jueves, 21 de septiembre de 2017

Y el 19 volvió a temblar... dicen que fue porque la Tierra tiene memoria

Luego, sólo silencio... cesó la alerta sísmica; ¿quién le dio permiso a la muerte?

Como tocados por una chispa, hombres y mujeres empezaron a organizar la ayuda
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Los dueños del edificio de Ámsterdam 25 lo pintaron recientemente para cobrar más por la renta. Ayer sucumbió al sismo de magnitud 7.1Foto Yazmín Ortega Cortés
Miguel Ángel Velázquez
 
Periódico La Jornada
Miércoles 20 de septiembre de 2017, p. 17
Y luego solo silencio. Cesó el ruido de las sirenas de alerta, no se escuchaba el sonido continuo del pasar de la energía eléctrica, los motores enmudecieron, y las lenguas parecían muertas: ¿Quién le dio permiso a la muerte?Ayer, martes 19, volvió a temblar, y dicen que fue porque la Tierra tiene memoria.
Y también los hombres y las mujeres que salieron de sus casas, de sus oficinas, de todas partes, y primero, unos instantes, miraban y miraban, daban vueltas en un mismo lugar; y luego, como tocados por una chispa, empezaban a organizar la ayuda, esa ayuda que rompió el silencio a gritos que pedían cubetas para acarrear piedras, escombros, que se quebró con el pisar recio de los que corrían en busca de algo para cavar, de los que pegaban la oreja a los muros yertos para tratar de oír vida; de los ojos, en fin, que lloraban y lloraban su impotencia ante el resultado de la negligencia de las autoridades del gobierno que permitieron que se habitaran edificios con el sello claro, indeleble de la desgracia.
Esa pregunta se repetía la gente, que aún con el polvo enturbiando el aire, no podía explicarse por qué estaba habitado el edificio de Ámsterdam 25, en la esquina con Cacahuamilpa. Sí, hace algunos días lo habían pintado de verde, le maquillaron la fachada buscando esconder las heridas, nunca cicatrizadas, causadas por sismos pasados, y para pedir unos miles más por la renta.
Por eso, uno de los condeseros se animó a poner en un local de la fachada una tienda de antigüedades que empezaba a ser comentario entre el vecindario. El negocio quedó aplastado... ni siquiera se nota entre los escombros. Aún no ha llegado ayuda, aún no son las dos de la tarde, pero los vecinos ya iniciaron su trabajo. Alguien grita y grita un nombre... no hay respuesta. La gente ya habla de una, y dos mujeres fallecidas.
¿Quién le dio permiso a la muerte? Todos en la Condesa sabían que ese edificio, que permaneció deshabitado, por peligroso, meses y años, de pronto empezó a poblarse con gente que pagaba un renta increíble para la Condesa. El edificio se llenó parcialmente. Una parte era imposible resanarla, se sostenía día a día, como retando a la gravedad.
Pero, ¿quién le dio permiso a la muerte? De alguna manera alguien puso la firma en un papel que permitió que la ambición del o los dueños del inmueble abrieran la puerta a esta desgracia que ya había sido pronosticada.
Ya sabemos, dicen los vecinos, que el permiso lo dio la corrupción. Y vuelve el silencio, y la memoria pica. Este es el edificio que, según declararon sus dueños, tenía la protección del Instituto Nacional de Bellas Artes, y que luego de un intento de invasión, en diciembre de 2015, se empezó a remodelar, y bajo esa idea logró, al principio, obtener hasta 6 mil 500 pesos mensuales de renta, monto que fue subiendo conforme la demanda aumentaba.
¡Hay una fuga, hay una fuga de gas! Todos corren, y la carrera lleva a la siguiente desgracia, al otro permiso. Sobre la misma calle de Ámsterdam, una de las más bellas de la ciudad, en la esquina con Laredo, otra inmensa montaña de escombros anuncia que por aquí campeó la adversidad.
Y en este redondel donde alguna vez existió un hipódromo, en esta parte de la Condesa, como por arte de magia empiezan a llegar botes de plástico, de esos que se usan para la pintura, y palas, y en verdad, también hay mazos, ¿de dónde? Esto no parece real; mucha, mucha gente trae puestos sus cascos, y sus chalecos. Las manos las tienen metidas en guantes especiales, y se cubren el rostro con tapabocas, y han formado una fila que llega hasta el parque México, y se pasan unos a otros las cubetas llenas de escombros de la montaña de la esquina.
Hay bomberos y militares, pero las órdenes las dan los ciudadanos perfectamente ordenados. Ya llegó el agua, alguien vino con los brazos encunados colmados de botellas para ofrecer el líquido; hay otros que van al otro lugar, vinieron a pedir extintores, parece qué hay fuego en el edificio de Cacahuamilpa, y lo peor, el olor a gas avisa de la posibilidad de otra desgracia, pero no sucede.
El temblor del día 7 fue un aviso, y los simulacros que se dieron al principio de la mañana previnieron que las estadísticas de los daños se abultaran, pero hubo alguien que permitió que otra vez las malas construcciones, los peligros manifiestos, se convirtieran en siniestros catafalcos.
Esta vez, si a las autoridades del gobierno de la ciudad les duele la tragedia, no habrá impunidad donde exista culpa. Total, la Tierra tiene memoria y la usa para recordarnos que no se vale revestir la corrupción de olvido, porque sobreviene la catástrofe.
Y como en un acto impensado de venganza, la gente grita, hace ruido, no quiere que le lastime otra vez el silencio, y se pregunta: ¿quién le dio permiso a la muerte?

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