miércoles, 2 de octubre de 2019

Hojarasca y fruto

Luis Linares Zapata
C
oncretar, ya en el gobierno, la obtención de los frutos ofertados durante la compaña electoral es una tarea mayúscula sólo apta para los perseverantes. Y lo es porque la fidelidad al ser propio deviene en ineludibles obligaciones. La congruencia se presenta entonces como imperiosa cualidad de la actuación pública. Remontar los obstáculos que todo cambio acarrea, de manera casi inevitable como cotidiana, se convierte en resistencia primero y lucha encarnizada después por parte de los partidarios de la continuidad. La mínima sospecha de resultar afectados conlleva temores que se intentan socializar. Entran en acción poderosos grupos, con gran capacidad movilizadora de recursos, ante la sólo factibilidad de perder posiciones. La misma incertidumbre desemboca en retobos ante cualquier alteración de lo acostumbrado, sino es que, peor aún, en cerrados rechazos. Aun así, la ciudadanía impone su continua presencia por ver, por sentir, reflejada en su provecho, esos frutos que, a estas alturas, ya no sólo son deseados sino perseguidos con pasión. No cumplimentarlos mina la credibilidad y nubla la esperanza depositada en el voto y, en el cercano futuro, pasará la cuenta pendiente por el desengaño. Las limitantes, que las hay y de variadas clases e intensidades, acompasan la realidad y provocan, a cada paso, continuos retos a superar. Es, por condicionantes como las apuntadas, que hacer de un gobierno el agente transformador prometido sea tarea de enorme complejidad, entrega, constancia e imaginación.
En medio de esta maraña de retobos, incomprensiones y disputas, va surgiendo la naturaleza efectiva y el destino esperado que, paso a paso, definirá a este comprometido gobierno. En especial porque tiene como horizonte la transformación de un caduco orden establecido por otro régimen que permita, a las mayorías, vivir con dignidad. Será esta la ruta que merezca obtener un lugar preferente en la turbulenta historia mexicana de hoy y de mañana. Esa es la férrea, casi heroica tarea que se ha impuesto y señalado para la administración que encabeza el presidente López Obrador. La vara de medida, apuntada con ambición cierta, a muchos parece desmedida. Pero que, ciertamente, alienta a otros decididos a trabajar y hacer suya tal aventura. Porque eso es, precisamente: una aventura de calado que la mayoría decidió emprender. Los costos, que son innumerables y de dureza verdadera, habrán de ser registrados en favor del bienestar colectivo y puntualmente solventados.
En la medida que se avanza en la encomienda así definida van surgiendo los obstáculos a superar. Son cotidianos, masivos, bien coordinados, apoyados en un vasto, poderoso aparato de convencimiento, que conlleva arraigados intereses. La protesta no se hace esperar, toma cuerpo a medida que siente la posibilidad de una ruptura en la continuidad ansiada. La búsqueda de los famosos contrapesos al poder, que se predican extraviados, se torna obsesión al no visualizarlos como agentes activos, presentes. Los balances que todo sistema requiere para su funcionamiento que lleve a refinar decisiones y depurar movimientos, se quisieran, entonces y de complicadas maneras, convertir en oposiciones frontales. Este camino no parece eficaz, ni productivo pues olvida, soslaya, la colaboración, instrumento indispensable para el progreso masivo.
Lo cierto es que la oposición no ha podido articular una visión alternativa a la oferta de AMLO y su proyecto transformador en ruta hacia una sociedad igualitaria. Un cambio que reconozca los enormes pasivos humanos heredados por el neoliberalismo y equilibre los injustos desbalances hoy existentes. El mismo menú de programas, de aliento oficial apreciable, no recibe contrapropuestas que propicien, entre el electorado, inclinar preferencias por ellas. La oposición, sobre todo la que continuamente expresa su sentir e ideas en los medios de comunicación, se aferra a negarle calidad, consistencia y factibilidad a lo todo lo avanzado por el Ejecutivo federal. Lo único que sí a logrado, la crítica mediática, es una convergencia en los tópicos cotidianos a debatir y conciliar la argumentación de rechazo y condena. No es despreciable el efecto que tal estrategia (si la hay) esté ocasionado en la imagen y confianza ciudadana hacia el Presidente y su gobierno, pero debe suponerse que puede ser considerable. Mientras no separen con precisión e inteligencia la hojarasca de lo sustantivo, el Presidente seguirá, sin pausas, avanzando en su proyecto.

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