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miércoles, 29 de agosto de 2012
El fin de la República
Alejandro Nadal
México vive uno de los momentos más peligrosos de su historia. La destrucción de la república avanza y todo parece anunciar que en poco tiempo el deterioro será irreversible. Las causas profundas de esta devastación son múltiples. Pero quizás pueden agruparse en tres grandes categorías, íntimamente entrelazadas.
En la primera encontramos los factores que moldearon la economía mexicana en los últimos cuatro decenios. Si bien es cierto que el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) enfrentaba problemas desde los años 70, la crisis mundial que estalla en los años 80 fue la fuerza principal que destruyó esa estrategia de desarrollo. La experiencia de otros países demuestra que una política industrial y de ciencia y tecnología adecuada hubiera sido capaz de solucionar las “contradicciones internas”. En lugar de ello, el gobierno (sexenio de López Portillo) escogió ampliar la plataforma de exportación de petróleo sin aprovechar la oportunidad que esto representaba para desarrollar la industria de bienes de capital nacional. Se perdió la gran oportunidad para profundizar el proceso de industrialización.
En 1981 el entorno económico mundial se vuelve hostil: Estados Unidos decide aplicar un brutal aumento en las tasas de interés para frenar su inflación, lo que conduce a una recesión mundial y una caída fuerte en los precios de materias primas. El gobierno mexicano se había endeudado con su proyecto exportador de crudo y la coyuntura le hizo pedazos. La deuda se hizo impagable y la moratoria impostergable. Desde entonces, nuestro país no se recupera.
En los años 80 se abandona la idea del Estado como orientador de la estrategia de desarrollo. Se dice que el mercado es la mejor y más eficiente guía para la economía. Desde ese momento, el desarrollo económico deja de ser asunto de la república y se transforma en juego para las elites, nacionales y extranjeras. El premio en ese juego es la concentración de poder y riqueza. A los problemas estructurales del capitalismo (inestabilidad de la función de inversión, crisis en tasa de ganancia, etcétera), se agregan en el caso mexicano la ceguera y la corrupción.
El resultado es una economía disfuncional, distorsionada e incapaz de generar empleos y de mantener equilibrios sustentables en los agregados macroeconómicos. La concentración de poder económico y riqueza alcanza niveles extraordinarios. Dos terceras partes de la población perciben un salario miserable están en la línea de pobreza y tienen que recurrir a desesperadas estrategias de supervivencia.
En la segunda categoría de factores que contribuyen a la destrucción de la república se encuentra el papel de la clase política y las elites dominantes. En términos generales, estos grupos tienen una lógica de súper corto plazo en la que el enriquecimiento ilimitado (y si se puede, instantáneo) es el principio rector. Una señal inequívoca de decadencia: para muchos en esta casta la ignorancia de la historia y de lo que hoy sucede en el mundo es emblema de orgullo.
También en muchos de estos encumbrados personajes domina un desprecio por las clases trabajadoras, una herencia de racismo y discriminación de clase. ¿Qué si hay desempleo, miseria y desigualdad? ¡Qué importa! Las elites han transformado a la república y sus instituciones en aparato de dominación. La violencia derivada de la supuesta guerra contra el narco es el aspecto más visible de lo anterior.
El poder legislativo es un espacio de componendas y negociaciones turbias. Las directrices principales para la vida de la república no se definen en su seno. El poder judicial es un ecosistema plagado de corrupción. El Estado mexicano ha dejado de ofrecer un espacio para dirimir controversias sociales.
En la tercera categoría encontramos el desencanto popular. Es una sensación basada en la realidad política: los gobiernos que se suceden en esta maltrecha república carecen de legitimidad. La astucia para engañar y robar que despliegan las elites no pasa desapercibida en la nación. El escepticismo puede ser un componente saludable en la vida política, pero cuando es la respuesta popular a décadas de engaño, pillaje y cinismo de las elites y la clase política, se convierte en uno de los elementos más corrosivos en el tejido social.
La historia de Roma se pierde entre mitos y leyendas al desarrollarse la monarquía etrusca. Lo cierto es que al caer la dinastía de los reyes tarquinos se estableció una república que duraría 250 años. Bajo este régimen Roma hizo grandes aportaciones, entre otras, los fundamentos del derecho romano. Durante muchos años el mandato de la ley (lex) caminó de la mano de los dictados de la justicia (ius). Pero al final, el gobierno de la cosa pública (res publica) se destruyó por las crisis económicas, la plaga de los ejércitos privados y la corrupción de sus funcionarios. Suena familiar, ¿verdad? Así se produjo la transición. Los logros de la incipiente lucha por la democracia se perdieron en las tinieblas del imperio y la dictadura.
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