Joel Padrón González*
E
ra muy grande nuestra esperanza de encontrarnos, al comienzo de este año 2015, con los signos que nos anunciaran el nuevo amanecer de una vida mejor para todos. Pero no fue así. La noche del año que terminó continuó implacable sobre nosotros. Nada logra desvanecer todavía el humo negro de la incineración misteriosa e inexplicable, que describen con horror, de los 43 jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero. Continúa nublándonos el camino, la densa niebla causada por las ejecuciones que se repiten, el grito de las fosas clandestinas que continúan impunes, los enfrentamientos entre grupos de poder que pelean su respectivo territorio del que se han apropiado, quién sabe con qué derecho, cubriendo de violencia e inseguridad la vida del país, el creciente descontento de la población que ha llevado a enfrentamientos entre civiles y las fuerzas armadas, las marchas masivas y bloqueos que se repiten a lo largo de nuestra geografía. Y muchas cosas más. Todo esto nos ha impedido mover a México y hacerlo avanzar por donde quisiéramos, rectificando ciertamente el rumbo.
Nos anuncian disminución en el índice de desempleo, en 3.76 por ciento y, al mismo tiempo, la creación de 714 mil nuevos empleos. Esto está bien, pero no basta. Es necesario cambiar de modelo social para defender con firmeza la dignidad y el derecho de los trabajadores ante las exigencias injustas del gran capital, sobre todo a la hora del reparto de utilidades. Y comenzar, de esta manera, a resolver de raíz el hambre y la pobreza extrema de millones de mexicanos.
Nos auguran verdadera procuración de justicia, con el nombramiento, que resultó difícil, del nuevo presidente de la Suprema Corte. Cuando el nuevo presidente tomó la palabra para agradecer a sus compañeros –más bien a la historia– la oportunidad que le estaban concediendo, y que aceptaba con solemnidad, vimos y escuchamos, en ese mismo momento, cómo inmediatamente le gritaron, exigiendo justicia, Acteal, Ayotzinapa y el silencio ensordecedor de tantas fosas clandestinas, aún sin la respuesta esperada desde hace mucho.
Se anuncia también, y con demasiado ruido, como siempre, el comienzo del nuevo proceso electoral. Pero vemos con asombro con qué descaro gran número de servidores públicos, de todos los partidos y colores, están pidiendo licencia, antes de tiempo, para poder contender por un puesto de mejor nivel para ellos. ¿Quién tiene la autoridad para darles la licencia que están solicitando? Si llegaron a su puesto de servicio por medio de verdadera elección popular, están obligados, primero, a cumplir con fidelidad, hasta el último segundo de su administración, el compromiso que adquirieron con el pueblo que los eligió. O pedirle al pueblo mismo la licencia que desean. Y que el pueblo decida. Nadie más. Sólo su pueblo puede darles la licencia que esperan sin razón. Pero si llegaron, en cambio, a dicho puesto, por la negociación y la compra de votos, podrán atreverse a negociar, una vez más, lo que piden, pero sólo ante la fuente misma de la corrupción que los llevó al poder, para que, así, la situación del país siga igual o peor. Como lo estamos viendo con gran número de servidores, consignados unos y otros ya privados de su libertad.
Vemos con esperanza la toma de conciencia de la población más pobre que se ha puesto de pie y ha tomado la palabra para gritar ¡basta! Sí, basta ya de seguir los dictados de este sistema de injusticia y desigualdad, para escuchar y asumir todos la razón y el derecho de este grito y decidirnos a construir ya un México de justicia y libertad para todos.
Nueva luz para nuestro continente latinoamericano y, desde nosotros para los pueblos del mundo, es, después de más de medio siglo, la histórica normalización de las relaciones bilaterales entre la gran potencia del norte y el pequeño país hermano del Caribe, Cuba. Esto significa, y debe ser, ante los ojos del mundo, primero, el término definitivo del embargo y bloqueo económico y político, injusto y vergonzoso, con el que dicha potencia mundial pretendía ahogar a este pequeño país que supo resistir y mantenerse de pie para ejemplo de todos las naciones. Y después, el reconocimiento y el respeto, por parte de las grandes potencias, de la soberanía y el derecho de autodeterminación de todos los pueblos, por pequeños que éstos sean. Como lo consagró para siempre, ante los pueblos del mundo, nuestro México:
El respeto al derecho ajeno es la paz…
Otra vez se iluminaron las montañas del sureste mexicano, cuando los pueblos originarios que las habitan desde siempre convocaron a los pueblos originarios de México y a otros pueblos hermanos del mundo. Se reunieron todos en el corazón de su territorio libre, Oventic, Chiapas. Ellos saben por qué decidieron encontrarse en la mitad de la noche que marcaba el final del año que estaba terminando. Sin duda lo hicieron para adelantar, ellos sí, el amanecer de un año nuevo de esperanza, la madrugada del primero de enero de este 2015.
Vimos cómo se iluminó, más todavía, el escenario central, cuando apareció elcomandante Moisés, nombre que asumió con sabiduría, seguramente por lo que este nombre significa, para convencernos de que es posible el proyecto de un mundo nuevo sin explotación, sin represión y discriminación, un mundo sin capitalismo. Y tomó con firmeza la palabra para decirnos, primero, que hablaba en nombre de los pueblos originarios de México, y que saludaba con respeto a todos los pueblos del mundo, en los pueblos presentes que habían venido desde lejos.
Después nos invitó a abrir el pensamiento para tomar conciencia de la realidad que vive el país, ante tanto silencio, conformismo y postración. Nos dijo también que es necesario organizarnos para poder superar y vencer al individualismo neoliberal que nos debilita y nos destruye. Hay que buscar la verdad, nos siguió diciendo, a ejemplo de los padres de los estudiantes de Ayotzinapa, ante tanta corrupción y mentira. Por último, nos dijo que a nosotros toca construir la justicia de la que carece México, por tanto olvido, marginación, desigualdad e impunidad…
Fijando la mirada sobre las 43 sillas vacías colocadas frente a aquel escenario, terminó su sabio discurso con fuerte aclamación que, sin duda, se escuchó en todo el país y más allá de nuestras fronteras:
¡Compañeros desaparecidos!Y un coro de miles de voces respondió:
¡Presentes, presentes, presentes!Es verdad, su grito de justicia está presente en nuestros corazones.
* Párroco de San Andrés Apóstol y presidente de jTatic Samuel por Una Sociedad Más Justa AC
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