Luis Linares Zapata
L
os modelos aplicados en varios momentos sobre la nación han sido varios. El más lejano, para los tiempos actuales de prisas, pleitos y lamentos, fue el del nacionalismo revolucionario. A éste le siguió el llamado neoliberal, vigente durante 36 años. El actual –Cuarta Transformación– bajo veloz marcha trata de instalar, al menos, las bases para una sociedad igualitaria. Los tres tienen piezas coincidentes que, por distintas razones, no fueron removidas. Lo cierto es que sus partes, sobre todo las básicas pueden, fácilmente, identificarse. La discusión de si se trata o no de un modelo de gobierno o de país parece fútil. Pensar además que es necesario ensamblar todas y cada una de las heterogéneas y por demás complejas secciones, puede dejarse para un largo estudio.
A partir del inicio de la década de 1980 se trasminó la idea de que el modelo emergido del movimiento revolucionario había llegado al término de su vida útil. La economía cerrada y su consecuencia, la sustitución de importaciones habían sido pilares económicos del pensamiento dominante por décadas. El sector primario, durante años superavitario, había aportado, además de la calma social, la excusa para copiosas como falsificadas votaciones. El autoritarismo gubernamental (presidencial) fue el sustrato indispensable para una paz aceptada. La consolidación y operatividad del partido único fue el eficaz vehículo para la transmisión
pacíficadel poder no relegible. El corporativismo sindical fue un refinado producto de apoyo para el modelo de tiempos calmos en inflación, estabilidad de precios y de cambios externos. La producción agropecuaria requirió de subsidios y sendas agencias en apoyo de sus trabajos. Éstas, bajo el naciente modelo neoliberal, fueron liquidadas incluso de manera violenta.
El nuevo credo, con sus prisas y dogmas siempre mirando hacia los de arriba, dominó el ámbito público. Millones de personas fueron dejadas a la intemperie y el desamparo. Fueron, esos tiempos, de masivas emigraciones al norte. Las nuevas reformas (laboral, energética, telecomunicaciones y otras) fraguadas desde fuera y con ardientes acólitos internos, dieron pábulo a complicidades rampantes y negocios de gran escala aceitados con extendida corrupción.
Al abrir de par en par la economía al capital extranjero (GATT) se liquidó, sin contemplaciones, la estructura industrial prevaleciente. Nada la sustituyó sino hasta años posteriores bajo el paraguas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Este fue el instrumento privilegiado para la integración subordinada del país a la economía mundial de mercado con predominio financiero. La iniciativa individual con su competencia adosada, se introdujo como motor del progreso, del cambio y hasta de la historia. Otro de los pilotes de este modelo neoliberal, en su vertiente política, se bifurcó en elecciones controladas y fraudulentas al tiempo que se hablaba de una inapresable transición democrática.
Llegó la versión del juego de partidos, pero con piso disparejo. Un recambio partidario, sin sobresaltos, fue la consigna. La dupla de negocios público-privados se erigió como regla inapelable de los usos y costumbres nacionales. La impunidad fue el pegamento que hizo factible la desigualdad creciente, ocultada en lo posible. En ambos modelos se aceptó operar con un fisco débil, compensado con el uso, casi irracional, de la renta petrolera. Todas estas partes integrales del neoliberalismo ahora se toman como referentes para el modelo transformador.
El drástico movimiento, iniciado en 2018, indujo un temblor inclemente en el orden establecido. A partir de ese año se inicia, con trepidantes cambios, la llamada Cuarta Transformación, modelo que plantea tajante separación de los intereses privados de la política: un efectivo cambio de régimen. El acento, discursivo y en acciones precisas para la inversión, de los escasos recursos públicos disponibles, quedó impreso en arranques justicieros dirigidos, sin dudar, hacia la base de la pirámide social. La lucha contra la corrupción pasó del discurso a una realidad que, aunque a tropezones, entró en el léxico público diario.
El aspirado balance entre las clases sociales se ensanchó hasta abarcar regiones enteras del país: la hora de los estados sureños había llegado. Y con ello, la gobernabilidad a salvo. Los grandes proyectos del gobierno –tan cuestionados por la oposición– se ubican en esas tierras. Antes de una reforma fiscal se hacen esfuerzos para tapar fugas y recaudar lo posible con las normas establecidas. Se suprimen consolidaciones y demás subterfugios fiscales. La energía se eleva a pivote de independencia, desarrollo y soberanía. Se trabaja, con ahínco informativo cotidiano, para la operatividad efectiva de la vida democrática. Estas son, en breve, algunos de los basamentos del nuevo modelo.
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