John M. Ackerman
S
orprende la sorpresa frente a la masiva movilización ciudadana en solidaridad con las víctimas de los terremotos del 7 y el 19 de septiembre. Los mexicanos, y sobre todo los jóvenes y los ciudadanos más humildes, siempre están listos para salir a las calles cuando haya necesidad. Lo hemos demostrado una y otra vez a lo largo de las últimas décadas, y de manera particularmente destacada durante los últimos dos lustros.
El
voto por votode 2006; la lucha contra la privatización petrolera de Felipe Calderón, en 2008; el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, en 2011; #YoSoy132, en 2012; las luchas contra la reforma educativa; la reforma energética y todas las reformas del Pacto por México desde 2013; la constante solidaridad con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y el movimiento del Instituto Politécnico Nacional a partir de 2014, y la enorme movilización popular a raíz del gasolinazo de 2017, son solamente algunos de los ejemplos más evidentes de la gran conciencia y generosidad de los mexicanos.
Hoy, una vez más, nuestro noble pueblo toma las calles para ayudar, para denunciar y para resolver los problemas más urgentes de manera autónoma y solidaria. Como siempre, las autoridades se han quedado rebasadas. Sus mezquinos e hipócritas esfuerzos por apropiarse de la ayuda ciudadana (Graco Ramírez, Angélica Rivera, Silvano Aureoles, etcétera) y por lucrar políticamente con la tragedia de miles de ciudadanos (Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Mancera, Alejandro Murat, Manuel Velasco, etcétera) han quedado evidenciados por las constantes denuncias ciudadanas en las redes sociales y el gran trabajo de investigación de parte de los medios independientes.
Las grandes empresas monopólicas también lucran con la tragedia. Televisa utilizó la falsa historia de la niña Frida Sofía, supuestamente atrapada viva entre los escombros del Colegio Enrique Rébsamen, para generar audiencia y distraer la población del abandono de comunidades enteras afectadas por el sismo. Mientras, empresas como Bonafont y Ciel hicieron su agosto con las masivas compras ciudadanas de agua embotellada para los damnificados. Los supermercados, como Soriana y la Comercial Mexicana, y las grandes cadenas estadunidenses, como Homemart y Walmart, también engrosaron sus bolsillos a raíz de la solidaridad popular.
Los sismos también sacudieron al Instituto Nacional Electoral (INE) y a los partidos políticos del régimen. De un día para otro, Lorenzo Córdova, el Consejo General del INE y el PRIANRD de repente cambiaron de opinión y ahora aceptan la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de canalizar los recursos etiquetados a los partidos hacia la reconstrucción del país. Desde que el tabasqueño propuso, en 2015, donar 50 por ciento del presupuesto de Morena a la creación de universidades gratuitas y, hace unas semanas, contribuir un adicional 20 por ciento a las labores de reconstrucción en Oaxaca y Chiapas, las autoridades electorales y los voceros del régimen se habían burlado del supuesto
populismodel tabasqueño e insistido en que era estrictamente ilegal dar cualquier otro uso a los recursos partidistas. Pero ahora todos marchan al ritmo de las demandas ciudadanas retomadas desde hace mucho por López Obrador.
Lo mismo ocurre con respecto a la austeridad republicana, una de las propuestas insignia de Morena desde sus orígenes como un movimiento ciudadano y popular. Ahora resulta que el mal llamado Frente Ciudadano se suma a la iniciativa de Morena de acabar con todos los gastos superfluos de la burocracia federal así como congelar la contratación de publicidad gubernamental. Sólo falta incluir la eliminación de las pensiones de los ex presidentes, la venta del avión presidencial y la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto para que el consenso sea total.
No han faltado los esfuerzos por desarticular y despolitizar la acción ciudadana. Al gobierno le urge que los jóvenes regresen a sus casas y que las amas de casa prendan de nuevo sus telenovelas, para poder regresar lo más pronto posible a la
normalidadde la impunidad y la ineptitud gubernamental. Las autoridades y los oligarcas tienen miedo al vasto movimiento social que podría surgir de los escombros de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, estado de México y Ciudad de México.
Una vez superada la emergencia humana, inevitablemente vendrá una enorme ola de indignación y de cuestionamiento social: ¿Quiénes son los responsables por la pérdida de vidas? ¿Quiénes han lucrado indebidamente con la tragedia?¿Cuáles son las raíces estructurales de la enorme crisis humana que afecta a todo el país? Los desastres naturales nunca generan por sí solas la muerte o la destrucción. Siempre hay responsabilidades políticas, institucionales, económicas y legales.
La enorme caridad y solidaridad que hemos atestiguado en los últimos días no tiene precio. Pero no sirve de nada abrir el corazón si no abrimos también los ojos. Aparte de reconstruir las casas y las vidas de los damnificados, también tenemos que rescatar todo el país de las garras de las aves de rapiña que han derrumbado desde hace décadas la institucionalidad democrática y el bienestar social.
Twitter: @JohnMAckerman
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