lunes, 20 de junio de 2016

El jaguar y la serpiente

César Moheno
A
partir de 1943, gracias a los trabajos de arqueólogos, etnohistoriadores, restauradores, historiadores del arte, los hombres y mujeres de México hemos introducido en nuestro vocabulario la palabra Mesoamérica y, junto con ella, la noción de arte mesoamericano. La idea nombra el área geográfica y cultural que, al través de centurias, se desarrolló en lo que hoy es la mitad meridional del territorio de México y parte de Centroamérica.
Así hemos sabido que hace tres milenios la sofocante selva verde y el suelo incierto de los pantanos disimulados por manglares y por enjambres de jacintos, recibieron la huella del espíritu. Por primera vez surgió una convivencia civilizada y una visión del mundo articulada en mitos, en ciudades, en símbolos de piedra y barro. En la costa del Golfo de México se prendió la chispa que propició el paso del estado de la naturaleza al estado de la cultura: La Venta. En esta ciudad comenzó la planificación urbana, la creación de esculturas monumentales, la alegoría del mundo en barro y jade. Allí nació un elaborado código de imágenes y signos.
El sistema de representaciones –sea en su forma, sea en sus temas– es inconfundible: domina la marcada preferencia por el volumen, la pesadez de la materia y, sobre todo, una perfecta proporción. En voz de José Emilio Pacheco: Bloque o montaña/ un solo rostro/ un astro caído de una historia inescrutable.../ selva de la inmovilidad, padre de piedra.../ vestigio de qué dios decapitado. En La Venta, el jaguar y la serpiente comienzan a regir como signos de la eterna renovación de la vida. ¿Cómo asegurar que el jaguar significa lluvia y fertilidad o si es tierra o lluvia la serpiente?
En el mundo todo será así de una ideal geometría. Con la civilización, muda su rostro sin tregua la naturaleza, la mudanza marca la historia de los hombres. Monte Albán, cumbre en la montaña, ciudad funeraria y religiosa en donde se advierte a plenitud la cultura clásica zapoteca. En ella el lenguaje arquitectónico se desarrolló con prístina claridad: espacios cerrados en la majestad de sus plazas y volúmenes de poca altura en los cuerpos piramidales.
En Monte Albán se asienta una tradición por el relieve escultórico. Así se aprecia en Los danzantes, relieve que combinado con grabados dota de inusitada animación a las figuras humanas. Exclama ante ellas Carlos Pellicer: ¡Alabemos! ¡Alabanza! Dancemos y los actos de estos hombres serán regidos por esta danza. Dancemos, que de la danza se hará el espejo del alba.
Esta maestría de los relieves se encuentra en las estelas. Los zapotecas fueron grandes escultores. Sus singulares urnas de barro representan a dioses y diosas modelados en tres dimensiones. En tiempos de máximo esplendor proliferan las formas, los tocados crecen en proporción desmesurada y los rostros se cubren con máscaras de rasgos fantásticos.
Casi contemporánea es la ciudad donde los hombres se convierten en dioses, Teotihuacán. Oigamos la voz de Pellicer al describirla: El hombre dejó aquí los volúmenes claros:/ conjugó el horizonte con la montaña: dio/ líneas horizontales cortando los taludes… Su material de ideas, sólidamente puras/ conglomeran espíritu: la tierra, el sol, la vida/ Hay una geometría cuyo ritmo congrega/ lo florido del día con el fruto nocturno./ El hombre amó la paz en este enorme juego de volúmenes. Aquí es tan jaguar el sol, que pasa silencioso/ las horas son las manchas de su piel. Y en el hombre/ un tragaluz se abre para poder hablar.
Todo este universo que se construye en tiempos ritmados para esquivar el rayo, dirigir el viento, dominar la inundación y la sequía culmina en México-Tenochtitlán.¿Quién si no podría conmover los cimientos del cielo?
Al acercarnos a este mundo dos caras encontramos en su arte: lo aterrador y lo sublime. Impresiona la riqueza y variedad de sus formas expresivas, su arquitectura, sus artes plásticas y su literatura. Reflejan a un pueblo joven, insolente y profundamente religioso; heredero de una cultura milenaria. Sólo en 200 años, del 1300 al 1519, México-Tenochtitlán se convirtió en eje principal de Mesoamérica. La organización de la ciudad, las monumentales esculturas en piedra y barro, las imágenes de su compleja simbología hechas también en pluma o en metal, incorporan antiguas formas y temas con soluciones nuevas. Tocan la puerta de nuestro corazón y sabemos que a cacería de estrellas/ nos han invitado los dioses/ y a casi todas hemos ido/ pero con otros nombres.../ ¡Qué sueños han sido esos sueños!...
Gracias a Mesoamérica entendemos que los rumbos de los vientos, los colores, el agua, el fuego, todo, en cada instante, está cargado de sentidos. Nos regaló un vocabulario de estilos y maneras donde el jaguar y la serpiente nos invitan, cada día, a dialogar con nosotros. La eternidad, así, parece estar aquí al alcance del tiempo.
Twitter: @cesar_moheno

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