Luis Linares Zapata
A
la brevedad posible. Sin miramiento ni respeto ciudadano alguno, los legisladores de PRI y PAN respondieron, como voraz pandilla, al llamado del amo. Los centros de poder hegemónico del mundo occidental expresaron de inmediato su beneplácito por los cambios constitucionales efectuados a matacaballo. Sus deseos y órdenes derivadas han sido cumplimentados con puntual mansedumbre. Las puertas, otrora cerradas, que a duras penas mantenía la Carta Magna mexicana, se les abrieron de par en par y sin condiciones. Gozosos legisladores, de los dos niveles de gobierno, a cual más indignos, celebraron rumbosamente su fechoría. Después de ellos, y sus tambaleantes conciencias, poco es lo rescatable del naufragio por venir. Nada queda ya de aquel Estado devenido de la primera revolución social del siglo pasado. Los modernizadores, cabalgando desde el estado de México sobre densos fajos de billetes, soliviantaron las voluntades, ya muy maltrechas, de cuanto político fueron encontrando en su camino. La misma velocidad de su actuar recuerda la de esos malhechores que se amparan en la medianoche para sus ilícitos negocios.
La mal llamada reforma energética se justifica, según el oficialismo, por un montón de falsedades hiladas sin orden ni concierto. Una tras otra, las razones argüidas se encadenan en la propaganda para mostrar en conjunto la ruindad de los proponentes y su desprecio por la inteligencia de los ciudadanos.
Bajarán los precios del gas y las gasolinas, arguyen en su parte medular propagandística.
Se multiplicarán los empleos bien pagados, complementan. Se modernizará la economía y ésta podrá crecer a tasas deseables (más de 4 por ciento del PIB). Habrá una avalancha de inversiones masivas que pondrán a México entero en la ruta del progreso sostenible y acelerado. Las oportunidades para todos serán asequibles y el crecimiento económico quedará al alcance de la mano. El PRI y sus bien conocidos adalides, habrá que recordarlo con precisión, conducirán a la nación al cuasi paraíso.
Unos veinte, treinta, o más años en el futuro se piensan asegurados para que esas pandillas, ahora posesionadas del centralizado Poder Ejecutivo de la República, continúen su labor de enriquecimiento grupal y familiar sin límites. Esa es la expectativa que se abre a sus esforzados y veloces empeños entreguistas. Esa es la esperanza que albergan en sus poquiteras chisteras y acortada visión. Continuar reproduciéndose más allá de un horizonte razonable. Recrear, cuando menos, los mismísimos 70 años de su pasado mando temporal al frente de los botones de poder. Las pandillas priístas no toman en cuenta los estratégicos cambios que han provocado con su apertura. La llegada de las petroleras y sus formidables nodrizas financieras, bajo todo amparo de leyes a modo, tribunales controlados, formidables medios de propaganda afines, apoyos políticos y abundantes capitales, modificarán, de raíz, toda la convivencia organizada del país tal como se conocía hasta el día de hoy, trastocado a toda prisa. Lejos del reparto del botín quedarán todos esos jilguerillos más pagados y menos apreciados que les sirvieron de comparsas. Fútiles serán sus plegarias por las recompensas prometidas después de su labor de zapa. Ahí quedan, grabadas y redactadas, las heroicas filípicas mediáticas de un David Penchyna de indigna memoria. O los oscuros trasteos de panistas, tan menores como el señor Camarillo, de obtusa y menor altura, y de su compinche veracruzano Bueno Torio, que, juntos y osadamente, representaron el papel de obsecuentes escribanos, nunca de creadores de la iniciativa energética. Ésta fue preparada, desde hace mucho tiempo, en las raras alturas donde moran las trasnacionales a las que había que complacer con imperiosa necesidad y prontitud. Los trasteos de los líderes camarales y sus paleros, asesores, ujieres, tontos compañeros de viaje y demás ayudantes, poco incidieron el proceso destructivo del pacto político y social que fundó esta nación. Fueron, simplemente, operarios subrogados de unos cuantos vendepatrias incrustados en el Ejecutivo federal.
La aparente atonía en que parece haber caído la sociedad se irá recomponiendo al paso de los días. La contrariedad existente, mezcla de postración y desesperanza, no durará por siempre. El coraje acumulado de los mexicanos, sin duda alguna, irá creciendo con los maltratos que seguirán ocasionado las tales reformas presumidamente transformadoras. La precarización de los empleos que ampara la legislación recién aprobada seguirá un curso indetenible. La ceguera empresarial de la plutocracia la asegura y agranda. Las tropelías de los concesionarios de las telecomunicaciones no cejarán en sus locas ambiciones de control, riquezas inmediatas y poder. Y, las salvedades energéticas, favorables a los extranjeros, harán que sus negocios aceleren la concentración y las desigualdades. No habrá resquicio para mitigar la pobreza y la exclusión concomitante al modelo en boga hasta que algún imprevisto cambie, no sin ribetes violentos, el desolador panorama actual.
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