas y llenas de salamerías, ni para las elecciones del 2015 ni del 2018. Y esto significa que se verá en muy serio peligro  de perder electoralmente el poder en algunas de esas fechas , además de que estará expuesto permanentemente a la protesta, a la presión y eventualmente a la rebelión de buena parte de la ciudadanía. Lo que se inició rápido y aparentemente bien tiene el enorme peligro de desmoronarse en la última parte del gobierno Peña Nieto. No sería la primera vez que ocurre en la historia reciente del país: ahí están Echeverría y Salinas para atestiguarlo.
Y no lo decimos sólo por la incapacidad (y corrupción de muchos que manejarán, como ahora dicen en un pésimo español, la “implementación” –galicismo a todas luces- de la reforma), de gestión de estos responsables, sino porque el conjunto nacional e internacional propone otros fines y valores, a los que se plegarán dócilmente los principales responsables, que ya hemos visto actuar en estos días, como mansos voceros de otros intereses que no son los nacionales.
¿Hay posibilidades de revertir las reformas, vía la consulta popular que se ha iniciado o por otros medios? En todo caso, a la postre la historia pondrá en su justo lugar a quienes la efectuaron, que quedarán como atracadores y negadores de nuestra historia. Es difícil el momento del país, pero en estos extremos saldrá también, por la fuerza probada de la nación, la ruta que nos permita superar la dificultad.

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