Octavio Rodríguez Araujo
D
ime con quién andas y te diré quién eres, reza el dicho popular. Peña Nieto no puede ser desligado de quienes lo apoyaron para que llegara a la Presidencia. A esos poderes tiene que responder a lo largo de su sexenio y así lo hará; y quien lo dude no sabe nada de política ni de cómo se construye la escalera de ascenso al poder. El voto popular es sólo una parte de su triunfo, pero no puede olvidarse que atrás de esos sufragios obtenidos estuvieron la propaganda, los recursos económicos invertidos, la coacción y compra de votos, entre otros muchos ilícitos (pequeños y grandes) que la parafernalia del triunfalismo quiere ocultar o hacer que se olvide.
Cuando los partidos de oposición o de supuesta oposición firman un pacto con el gobernante están ignorando conscientemente lo que éste representa y cómo llegó al poder. Una cosa es reconocerlo como presidente (pues ahí está) y otro avalarlo so pretexto de que las buenas relaciones favorecen a todos, oposición incluida. La política es por definición pragmática, pero una buena dosis de ética nunca sale sobrando. La ética, teóricamente, está contenida en los principios de un partido y estos principios, también en teoría, son los que distinguen a uno de otros. Si dichos principios se sacrifican en el altar del pragmatismo, ¿para qué entonces la existencia de varios partidos y el disfraz de oposición? ¿Para qué las elecciones?
Una cosa es negociar con el poder a partir de las presiones que puede ejercer la oposición y otra es subordinarse a ese poder como si éste fuera compartido y no hubiera diferencias. ¿Dónde quedan el enorme esfuerzo de la competencia electoral por la Presidencia y el costo que significó, si al final todos son lo mismo o con discrepancias menores y secundarias? Todo el dinero que nos hubiéramos ahorrado o invertido en mitigar la pobreza si en lugar de elecciones los dirigentes de los partidos se hubieran puesto de acuerdo en una buena comida, incluso acompañada de buenos vinos: miles de millones de pesos.
Los partidos que carecen de decoro y que subordinan sus principios a la conveniencia económica y política de sus burocracias dirigentes están dándole la razón a quienes piensan que todo esto de las elecciones es una farsa para poner a Juan en lugar de Pedro, siendo que son lo mismo o que significan lo mismo. Argumentan, sin demostrarlo, que firmaron el pacto porque –dicen– lograron antes (en negociaciones sin testigos de calidad) que algunos de sus planteamientos fueron incluidos en el documento. Lo que no consiguen explicar es por qué quienes tuvieron desde el poder la iniciativa del pacto
cedieron, si acaso, a las propuestas de la oposición si ésta perdió. ¡Qué bondadosos y qué facilones! Nada de esto. Es vil y vulgar propaganda del nuevo gobierno, como diciendo
¡nótese que buscamos la armonía y la paz entre las distintas fuerzas políticas!, y los dirigentes de los otros cuatro partidos (PVEM, Panal, PT y MC) se habrán preguntado por qué ellos no fueron invitados. ¿Porque forman la
chiquillada? ¿O porque fueron invitados pero no quisieron asistir? Ni esto sabemos. Así de transparente fue el famoso pacto
por México(¿por México?). Se entiende que los gobernadores que llegaron al cargo por partidos de oposición hayan asistido en calidad de testigos de la firma, pues es obvio que necesitan de la Federación para llevar a cabo sus proyectos, ¿pero los dirigentes de los partidos qué necesitan del gobierno federal?
Bastaría ver el gabinete de Peña para darse cuenta de que los perredistas no figuran en la nómina principal, a diferencia de no pocos panistas o colaboradores del gobierno de Calderón. Y no debe olvidarse que el PAN quedó en tercer lugar en la elección pasada y el PRD (en coalición) en segundo. ¿El salinismo reditado en su alianza con los panistas para llevar a cabo las reformas que le faltaron? (Ya se habla de acabar de una vez por todas con los ejidos y las tierras comunales, por ejemplo.)
Lo del Pacto por México no terminó con la firma de los invitados a suscribirlo, continúa ahora con la educación, como se vio en la foto de primera plana de La Jornada del martes pasado. El nuevo gobierno intenta enviar señales de apertura, flexibilidad, pluralidad y tolerancia, premia a Solalinde y no extrañará que lo haga con otros opositores y disidentes que Calderón desdeñó. La idea es no sólo crear una imagen diferente a la de su antecesor sino la de un gobernante eficiente preocupado por restañar las heridas que abrió o descuidó Calderón. Esto no está mal, el país se merece que alguien arregle, aunque sea en parte, lo que el ex presidente descompuso, que es mucho; pero no pasemos por alto que lo que se cede en política, incluida la cooptación al estilo salinista, servirá para restar la atención de lo que se hace en el campo de la economía.
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