jueves, 1 de octubre de 2015

La demagogia de los nuevos salarios mínimos

Octavio Rodríguez Araujo
M
éxico es el país de la OCDE con el más bajo salario mínimo, señaló El País (29/09/15). La homologación del salario mínimo (SM) a 70.10 pesos en todo el país sólo beneficia a un número muy bajo de la población, en principio a los 750 mil trabajadores (alrededor de 3 por ciento de la fuerza laboral formal) que recibían el SM en la zona B y que ahora han sido asimilados a la zona A, única existente a partir del primero de octubre. Este aumento significa menos de dos pesos diarios y convierte el salario mínimo mensual en 2 mil 103 pesos (que es lo que gana un trabajador estadunidense de bajos ingresos en poco más de una jornada de ocho horas).
El editorial de La Jornada del martes pasado bien señaló que el nuevo SM es, además de insuficiente para cubrir las necesidades básicas de una persona (y mucho menos de una familia), contrario a lo establecido en nuestra Constitución (artículo 123), donde se señala lo que debe satisfacer. No es posible que una familia promedio pague vivienda, alimentos, vestido y transporte (para decir lo menos) con un salario mínimo. Sin embargo, en el ámbito rural del país laboran alrededor de 7 millones de personas con la mitad de un SM y su homologación con el aumento que se ha otorgado no cambiará en nada su situación de extrema pobreza ni mejorará su situación en ningún sentido. Para estos mexicanos el demagógico aumento salarial no representará beneficio alguno ni se detendrá su pérdida del poder adquisitivo, que ha venido disminuyendo constantemente desde por lo menos 1982.
Para ellos el aumento del SM representará lo mismo que si se hubiera dado en Finlandia o en Argentina. En lo que sí tuvo razón el secretario del Trabajo fue al decir que “la tarea para recuperar las remuneraciones de los mexicanos todavía es ‘muy, muy larga. Falta muchísimo por hacer’.” Y no se ha comenzado a hacer, es evidente.
Algunos empresarios, que se pasan de optimistas (por no decir otra cosa), declararon que con dichos aumentos podría propiciarse el consumo de los trabajadores y dar dinamismo al mercado interno ( El Financiero, 29/09/15). Nada más fuera de la realidad: ¿qué comprarán los trabajadores con menos de dos pesos de aumento en sus salarios, sin tomar en cuenta a los ya mencionados que no alcanzan el SM? Ni un boleto del Metro para transportarse a su trabajo.
La realidad de las cosas es que el SM seguirá siendo un referente para el pago de multas y algunas prestaciones. No se puede esperar otra cosa, ni remotamente una reactivación del mercado interno, que sería la única manera de lograr crecimiento económico independientemente de los mercados internacionales o de las inversiones directas extranjeras que, por cierto, sólo se dan en rubros de alto valor agregado y grandes ganancias.
En este mismo tenor, los índices de desigualdad en México no variarán significativamente. Los salarios indizados al SM, que no involucran al 57 por ciento de trabajadores de la economía informal, seguirán siendo igual de bajos e insuficientes comparados con los salarios del 10 por ciento de la población con mayores ingresos. No podemos pasar por alto, en nuestro análisis, el valioso estudio de Gerardo Esquivel presentado por Oxfam México sobre la desigualdad extrema del país. En este estudio el autor señaló que al uno por ciento de la población más rica le toca 21 por ciento del ingreso total y que el 10 por ciento más rico del país concentra 64.4 por ciento de toda la riqueza producida en México, y añadió que si el año pasado los cuatro principales multimillonarios hubieran contratado hasta 3 millones de trabajadores mexicanos pagándoles el equivalente a un salario mínimo, no hubieran perdido un solo peso de su riqueza. Lo mismo podría decirse, supongo, a partir de este primero de octubre con el mismo minisalario. Aun con el aumento anunciado, el SM “se encuentra –como también señaló Esquivel– por debajo de la línea de bienestar o de pobreza, y no sólo eso, sino por debajo también del doble de la línea de bienestar mínimo o de pobreza extrema. En palabras reales: un mexicano que trabaja una jornada formal completa y que percibe el salario mínimo sigue siendo pobre. Si con ese ingreso ha de mantener a un miembro más de su familia, a ambos se les considera pobres extremos”.
¿Qué cambia entonces con el nuevo SM? Nada, y es importante tenerlo presente. Seguimos igual.

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