Abel Barrera Hernández*
D
esde nuestra tierra sureña, donde los huracanes y los sismos nos tienen en vilo, extendemos nuestros brazos a las familias de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla y Ciudad de México, que perdieron a sus seres queridos y se quedaron sin hogares. En nuestro país el dolor se hace más grande y más profundo porque en menos de dos minutos el 19 de septiembre, muchas vidas se perdieron, y no sólo las casas y los edificios se derrumbaron, se truncaron también los sueños de muchas personas.
Llevamos tres años removiendo los escombros que los titulares de la PGR amontonaron con cientos de expedientes para fabricar su
verdad histórica. Con gran perversidad el gobierno difundió por televisión cómo hicieron trizas a nuestros hijos. Prefirieron el morbo que las pruebas científicas. No se tentaron el corazón para decir que sólo fragmentos de huesos y bolsas con cenizas habían quedado de nuestros hijos. Se mancharon de sangre y mancillaron la honorabilidad de nuestros muchachos. Dijeron que eran parte de las organizaciones criminales y que iban a boicotear el informe de la esposa del alcalde de Iguala.
Ocultaron bajo esos escombros toda la trama de la desaparición de nuestros hijos. Desde Mezcala hasta Iguala, los policías municipales, así como los agentes federales y el Ejército se confabularon para atacar a los estudiantes. Creyeron que abriendo más la herida de nuestros corazones desfalleceríamos y nos dejaríamos convencer de sus mentiras. Ni el dolor ni el suplicio al que nos han sometido nos doblegó. Nos hemos afianzado como un grupo que sabe luchar y que no nos tiembla la voz para encarar a las autoridades. Ayotzinapa es ahora el hogar de los 43 padres y madres de familia. Hemos hecho nuestras sus consignas y su militancia. En las múltiples protestas hemos aprendido que nuestra escuela normal es la cuna de la resistencia. La trinchera de la dignidad.
El auditorio de la escuela es nuestro salón de clases donde los enviados de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), el Mecanismo Especial de Seguimiento, el representante de la Oficina del Alto Comisionado para las Naciones Unidas en México y el relator especial sobre la situación de los defensores se han sentado a nuestro lado para documentar nuestra lucha y hacer suya nuestra causa.
El sismo de este 19 de septiembre también lo sentimos estando juntos en la normal, cuando planeábamos nuestras actividades en la capital del estado y en Ciudad de México. Todo se cimbró, creíamos que nuestra escuela se derrumbaría. Nos mantuvimos en pie y también los edificios permanecieron incólumes. Ya no pudimos realizar nuestro acto político cultural de las 43 esperanzas, porque la tragedia nos embargó a todos. Varias compañeras y compañeros que se encontraban en México sintieron cómo se estremecía la ciudad, y ante el colapso de los edificios fueron testigos de cómo llegó la gente de todos lados para extender sus brazos y rescatar a las personas atrapadas.
Sentimos muy fuerte su dolor, porque sabemos lo que significa luchar sin descanso para encontrar a los seres que amamos. Los sismos, al igual que el gobierno, nos quieren aplastar y desaparecer. Se obstinan en sepultar lo que más queremos: la vida y el futuro de nuestros hijos. Pese a esta arremetida de la naturaleza y de un poder impúdico, tenemos en México una fuerza muy grande expresada en la solidaridad de miles de mexicanos que han salido a las calles para adentrarse en las oquedades de los edificios para rescatar vidas. Esa vitalidad de la sociedad que va en auxilio de la gente que es víctima de la devastación, es la misma gente que nos ha abrazado, que nos ha acompañado en las grandes marchas de Ciudad de México. Es el gran movimiento de ciudadanos que nos ha dado la fuerza para romper el muro de la impunidad y resquebrajar un sistema de justicia obtuso que protege a los perpetradores y que encubre a los policías y militares que participaron en la desaparición de nuestros hijos. Estos brazos que hoy pasan de mano en mano los botes de concreto, son los mismos brazos que se han extendido para cobijarnos y hacer menos cruento nuestro dolor.
Por ellos nuestra lucha sigue viva. Gracias a su acompañamiento nos mantenemos unidos y con el espíritu combativo. Hemos llegado muy lejos ondeando la bandera de los 43. La misma CIDH ha emplazado al gobierno federal para que atienda las líneas de investigación del GIEI. La loza más pesada que no hemos podido remover es la postura inflexible del gobierno que defiende a ultranza su verdad histórica. Cuando hemos empujado en las investigaciones propuestas por el GIEI, los lacayos del gobierno nos obstruyen el paso para remachar que la incineración de los 43 estudiantes en el basurero de Cocula es su hipótesis más consolidada.
Hemos insistido a la procuraduría que investigue al Ejército que estuvo presente en la noche del 26 de septiembre; sin embargo, el pacto de impunidad que prevalece entre las altas esferas del poder los vuelve inmunes. No hay autoridad civil que tenga la fuerza para exigir que miembros del Ejército rindan su declaración ante las autoridades.
Pese a que existen pruebas de la participación del Ejército en la desaparición de nuestros hijos, las autoridades en lugar de garantizar una investigación imparcial cierran filas para impedir que se avance en esta línea. El poder militar se ha erigido como un poder supremo que a nadie rinde cuentas. Su presencia es para atemorizar y someter a la población civil. Se han apoderado de las instituciones de seguridad pública y cuando aplican su plan DN-III-E se erigen como la autoridad máxima que impone su ley marcial para excluir la participación de la ciudadanía. Desechan cualquier iniciativa o propuesta de expertos en salvar vidas para mantener el monopolio de la información, salvaguardando la buena imagen del gobierno.
Los padres de los 43 estudiantes desaparecidos los saludamos y abrazamos, y queremos que sepan que desde aquí también luchamos por ustedes, que nuestras acciones en este tercer año de búsqueda de nuestros hijos y exigencia de justicia nos unirán más con su lucha. Iremos a su encuentro como lo han hecho con nosotros. Estaremos en los lugares donde se atisba la esperanza de que sobre los escombros late la vida de nuestros seres queridos. Así en esta ardua lucha que busca rescatar a nuestros hijos nos uniremos para remover estos escombros que nos hacen sufrir y que nos impiden ver el horizonte con esperanza. En este 26 de septiembre nos fundiremos en un abrazo en medio del dolor para que resplandezca el rostro de las personas que amamos.
*Antropólogo. Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
No hay comentarios:
Publicar un comentario