Bernardo Bátiz V.
T
anto el secretario de Educación, Aurelio Nuño, como su vasta red de voceros en todos los medios de comunicación al servicio del régimen dicen que actúan como guardianes de la ley; su argumentación frente a las protestas de los maestros contra la reforma educativa ha sido cerrada, seca, contundente;
esa es la ley vigente, dicen,
y la tenemos que aplicar, argumentan, y agregan:
si quieren dialogar, primero acepten la realidad irreversible de la reforma y se acabó, si no lo hacen así, no habrá diálogo. Hablan con la misma arrogancia del virrey de Gálvez,
a ustedes sólo les toca callar y obedecer.
Los maestros no se han conformado con ese triste papel que les han pretendido asignar; perciben que la reforma contra la que se oponen es también, a la larga o a la corta, lesiva a toda la nación y viven en carne propia los daños que ellos resienten de inmediato, amenazas, inseguridad en el empleo y menosprecio ofensivo a sus carreras magisteriales.
Están o más bien estaban, entre la espada y la pared, la disyuntiva que la reforma les pretendió imponer es ésta: si te evalúas, conservarás temporalmente tu empleo, pero pierdes antigüedad; si sales bien, tendrás que seguirte evaluando periódicamente y puedes, un día indefinido, quedar fuera; ahora, si no te evalúas, pierdes tu empleoipso facto. Como dice la coplilla de Manuel de Navarrete:
Cuando con los linces juegas a ensartarla, si la ensartas pierdes y si no, perdiste.
Con la reforma, los trabajadores de la educación no pierden
privilegios, como maliciosamente se dice, pierden derechos laborales y seguridad para el futuro; sus carreras magisteriales quedan en riesgo permanente y bajo la amenaza de que la discrecionalidad y los caprichos de los burócratas en turno definan si salieron bien o mal en la evaluación; sin metáforas, en esta lucha están jugándose su futuro personal y el de México.
La ley fue, en efecto, como dicen tanto quienes la defienden, aprobada por las cámaras, está en vigor; es cierto, lo que no dicen ni quieren escuchar es que se trata de una ley injusta y desde luego derogable; priva a los docentes de derechos de los que disfrutaban legítimamente y según los analistas que saben del tema, la reforma va en camino de la privatización de la educación. Por eso los maestros se oponen a ello con toda energía y gran valor.
Los funcionarios encabezados por el secretario de Educación dicen sin más que la ley es la ley; dura lex, sed lex. Pero esto no es así. Las leyes no son inamovibles, se puede derogar y se pueden abrogar; así sucede con frecuencia; es una facultad del legislador común o del constitucional, una nueva ley lleva siempre implícita la derogación de la anterior; una reforma es una manera de modificar la ley sin sustituir todo un cuerpo del articulado, sino tan sólo una parte del mismo.
Quien tiene que hacer las leyes, modificarlas, derogarlas o abrogarlas es el Poder Legislativo. A él se deberían dirigir los ciudadanos para exigirle los cambios que sean necesarios, pero desde hace mucho y más acusadamente desde el Pacto por México, en nuestro país el Poder Legislativo renunció a su representación soberana, y aprueba y desaprueba lo que el Presidente les ordena. A su vez, el Presidente no se manda solo, pero ciertamente no es al pueblo al que obedece. ¿Qué hacer, entonces, cuando se trata de corregir una mala ley?
Una opción fue plantear la discusión, dar argumentos. Se trató de razonar y hubo cerrazón. La ley no se discute –dijo Nuño– sólo se cumple; pues no, con esa actitud, con la campaña de calumnias en su contra y con las graves amenazas, algunas cumplidas, se orilló a los maestros a responder con dignidad y valor.
Dijeron con toda razón: la ley sí se discute, sí se critica y, lo más importante, sí se puede derogar, lo aclaró muy bien en un discurso hace unos días el doctor Jaime Cárdenas, constituyente de Morena; si reformarán la llamada ley 3 de 3 por petición de unos cuantos empresarios, por qué no la represora ley educativa a petición de miles de maestros, de padres de familia, de expertos en pedagogía.
El proceso se dio así: como decían que eran pocos, no los recibían; como decían que eran alborotadores, los encarcelaron a miles de kilómetros de sus casas; como creían que tenían miedo y vieron que no lo tenían, acabaron disparando y matando. Pero nada detuvo a los maestros y al pueblo que se les unió. La lección es para todos, las autoridades desconcertadas aceptan recibirlos, dejando a Nuño en la estaca. Gobernación los recibe buscando una salida que medio lave la cara al régimen.
Por lo pronto, quedó claro, hay un cansancio y un
hasta aquí; conviene que quede claro también que la llamada reforma educativa sí se puede derogar, si el pueblo soberano lo pide y que, mientras no se dé marcha atrás en esta ley injusta y en otras semejantes, la lucha continuará; si las correcciones necesarias no son aceptadas por los gobernantes, el pueblo lo seguirá exigiendo y él es quien manda.
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