Luis Linares Zapata
A
los pocos meses de iniciado el actual sexenio empezaron los consejos y hasta exigencias para cambiar o, al menos, modificar la orientación y los contenidos del nuevo modelo.
Infringía las coronadas reglas del mercado, según opinión generalizada en prensa escrita y audiovisual. Cuando el disminuido crecimiento del PIB no respondía a las ideas de la cátedra difusiva y demás organismos de tendencia neoliberal, arreciaron las peticiones de un necesario golpe de timón a la ruta recién adoptada. Poco se tiene que agregar cuando la pandemia se enseñoreó sobre el país y que, tan duramente, nos aqueja. Entonces, a los consejos, peticiones y mandatos de cambio, se añadieron condenas terminales. Todos los puntos del modelo de nada servían y, con indudables certezas, condenaban al país a la catástrofe. Estas críticas ya habían aparecido un tanto antes pero, ahora, se acompañaban con desprecios e insultos al mismo Presidente, su conductor y guía.
Tal parece que el viento se lleva consigo tan compacta y simultánea presión. Lo cierto es que el Presidente está resuelto a continuar con su pretensión de ser congruente con lo ofrecido al electorado que lo votó. Es, por lo menos, contradictoria la postura de la crítica. Siempre había insistido en el deber de cumplir las ofertas de campaña. Variarlas era anatema para todo aquel que no las honoraba. Pero, a AMLO, se le presiona, todos los días, por cualquier nimiedad. Se pretende inducirlo al abandono de los programas de alivio a los de abajo, reclamando elevados costos e improvisación. Mucho complacería a la cátedra difusiva que, de plano, se tiraran a la basura los deseos de justicia distributiva. Lo sano, alegan con pretensiones de expertos banqueros visionarios, es contraer deuda pública para
salvar empleosa través de las empresas. Nada dicen sobre el costo de servirla o del obligado abandono posterior de asuntos críticos del bienestar colectivo. Todavía el lunes, en su artículo de prensa, el ex secretario de Hacienda ( El Universal) C. Urzúa recomienda usar el crédito flexible del FMI para paliar los efectos devastadores de la pandemia. Ciertamente este crédito saldría más barato que salir al mercado con bonos o algo por el estilo. El propósito presidencial es contrariar las usuales prácticas financieras que provocan desigualdad innegable. Es inamovible su propuesta es invertir, todo lo disponible, para auxiliar a los que siempre han sido excluidos de toda ayuda.
Lo mismo cuenta para los grandes proyectos ya conocidos, combatidos hasta con saña inexplicable. Al Tren Maya le han destinado toda una pira de sentencias. Sin aceptar que será un asunto transformador del sureste y la península, a la vez que creador de miles de empleos e inversiones paralelas. El Aeropuerto de Santa Lucía apenas se desembaraza de la lluvia de inútiles amparos para caer en un cementerio de mamuts que se quiere usar, junto con retobos de pueblos circunvecinos, como motivo de cancelación. Pocos de los críticos han ido a ver lo acelerado de los trabajos y cuantificar los milmillonarios ahorros que acarrea su vigilada construcción. La refinería de Dos Bocas ya se enfila, con certeza, hacia garantizar la independencia energética de petrolíferos que se había perdido. Añadir el pasaje por el Istmo, con los dos eficaces puertos, completa un visionario cuadro que introduce urgentes equilibrios regionales. La concentración poblacional y de apoyos al centro y norte del país, de continuar sin balances, amenaza con graves problemas de gobernabilidad. Pero esto no se considera en las irreducibles críticas.
La severa oposición ha resuelto que la congruencia presidencial con su cometido y mandato, es, según propagan, una cruel pérdida de realidad. Y ésta, tan acertada formulación –casi poética– ya la aceptaron como lugar común. Lo mismo ocurre para la cantinela de que hay una drástica dicotomía en la mente presidencial, entre el pueblo bueno y la élite podrida. Aunque se tiene que aceptar que ahí hay algo de cierto, no es motivo para concluir la adjudicada polarización. La uniformidad beligerante de la crítica condenatoria y terminal es, qué duda, polarizante. Otro hallazgo de íntima intuición: AMLO prefiere el púlpito a la oficina. Este literario pero tonto dicho, permite a los críticos derivar innumerables condiciones de malas políticas públicas. En fin, que la retahíla no acaba aunque, lo cierto es que la transformación avanza por sobre obstáculos que no dejan de ser dañinos.
La dicotomía entre conservadores y liberales se combate desde las entrañas mismas de la crítica. Como si eso desapareciera la lucha de clases que conlleva. Otra frase genial: AMLO, populista secuestrado por su propio cuento, una fábula de su creación. Nada que hacer con tan certera como efectiva sentencia a muerte súbita. Pero, por lo demás, ahí la llevamos sin retrocesos y muchos cambios.
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