Silvia Ribeiro*
S
ólo seis empresas: Monsanto, DuPont-Pioneer, Syngenta, Dow, Bayer y Basf, controlan 63 por ciento del mercado global de semillas comerciales, 75 por ciento del de agrotóxicos y 75 por ciento de su investigación y desarrollo en el sector privado. Juntas controlan 100 por ciento de las semillas transgénicas comercializadas (ETC, 2015).
Las cifras son abrumadoras, pero las empresas van por más. El 30 de septiembre se retomó en Brasil una iniciativa para legalizar la tecnología Terminator, semillas que se vuelven estériles en segunda generación. Con esto, las empresas se aseguran que los agricultores se vean obligados a comprarles semilla siempre. Si Brasil lo aprobara, tendrá un efecto dominó sobre muchos otros países.
En México, centro de origen del maíz, esas empresas no se conforman con porcentajes aún mayores que la media global. Monsanto y DuPont-Pioneer ya venden 95 por ciento de las semillas de maíz híbrido. Pero aquí, como en el mundo, la mayoría de las semillas y variedades siguen en manos de los campesinos, sus creadores, que producen 55 por ciento del maíz que se consume en México. Por eso las empresas quieren avanzar sobre ese sector, sea contaminándolos con transgénicos o haciendo que pierdan sus semillas haciéndolos adictos a híbridos y agrotóxicos. Ambos son negocios para las mismas compañías.
Varias de esas empresas lanzaron una alianza protransgénicos, con el objetivo de manipular la opinión pública, intentado cambiar su imagen de meros conquistadores comerciales a
actores sociales. Viendo la lista de sus aliados, queda claro que los beneficiados con estas semillasfrankenstein son ellas y unas pocas megaempresas más, las mismas que están transformando el país en un gigantesco comedero de comida chatarra y basura, en desmedro de los alimentos sanos y frescos, de las comunidades, campesinos y culturas que los producen y de la enorme riqueza y diversidad culinaria y cultural del país.
Los transgénicos no son para alimentar a personas: se producen mayoritariamente para forrajes industriales de cerdos, pollos y vacas criados por grandes empresas en confinamiento, condenados desde el nacimiento hasta la muerte, a vivir en hacinamiento, bajo el efecto de antivirales, antibióticos e insecticidas, conviertiéndose en centros de producción de enfermedades, como gripe porcina y aviar, con alta contaminación de agua, suelos y aire. Su segundo destino, en Estados Unidos, es alimentar autos. El resto va para comida industrial cargada de residuos de agrotóxicos, que no alimenta, sino que produce obesidad y diabetes, en una gama de productos industrializados, muchos de los cuales, salvo por la imagen en el empaque, serían irreconocibles como comida.
Coherente con quienes están haciendo negocio con esa destrucción de la salud, el ambiente y las culturas; la nueva alianza protransgénicos en México está constituida por representantes de los mismos rubros: Monsanto, Syngenta, DuPont-Pioneer, Dow, Bayer y otras presentaciones de las mismas, como Agrobio,
asociación civil, cuyos miembros son esas empresas, AMSAC (Asociación Mexicana de Semilleros Asociación Civil), donde esas mismas empresas son los miembros dominantes, junto a 19 asociaciones de grandes criadores industriales de animales y actividades agropecuarias (varias estatales, algunas nacionales, que incluyen a las anteriores). También hay comerciantes de agrotóxicos, fabricantes de forrajes industriales, y ANTAD, que representa a grandes tiendas de autoservicio, donde, nuevamente, se hace negocio vendiendo comida industrializada y chatarra. La repetición y cruce de miembros y patrocinios de esta alianza es nutrido.
Es cínico que estas empresas digan que
México podría ser autosuficiente plantando maíz transgénico, porque ya importa la tercera parte de su consumo nacional de maíz, afirmación que usan mucho, pero es falsa.
Efectivamente, México importa aproximadamente 10 millones de toneladas anuales de maíz amarillo, sobre un uso de maíz en territorio nacional de unas 30 millones de toneladas. Pero aunque este maíz entre al territorio, no es para consumo nacional, sino para el negocio de empresas trasnacionales.
México consume 11 millones de toneladas de maíz en tortillas y otros usos culinarios y produce más de 22 millones de toneladas anuales de maíz: no sólo es autosuficiente, produce el doble de lo que necesita para alimentación. El resto se usa en derivados industriales (4 a 5 millones de toneladas) y forrajes. Es el aumento constante de cría industrial de animales en confinamiento rubro en el que trasnacionales dominan porcentajes cada vez mayores de mercado eliminando a pequeños criadores que demanda maíz amarillo, por lo que el gran volumen de importaciones va para ellos. Se podrían criar menos animales en pequeña escala, con diversidad de forrajes, como siempre se hizo, favoreciendo el combate al cambio climático, la salud humana y animal, generando muchas fuentes de trabajo. Pero las importaciones de maíz a México son un negocio de trasnacionales, no una necesidad nacional. Como explica Ana de Ita, de Ceccam, después de desmantelar la Conasupo, empresas como Cargill, Corn Products International, ADM y grandes engordadores de animales y fabricantes de raciones pasaron a controlar las importaciones de maíz, y lo compran donde les sea más barato, que es en Estados Unidos por subvenciones y volumen. A productores nacionales de maíz muchas veces les queda producción sin vender, e incluso se exporta maíz desde México al mismo tiempo que se importa.
Se trata de todo lo contrario de autosuficiencia: el objetivo de estas empresas es industrializar todo, terminar con cualquier producción sana e independiente de alimentos, para controlar ellas desde las semillas hasta los supermercados.
*Investigadora del Grupo ETC
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