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lunes, 27 de agosto de 2012
La militancia de una nueva izquierda en México
Víctor Flores Olea
¿Qué consecuencias prácticas tendrá la unidad de la izquierda mostrada en la Declaración de Acapulco leída por Marcelo Ebrard? ¿Unidad, pese a la ausencia de Andrés Manuel López Obrador en el conciliábulo político del puerto guerrerense? ¿Simple cesión del liderazgo a Marcelo Ebrard, lo cual tendría por un lado cierta lógica objetiva (incluso los elogios de AMLO cuando negociaron la candidatura presidencial para 2012), y por otro sonaría desmedido y altamente improbable? ¿Cuál será la posición de la izquierda después de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declare válida la elección del 1º de julio y, por tanto, como presidente electo a Enrique Peña Nieto, lo cual es muy posible?
En realidad varias de estas preguntas, y sus respuestas tentativas, han sido ya formuladas en el inmediato pasado, lo cual implica una reflexión general sobre el destino de la izquierda en México, sobre sus inminentes tareas, responsabilidades y posibilidades. Por lo pronto debe admitirse que, otra vez, por las razones fraudulentas que han sido formuladas y repetidas exhaustivamente, una fuerza determinante en la historia del país, en el pasado, presente y futuro, se ha quedado desde el punto de vista institucional relativamente al margen de esa historia. Cuando menos por el hecho de que otra vez, en un país marcadamente presidencialista, se quedó sin alcanzar la Presidencia de la República, un lugar que también para la izquierda es el de excelencia para llevar a cabo su proyecto político y el proyecto de las diversas ideologías. En esto parecerían idénticos los hombres y mujeres de la izquierda y de la derecha, y tal vez en ello radica la debilidad mayor de la izquierda, que no de la derecha, porque desde la primera magistratura se está en efecto en posición ideal para “combinar” intereses con la oligarquía y demás poderes fácticos que pueden imaginarse.
Pero una “izquierda” a la mexicana, presidencialista en primer lugar, parece hoy altamente obsoleta y sin demasiado futuro, desde luego por el hecho de que el presidencialismo de derecha dominante no le ha permitido, y posiblemente no le permitirá, asumir la Presidencia de la República, según se ha visto ya tajantemente cuando menos en los últimos 25 años. Esto nos hace sospechar que una izquierda con el objetivo primordial y casi casi único de alcanzar la Presidencia se queda bien corta en México y también muy corta como proyecto, modo de acción y política práctica.
Temo que tal es la causa fundamental de que un país de tan fuertes tradiciones liberales e incluso izquierdistas deje escapar sistemáticamente la posibilidad de encabezar las instituciones del país. Sobre todo, cuando en el mundo más reciente han hecho su aparición los movimientos sociales que parecen imponerse hoy y llegar más lejos como influencia en las sociedades que los propios partidos políticos. No digo que en México debieran desaparecer los partidos políticos, sino sostengo que una izquierda con posibilidades reales de triunfo no puede limitarse a la militancia tradicional desde un partido político, sino que ha de combinar fuertemente la militancia desde un partido con la intensiva movilización social que hoy tiene particular relevancia política en la mayor parte del planeta.
Militar, desde la izquierda, diría, significa estar presente críticamente en todas las decisiones, conflictos, discusiones, análisis de la realidad nacional e internacional que interesan al país. Y esto supone, en primer lugar, una movilización permanente y una profunda tarea educativa y publicista dirigida a las grandes mayorías sociales, hasta constituir realmente un nuevo bloque histórico hegemónico, como diría Gramsci, capaz de formular (y de imponer democráticamente) una perspectiva, un destino que sea en verdad nacional, popular y social (en el sentido socialista del término). Y todo ello supone, como decíamos, una permanente movilización y militancia, y una educación, capaces de ganar terreno y a la postre imponerse al bloque hegemónico de la derecha que se ha impuesto (en general de manera no democrática) hasta ahora.
No es fácil, pero tampoco es imposible de lograr este nuevo bloque histórico y hegemónico de carácter social, popular y democrático. Pero para ello, como ya dijimos, es imprescindible una ingente tarea educativa y militante que llegue a constituir una nueva mayoría con una renovada perspectiva favorable al pueblo, a las mayorías sociales, y que se imponga por razón natural, que imponga sus criterios y perspectivas sobre los criterios y perspectivas del anterior bloque histórico del pasado, ya superado y obsoleto. Y que efectúe esa nueva configuración social por vías democráticas, lo cual hoy es imprescindible.
También en el sentido gramsciano de los conceptos, lo anterior nos lleva a concluir que la manera de acceder al poder en México se aproxima mucho más definitivamente a la llamada guerra de posiciones del pensador italiano que a la guerra de maniobras del propio Gramsci, que implica confrontaciones continuas, incluso cercanas a lo militar. Sin excluir que la guerra de posiciones, ante la cerrazón y desprecio enemigo, y a su disposición violatoria de cualquier legalidad concebible, pueda exigir en un momento dado decisiones más contundentes.
Se trata, pues, de una lucha permanente que se realiza en varios, muchos frentes; que tiene desde luego un carácter eminentemente político, pero también cultural e ideológico, en el sentido de una batalla múltiple por ideas, principios, por una nueva moral, que implica desde luego el riguroso respeto a los derechos humanos y a la naturaleza. Es entonces, por necesidad, una batalla eminentemente humanista en el sentido de un desarrollo humano pleno e integral. No es suficiente que el hombre se conforme con los bienes mercantiles, que son el punto fijo del capitalismo, sino que sea capaz de trascenderlos para hacer posible un despliegue de existencia pleno y creativo, evadiendo una condición humana que el capitalismo ha fijado de manera prácticamente exclusiva en el consumo, en el hombre consumidor y en el estilo de vida consumista. No, el hombre ha de ser primordialmente creador de nuevos valores y nuevas formas de vida.
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