miércoles, 18 de diciembre de 2013

Un dato escalofriante de la privatización de Pemex

19 de agosto del 2013

Un hecho, la reforma energética sin oposición. Foto: Ronaldo Schemidt / Agence France-Presse/ Getty Images
Un hecho, la reforma energética sin oposición. Foto: Ronaldo Schemidt / Agence France-Presse/ Getty Images
Alberto Buitre*
La fórmula para reventar a México es sencilla: más pobreza, mayor violencia. No hace falta ser un estadista para entender que un paliativo a los problemas de un país sumido en la barbarie es proporcionar al pueblo empobrecido el mínimo de desarrollo humano. Pero tampoco hace falta demasiado para entender que Enrique Peña Nieto no es un estadista; de tal manera, desde su puesto como títere de los monopolios, administra la mejor operación que acabará por mandar al carajo lo que queda de nación, vía la reforma energética, la privatización de los hidrocarburos.
Los técnicos hablarán. Expertos como la geóloga María Fernanda Campa, el geopolítico Alfredo Jalife Rahme, y hasta Manuel Bartlett han publicado libros, cualquier cantidad de ensayos y presentado varias ponencias advirtiendo la estupidez técnica y constitucional de esta privatización. Palabras de expertos para oídos expertos.
Pero yo soy periodista, y más aún, poco sé de petróleos bitumisosos o exploración en aguas medias. Sin embargo sí sé de pobreza y sus causas. Por eso me quedo con uno de los datos más escalofriantes de la Reforma peñista: Con PEMEX –vendido a manos privadas–, México se quedará sin el 60 por ciento del gasto social que aún proviene del petróleo. Esto significa que de un plumazo, tantos más millones de personas en este territorio sufrirán el aumento imbatible del costo de la salud, la educación y los servicios públicos, como el agua, el gas y la electricidad. Tal encarecimiento ocasionará que muchas empresas, medianas y grandes, eliminen trabajadores de sus nóminas o dejen de contratarlos para sanar el bache en sus ingresos. Aumentará la carencia, la pobreza, cundirá la desesperación.
De por sí México arrastra con más de 150 mil muertos producto de la fallida “guerra contra el narco”. De por sí el 60 por ciento de la población mexicana padece ya la pobreza y de este porcentaje, la mitad carece de lo indispensable para comer, según cifras de la propia Secretaría de Desarrollo Social ¿Y cómo estima el "ilustre" Peña y su horda de brillantísimos secretarios, paliar el desfase presupuestal, producto de la privatización petrolera? Fácil: aumentando impuestos.
La propuesta del Banco de México para homologar el IVA en todos los mercados asciende al 17 por ciento. Al menos de manera oficial. Y dicen que no es IVA; que es “impuesto al consumo”. Y agregan que son recursos para “combatir la pobreza”. ¿En serio? ¿Combatirán la pobreza aumentando el precio de los productos indispensables para vivir? Y sin embargo, la reforma va. Algunos diputados como Ricardo Cantú del Partido del Trabajo, advierten que el aumento del IVA se elevará hasta el 23 por ciento; incluídos alimentos y medicinas. Además, el Impuesto Sobre la Renta (ISR) que actualmente se cobra en una tasa del diez por ciento proporcional a los ingresos, se plantea que se eleve hasta el 30 por ciento.
El halo de maldad que arrastra la privatización de los hidrocarburos impactará de lleno en la clase trabajadora que no tiene seguridad social. Empleados y empleadas de los ámbitos público, privado, y sobre todo, independientes –los freelancers; una capa que ha crecido en México a raíz de la reforma laboral, la cual liquida el derecho de contrato y estipula el salario por horas de la fuerza de trabajo de una persona. Son quienes deben pagar mes con mes al Sistema de Administración Tributaria (SAT) de la Secretaría de Hacienda más de la mitad de sus honorarios en impuestos: 17.5 por ciento de Impuesto Empresarial a Tasa única (IETU); 16 por ciento de IVA; 10.6 por ciento de IVA retenido y 10 por ciento de ISR, más impuestos estatales.
Y aún si el aumento de ISR hasta del 30 por ciento –se maneja que hasta del 37–, únicamente será para quienes ganan 500 mil pesos, lo que sucederá es que las empresas simplemente dejarán de contratar personal o aprovecharán al máximo la Reforma Laboral para prescindir del pago de prestaciones. Entonces habrá como nunca una clase trabajadora empobrecida.
¿Y qué hacer? Se diría que hace falta ir al corazón de la reforma: la fuerza de trabajo que mueve a Pemex; es decir, sus trabajadores. Son ellos quienes tienen el poder de frenar la iniciativa apoderándose de la producción. Pero con un Sindicato de Petroleros en manos del PRI, charro contumaz y corrupto hasta la médula, cualquiera pensaría que no hay más que conformarse con que se dé la batalla legislativa para impedir la privatización. Pero para eso los monopolios dictaron la creación del Pacto por México; la concertación del PRI, el PAN, el PRD y otros partidillos satélites que harán las veces de bisagra de una negociación que ya estuvo firmada en diciembre del 2012, en aquel fastuoso evento en el Castillo de Chapultepec, a los ojos de Carlos Slim y Emilio Azcárraga.
Por supuesto que nos queda la calle. Por supuesto que nos queda la palabra. Sin embargo, no existe mejor fórmula para atacar las reformas capitalistas que yendo a su centro creador: la producción; y de eso se encargarán sus trabajadores. Porque Romero Deschamps no es el Sindicato de Petroleros, como tampoco es eterna su vida. Cierto, la reforma está; pero está equivocado quien crea que la lucha contra la privatización se acaba con una firma de Peña Nieto. Revertir la privatización de este como de todas las empresas concentradas, es una causa que se contará por décadas, si es necesario.
@AlbertoBuitre
*El autor es Premio Nacional de periodismo en México
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