Luis Hernández Navarro
La tarde del pasado jueves, las casas ubicadas en cerrada de Xolalpa, por los rumbos de Tepepan, en la ciudad de Mexico, se quedaron sin electricidad. El apagón no fue novedad. Con harta frecuencia se va la luz por aquellos rumbos, sobre todo desde que el gobierno federal decidió desaparecer Luz y Fuerza del Centro (LFC) hace 10 meses. Sólo que esta vez la situación se complicó aún más que las anteriores. La evidente impericia de la compañía contratada por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) para restablecer el servicio provocó un colapso del sistema.
Durante breves instantes la “luz regresó” a la cerrada. Pero no por mucho tiempo. La electricidad llegó con tanta fuerza que dentro de las viviendas comenzaron a escucharse explosiones como si tronaran cohetes y al menos en una de ellas salió humo y estuvo a punto de prenderse fuego. La gran mayoría de los electrodomésticos se estropearon. De un momento a otro televisores, tocadiscos, lavadoras, microondas, radios, tostadores, teléfonos inalámbricos, relojes despertadores eléctricos de varias casas se echaron a perder.
Varios vecinos se quejaron con los empleados que trabajaban “reparando” el tendido eléctrico. Ellos se transportaban en un camión blanco sin logotipo alguno. Su única respuesta fue que los quejosos debían llamar al teléfono 071. Los trabajadores se retiraron dejando a oscuras varias de las casas. En su huida dejaron sin instalar, sin explicar nada, una de las tres líneas que abastecen la cerrada.
Quienes llamaron al 071 obtuvieron respuestas distintas. A algunos el operador les aseguró que los desperfectos se repararían al día siguiente. A uno de los afectados le dijo que un técnico visitaría su domicilio para evaluar los daños. A otra le advirtieron que tenía que presentarse en un módulo de la CFE con las facturas de los aparatos dañados. Cuatro días después ningún trabajador de la comisión o de una de las empresas contratadas por ésta se habían presentado a restablecer el servicio o reparar o evaluar los desperfectos causados por ellos. Para la mayoría de los domicilios fueron tres días sin agua, pues para trasladarla de las cisternas a los tinacos se necesita una bomba que funciona con electricidad, ya que ésta sólo llega tres días a la semana. Para tener luz, los vecinos tuvieron que contratar a un electricista particular.
Apenas hace dos meses la cerrada de Xolalpa amaneció sin luz. La novedad en esa ocasión era que alguien se robó los cables. Dos días antes un camión blanco sin logotipo había estado merodeando el rumbo. Dos muchachos con uniformes de trabajo revisaban el tendido. Un vecino los interrogó sobre su presencia allí. “Estamos viendo que las ramas de las árboles no vayan a provocar un corto”, dijo uno. Cuando les solicitó que se identificaran le mostraron, de mala manera, una credencial mal hecha que los acreditaba como trabajadores de la CFE. Por esas mismas fechas, en esa misma colonia, se produjeron otros hurtos de cable.
Lo vivido por los habitantes de la cerrada de Xolalpa no es novedad. En cientos de barrios y colonias de la ciudad de Mexico y zonas conurbadas, donde antes Luz y Fuerza se encargaba de proporcionar el servicio eléctrico, los apagones son frecuentes y el daño a los electrodomésticos constante. De tan constantes que son han dejado de ser noticia. Varias subestaciones del centro del Distrito federal han estallado por falta de servicio, maltratando a los peatones que pasaron por allí en ese momento. Industriales y comerciantes han levantado la voz para denunciar las pérdidas que les causa la interrupción del fluido. Grupos de colonos se han aliado a trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) para resolver las fallas, al margen de la empresa de “clase mundial”. A las tradicionales dificultades para transitar en automóvil por la ciudad hay que sumar los congestionamientos ocasionados por los semáforos sin funcionar debido a la falta de corriente.
Las autoridades de todo tipo culpan a los trabajadores del SME de la falta de eficiencia del sistema eléctrico. Cada vez que una subestación revienta por falta de mantenimiento dicen que se trata de sabotaje de los sindicalistas. Por supuesto no han presentado a un solo supuesto responsable de esos ataques. No lo hacen porque no pueden: su acusación es falsa.
Hasta hace 10 meses, antes de la desaparición de LFC eran frecuentes las campañas en medios de comunicación electrónicos en las que se culpaba a sus trabajadores de los apagones y el mal servicio. Hoy la situación es mucho más grave de lo que era antes de esa medida. Sólo que ahora los antiguos críticos del SME guardan silencio. No dicen una sola palabra del desastre que vivimos. No en balde, en su ofensiva mediática para “vender” las ventajas de extinguir la empresa, el gobierno federal gastó más de 200 millones de pesos, la mayor parte entregados a televisión y radio.
Para algunos empresarios, la disolución de LFC ha sido un magnífico negocio. La CFE les ha otorgado 505 contratos por más de mil millones de pesos, sin licitación alguna, para que suplan lo que hacía una empresa que funcionaba, pese al castigo presupuestal que se le había impuesto para forzar su liquidación. A juzgar por las evidencias lo han hecho bastante mal. Para maximizar sus réditos, los contratistas emplean a personal bisoño, mientras los trabajadores con experiencia acumulada de muchos años están en la calle. Metidos en la lógica de la ganancia fácil y rápida, esos empresarios han sido incapaces de sustituir a una empresa pública. El servicio que ofrecen no cumple condiciones mínimas de continuidad, eficiencia y seguridad. Sin embargo, la CFE los protege manteniendo en secreto quiénes son los favorecidos.
En esas condiciones es inevitable que, más temprano que tarde, el centro del país sufra un colapso eléctrico. Y más inevitable aún es que la paciencia social se colme.
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