jueves, 2 de agosto de 2012

De refundaciones


Octavio Rodríguez Araujo

Después de la derrota, los partidos se han planteado su refundación. Así lo hizo el PRD después de la elección intermedia de 2009, en la que le fue muy mal. Ahora se propone en el PAN. El PRI no lo dijo, pero después de 2006 y antes de 2009 se reconstituyó, aunque no se refundara.



El PRD no se refundó, y debió hacerlo. Sin embargo, ahora que logró un significativo ascenso electoral se habla en su interior de reconstituirlo y algunos piensan que hasta sería posible convertirlo en otro junto con sus aliados. Si éstos y el sol azteca han venido juntos en las últimas elecciones, quizá no tiene mucho sentido que sean tres partidos y no uno.



Dos serían los principales impedimentos para que PRD, PT y MC (y quizá Morena) se fusionen en un partido, con nombre nuevo o con el de alguno de los existentes: que los dos últimos sean presas de los grupos hegemónicos y mayoritarios del PRD y que los recursos del financiamiento público no se distribuyan igual. No es lo mismo lo que obtienen el PT y el MC de financiamiento público, como tales, de lo que les tocaría a sus líderes y cuadros superiores en un nuevo partido. Y lo que se dice sobre recursos también podría decirse de cuotas para ocupar cargos, sobre todo plurinominales, en el Congreso y en otras instancias de representación política. Aunque suene raro, no es lo mismo el todo y sus partes que las partes y las otras partes, aunque formen un todo como sería la izquierda electoral en su conjunto, por alianzas o coaliciones.



Las diferencias ideológico-políticas de los partidos de nuestra izquierda no son grandes, pero existen, como también entre las llamadas tribus en el interior del PRD. A veces estas diferencias son más estratégicas que ideológicas, pero ocurre con frecuencia que la estrategia de unos no coincide con las de otros y se dan rupturas. Sólo para poner algunos ejemplos: unos estuvieron de acuerdo en reconocer, aunque fuera indirectamente, al gobierno de Felipe Calderón, y otros no. Unos estuvieron de acuerdo en hacer alianzas con el PAN “para cerrarle el paso al PRI” y otros no. Unos se dicen de izquierda moderna y moderada (cualquier cosa que esto signifique) y otros se piensan a sí mismos como opositores tanto al gobierno priísta o panista como a sus partidos y lo que representan en términos del modelo de país por el que pugnan. Hay semejanzas, cierto, pero no son iguales. En lo que sí son iguales es en que les falta definición como partidos de izquierda propiamente dicha (y no me refiero a que sean o no socialistas, que no lo son) y que en la práctica, sobre todo como gobiernos que han sido, no se comportaran de manera muy distinta a los gobiernos de los partidos que critican y a los que se oponen (corrupción, clientelismo, autoritarismo, uso faccioso del poder, etcétera).



Lo que es un hecho, y a pesar de que en estos momentos no está en crisis electoral (como sí es el caso del PAN), es que la izquierda debe refundarse, corregir errores inocultables y, sobre todo, buscar entendimientos con base en lo que los distingue de las derechas y actuar en consecuencia, como partidos y como gobiernos. En todo conjunto humano de dos personas o más habrá diferencias, pero los que se inscriben en un partido deberían saber de entrada que dichas diferencias son inevitables pero que se pueden siempre posponer por las coincidencias. Éstas son las que conforman a los partidos y que los hace distintos de otros. Privilegiar las coincidencias sobre las diferencias es lo que hacen o deben hacer los partidos y quienes se afilian a ellos. Otra cosa es el debate, siempre sano si se hace con inteligencia, respeto y humildad para reconocer si el otro tiene razón.



Por otro lado está el PAN. Por mí que desaparezca, no lo extrañaré, y ya con el PRI como partido de derecha tenemos suficiente.



Hay quienes han dicho que el PRI se empanizó, y algo hay de cierto en esto, pero tampoco hay que restarle méritos de mimetismo priísta al blanquiazul. Desde 1976, cuando los pragmáticos proempresariales marginaron a los doctrinarios, el PAN se convirtió en un partido poco diferente del tricolor. Cuando Salinas los invitó a hacer causa común para darle en la madre al país y a la mayoría de los mexicanos, el PAN no tuvo ningún impedimento ni cargo de conciencia para sumarse a las trapacerías salinistas en materia de reformas constitucionales regresivas y favorecedoras de los grandes capitales en México. Como gobernantes, los panistas resultaron tan avorazados y marrulleros como los priístas, pero menos experimentados en el arte de gobernar.



El PAN debería refundarse también, pero para volver a sus orígenes de una oposición respetable y con ideas sólidas. Pero si quienes aspiran a refundarlo son gente como Calderón (él lo ha expuesto) y otros que traicionaron los ideales de sus padres (y no es metáfora), no se refundará realmente. Calderón, dicho sea de paso, es uno de los causantes del fracaso de su partido: éste perdió por culpa de aquél. El país aceptaría una derecha doctrinaria de tipo demócrata cristiana y liberal, pero no que sea fascista ni propiamente religiosa, es decir tipo Yunque, opusdeísta o legionaria. El PAN fue otra cosa y lo dirigieron personas de valor intelectual e ideológico. Nada que ver con el actual.



El reto del momento no es para la derecha clerical, pragmática y conservadora. Ya ocupó su lugar el “nuevo” PRI, hasta en temas como el aborto. El reto es para las izquierdas y lo que se espera de éstas, incluidos la honestidad y el buen ejemplo.



rodriguezaraujo.unam.mx





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