Luis Hernández Navarro
S
olidaridad cívica contra rapiña. Autorganización popular contra clientelismo político. Cooperación ciudadana contra especulación comercial. Vigilancia y cuidado mutuo contra vandalismo y pillaje. Generosidad fraterna contra agandalle de vivales. Mesura y serenidad informativa contra siembra de pánico y charlatanismo. En la lucha por enfrentar la devastación y sufrimiento que trajo consigo el sismo del pasado 7 de septiembre en el Istmo de Tehuantepec coexisten y se enfrentan lo mejor y lo peor de la vida política y social del país.
El luto, la incertidumbre, la ira, la desolación y el miedo se instalaron en el Istmo. El temblor segó vidas, destruyó y dañó viviendas, provocó sed y hambre, quitó empleos, esfumó patrimonios, dejó sin energía eléctrica, dio al hampa un terreno fértil para operar, sembró temor y desconfianza.
Pero, en medio de esa desgracia, floreció un humanismo genuino. La magnitud de la tragedia precipitó la emergencia de la comunalidad profunda de los pueblos oaxaqueños. Miles de mujeres y hombres desconocidos, muchos de ellos jóvenes, invisibles para el poder, usualmente menospreciados, se convirtieron en personajes originales y únicos de una epopeya cívica y comunitaria. Han sido ellos quienes, en acciones coordinadas sobre la marcha, con recursos provenientes del México de abajo, supliendo las deficiencias gubernamentales, han atendido a millares de víctimas.
Y, paradojas de nuestra modernidad salvaje, la adversidad también trajo de la mano el vandalismo y el pillaje. Las denuncias abundan y han sido ampliamente documentadas por medios locales como Cortamortaja. A pesar de la presencia del Ejército, en ciudades como Juchitán, delincuentes han saqueado almacenes y robado las escasas pertenencias de los afectados. Comerciantes inescrupulosos ocultan mercancías o suben los precios. Grupos clientelares (algunos trasladándose en mototaxis) acaparan la ayuda humanitaria que llega. Políticos van a la zona de desastre tan sólo a tomarse la foto, mientras otros acopian despensas para repartir en la temporada electoral a cambio de votos.
La desconfianza ciudadana hacia funcionarios y políticos es profunda. Las denuncias contra ellos son interminables. En las redes de WhatsApp que sirven para coordinar la solidaridad circulan múltiples mensajes en este sentido, similares al enviado al grupo bautizado como Ayuda Ixtepec-Cheguingo. “No envíen víveres a los centros de acopio organizados por políticos, porque algunos están acaparando despensas con fines electorales –advierte uno de sus miembros–; hay que organizarse y buscar la manera de llevarlos directamente al lugar del terremoto.”
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La ayuda debe ser vigilada, para que llegue a manos de quien en verdad la necesita. Esa ayuda siempre toma otro destino en manos de los políticos o personas que está al frente de su distribución. La esconden para su beneficio en campañas electorales. Surgirán nuevos millonarios en el país y en el estado más pobre de nuestro México.
En contraste, ante el desastre natural y la incapacidad gubernamental para atenderlo, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y la vilpendiada sección 22 han tenido un comportamiento ejemplar. Los maestros oaxaqueños de inmediato pusieron su experiencia y estructura organizativa al servicio de las víctimas. Llamaron a los profesores de base a trabajar junto a las autoridades municipales y la comunidad donde laboran para organizar la recepción de víveres, la ayuda popular, el traslado de heridos, la remoción de escombros y la vigilancia permanente. Los convocaron a que, junto a los padres de familia, realizaran las valoraciones correspondientes para revisar la seguridad de los planteles. Abrieron centros de acopio y distribución de comida y medicinas entre los afectados. Formaron brigadas de apoyo con médicos voluntarios.
Los resultados de esta iniciativa son palpables. El 9 de septiembre salió con destino a Ixtepec, desde el centro de acopio instalado por el magisterio oaxaqueño en Ciudad de México, el primer camión cargado con más de 16 toneladas de víveres, medicamentos y agua, que la sociedad civil les hizo llegar.
La iniciativa de la sección 22, parte de una autorganización ciudadana mucho más amplia del que también participan otros grupos igualmente desdeñados y demonizados; es expresión de una amplia desobediencia civil. Sobre la marcha, desbordando al gobierno, la gente ha desplegado sus propias capacidades organizativas al margen de la autoridad. Guiada por la solidaridad y la necesidad se ha hecho cargo de albergues, calles, casas en ruinas, y comenzado a resolver urgencias alimentarias y de salud.
El número de voluntarios que ofrecen trasladarse a las comunidades devastadas por el sacudimiento es muy relevante. Quieren ayudar, sin pedir nada a cambio. Están dispuestos a viajar centenares de kilómetros y pasar penurias para apoyar a desconocidos. Saben que es una causa justa por la cual intervenir sin un patrocinador visible. Muchos no pueden llegar a la zona de desastre porque carecen de los recursos para hacerlo.
No son los únicos en apoyar. En todo el país, la CNTE se ha movilizado en apoyo de los damnificados. La iniciativa de solidaridad convocada por el artista Francisco Toledo es ejemplar y confiable. No son los únicos. La respuesta social a los llamados de ayuda ha sido notable. En Ciudad de México hay más acopio que vehículos para trasladarlo. Diversas brigadas se proponen llevar directamente lo recolectado, para dar confianza a quienes apoyan y a quienes lo reciben. En el abasto recogido hay latas de frijol y frascos de mayonesa rotulados en tapa:
No están solosy
Ánimo.
A pesar del dolor y la adversidad, de la simulación y la rapiña política, en Oaxaca no hay lugar para la desesperanza. Guiados por la fuerza y la persistencia de la comunalidad, sus maestros y sus pueblos se han comprometido en el rescate de sus comunidades y de sus paisanos con responsabilidad y entereza. Al hacerlo, protagonizan una hazaña de enormes consecuencias sociales y políticas. No obstante la tragedia, gracias a sus pueblos, Oaxaca está de pie.
Twitter: @lhan55
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