Hugo Aboites*
L
a señal más tangible del fracaso de una iniciativa en la educación es que requiera de la fuerza militarizada para ponerse en marcha y que, además, haya muchos que comiencen a pensar que es hora de buscar una alternativa. Es el caso del examen SEP-INEE, que apenas en su primera aplicación ya ha sufrido una caída vertical en su imagen. La palabra evaluación hoy en México no evoca a estudiantes y maestros pausadamente respondiendo a preguntas, sino maniobras militares, miles de uniformados arribando a aeropuertos como una fuerza invasora; miles de maestros protestando en las calles y, dentro de las instalaciones, maestras y maestros encajonados y presionados por el temor a las represalias, colocados en tupidas hileras, individualizados frente a una computadora y, en medio de increíble tensión (hasta presos políticos cobra ya la evaluación), obligados a responder a preguntas absurdas para medir sus capacidades pedagógicas. Evidentemente que este espectáculo, aún entre quienes no están de acuerdo con las razones de la oposición magisterial, genera preguntas: ¿es ésta la única manera de evaluar? ¿tiene que ser necesariamente así, una confrontación militarizada en medio de escuelas, estudiantes y maestros? Cuando, además, es una iniciativa que sólo ha logrado examinar a 132 mil de más de millón y medio de docentes, repentinamente, ni política, ni operativamente, parece ser ya funcional para sus propios creadores.
Las contradicciones y situaciones límite que genera el agotamiento de una iniciativa son una pesadilla para sus impulsores, pero un horizonte que se abre para los que a ella se oponen. Un horizonte de reorganización del pensamiento y de una nueva forma de resistencia. Como lo demostró el foro estatal apenas realizado, Oaxaca Evalúa, en un contexto de larga y fuerte resistencia magisterial, el solo planteamiento de la necesidad y urgencia de una evaluación diferente es ya algo capaz de convocar a varios centenares de maestras, maestros, y a padres de familia e incluso niños y jóvenes estudiantes de primaria y secundaria. Hace apenas tres años, un foro con esta misma temática sólo habría atraído a unas cuantas decenas de maestros activistas.
Más importante aún es que aunque se trata de apenas un primer intento todavía muy general, tiene la virtud de ser pionero, temprano y masivo, pero además, de mostrar ya en su contenido rasgos que merecen destacarse. El primero, que sin que fuera deliberado, las experiencias presentadas coincidieron en los hechos en la tesis de que no puede hablarse de evaluación sin referirse, sobre todo, al proceso educativo del cual ésta forma parte. Y con esto se rompe con una de las tesis-práctica centrales del INEE, que funda su existencia en una evaluación concebida como totalmente separada y sin relación alguna con los contextos y procesos educativos específicos. Así, se presentaron en el foro, experiencias de procesos formativos, donde estudiantes desde seis o siete años en los hechos muestran un dominio y comprensión profunda de los problemas ecológicos, del papel de plantas y animales, como parte de una experiencia llena de parlamentos, música, reflexiones, bailes, creatividad y diversión, involucrando incluso a padres y maestros como actores y donde los niños observan y aprueban o no la actuación de sus compañeros, de sus maestros; estos últimos participan y también evalúan, así como los padres de familia y quienes momentáneamente hacen de público asistente. Sólo se requeriría, para recuperar expresamente lo evaluativo, hacerlo más explícito y registrarlo. En el hecho de que los participantes son al mismo tiempo actores y evaluadores aparece también un segundo rasgo, que muestra de nuevo la radicalidad y distancia respecto del INEE y el Ceneval. Estas son agencias que todavía defienden que los mejores evaluadores son quienes son perfectamente ajenos y externos. Extraños no sólo al proceso educativo, sino también al proceso mismo de evaluación que naturalmente fluye entreverado con el hecho educativo. Un tercer rasgo es lo que ocurre con los resultados de la evaluación: acá nadie es señalado (salvo cuando es aplaudido vigorosamente), nadie es declarado no-idóneo, nadie viene sujeto a una sanción y, por supuesto, nadie es expulsado y se le prohíbe su regreso al escenario. Lo más importante, sin embargo, como cuarto rasgo, es el espectáculo de un proceso educativo en acción a cargo de niños, jovencitos, maestros y maestras, padres de familia; presenciar las fuertes corrientes de conocimiento que ahí se generan e imaginar los enormes esfuerzos de los maestros por crear estas condiciones de profunda educación. Saber, al mismo tiempo, que todos estos son elementos esencialmente indetectables para los instrumentos del INEE y el Ceneval. Son dinámicas que no caben en preguntas de opción múltiple.
La historia no ha terminado, estos son sólo algunos de los rasgos que se han identificado en el ejercicio de oposición intelectual a la actual evaluación oficial (ver: https://cnteseccion9.files.wordpress.com/2012/03/la-evaluacic3b3n-que-tenemos.pdfver). Tampoco son la última palabra, otros intentos, en otras regiones y momentos irán precisándolos y construyendo lo más importante: experiencias concretas de estudiantes, maestros, padres y comunidades que definen una evaluación que arranca desde lo local hacia arriba. Es un polo de reflexión-acción educativa pero también un nuevo itinerario de reorganización de la resistencia, fincado en una propuesta profundamente educativa. Lo que ya hace tiempo no ofrece la SEP-INEE.
*Rector de la UACM
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