Nueva tragedia, nuevas esperanzas
E
l sismo registrado ayer en vastas zonas del centro del país –Ciudad de México, estado de México, Morelos, Puebla y Guerrero– minutos después de las 13 horas, dejó saldo de más de dos centenares de muertos, cifra que por desgracia tenderá a aumentar en los días próximos, al extenderse la información. El movimiento telúrico provocó severa devastación material y se abatió sobre una nación ya golpeada por las lluvias de los primeros días de mes, así como por el terremoto del 7 de septiembre y el huracán Katia.
El más reciente eslabón de esta sucesión de catástrofes ocurrió precisamente en la fecha en que se conmemora el temblor que destruyó parte de la capital y de numerosas poblaciones en 1985, y momentos después de la realización de un simulacro preventivo.
Aunque la coincidencia pueda resultar impresionante y estremecedora, la ciencia explica que se debió al mero azar de los movimientos geológicos. Pero además, desde las primeras horas del movimiento telúrico de ayer se produjo una concordancia histórica con el sismo de 1985: ayer, como hace 32 años, la gente se organizó de manera espontánea e inmediata para acudir en auxilio de quienes quedaron atrapados en escombros, para asistir a los heridos y dar agua y comida a los brigadistas instantáneos que proliferaron en las zonas afectadas.
Las pérdidas de vidas humanas, la destrucción material y el abatimiento colectivo que genera de manera inevitable un terremoto como el de ayer se suman a la sobreposición de catástrofes documentadas en lo que va del mes y a las preocupantes situaciones económicas y de seguridad en las que vive la mayor parte de la población del país.
Se requerirá empeñar un esfuerzo adicional de solidaridad para con los afectados por las consecuencias terribles de este movimiento telúrico y, a largo plazo, la planificación de tareas de reconstrucción adicionales a las que ya se requieren en Oaxaca, Chiapas y otras entidades para remontar los efectos del sismo del 7 de septiembre y de los fenómenos atmosféricos coincidentes.
En la circunstancia presente, la organización independiente de la sociedad para solidarizarse con sus integrantes en desgracia es una herencia formidable y un gran asidero para hacer frente a los amargos efectos de los terremotos de este mes. Se han multiplicado las tareas de ayuda, salvamento, curación, abasto urgente y reconstrucción, y cabe esperar que en la misma forma se extienda y multiplique la generosidad y la empatía que caracterizan a la sociedad profunda de México y que permanecen intactas y robustas, a lo que puede verse, y victoriosas por sobre el individualismo, la mezquindad y la descomposición social que ha experimentado el país en las pasadas tres décadas; justamente, el periodo que nos separa del sismo del 85.
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