Felipe de Jesús, la iniciativa de segunda vuelta y la paradoja del
asno de Buridán
Ortiz Tejeda
En imagen de archivo, el ex presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, durante una comida con la comunidad judía en la residencia oficial de Los PinosFoto Carlos Ramos Mamahua
L
os fines de semana, mis amigos tienen barra libre en casa, si me demuestran que destinaron cinco minutos a leer la columneta del lunes anterior. En relación con las razones que llevaron a Felipe de Jesús a enviar, 48 horas antes de su deceso político, la iniciativa que propone la segunda vuelta en la elección presidencial, surgieron opiniones tales como:
Obviamente perdió la razón. A nadie en sus cabales se le ocurre enviar al Congreso reforma tan importante sin haber consultado con los partidos, los líderes de las bancadas en ambas cámaras, los académicos, los poderes ahora llamados fácticos, etcétera. Lo hizo por exhibicionista, por fachendoso, sabiendo la carencia absoluta de factibilidad de su propuesta. No sean ingenuos, lo hizo por perverso, como una burla final, sobre todo con quienes jamás lo reconocieron. Ya nada más le faltó agregar que cuando la diferencia de votos entre los dos candidatos principales fuera menor a 3 por ciento de la votación total, se tendría que hacer un recuento voto por voto y casilla por casilla.
Sin rechazar ninguna de las opiniones expuestas, yo tengo otra versión: lo hizo por que es un fundamentalista, mocho, mojigato,
culpígeno. Por remordimiento de conciencia, porque él, desde niño, cree en el infierno y la condenación eterna. Por eso sufría desesperadamente cuando los hermanos y los párrocos amenazaban a los infantes y pubertos (y no hablo de memoria), con el castigo de la ceguera o las manos de oso si se atrevían tocar sus nobles partecitas. Desde niño, a nada le ha tenido más miedo que a pecar y morir sin absolución de por medio. Para los fanáticos, el sacramento de la confesión (y la absolución correspondiente) es como una licencia del 007: puedes hacerlo todo y cuantas veces lo quieras, siempre que no tengas la mala pata de morir repentinamente y sin ser perdonado por un vicario de Cristo. Me extraña que dentro del personal de Los Pinos no existiera un capellán que varias veces al día otorgara a Felipe de Jesús una reiterada absolución a fin de que despachara tranquilo y pudiera dormir en paz. Pero en las noches, por más que se encomendara a su ángel de la guarda y realizara agotadoras caminatas del brazo de
Juanito El caminante, no se quedaba tan campante, por el contrario lo acosaban terribles pesadillas: pasan frente a él ciudades grandes y pequeñas de todos los rumbos del país. En todos lados hay miles de jóvenes que, nacidos en 1988, recién cumplidos sus 18 años han sufragado por primera vez. Corren por las calles rumbo a la plaza pública cargando unas cajas que parecen urnas y… ¡claro! son las urnas que acaban de rescatar de las garras de unos feroces guerreros que las tenían secuestradas y amenazaban eliminarlas con otro
accidental incendio. A los ojos de todo el mundo abren las cajas y van formando las boletas según el nombre del candidato seleccionado; luego inician el recuento y, como en la lotería, van gritando los resultados con gran alborozo de los presentes. De pronto, con gran estruendo y crujir de huesos, aparecen Ugalde Drak Vader, Sola Jango Fett, Hildebrando Darth Maul y el emperador Palpatin: Fox Darth Sedious.* Con ademanes flamígeros inician un gran incendio de las papeletas, que envuelve entre las llamas a los millares de muchachos que con dolor y furia no dejan de gritar: ¡Voto por voto!
Felipe de Jesús se incorpora de golpe acezante, angustiado, sudoroso y, por supuesto, muerto de sed. –¿Te siguen las pesadillas, ¡cielo!? –pregunta ella. –No contesta. Algo más profundo lo acongoja: dentro de los jóvenes que reclamaban legalidad, transparencia, veracidad, honradez, que defendían el respeto a su primer, ilusionado voto encontraba, en repetidas ocasiones dentro de su pesadilla, las caritas de sus hijos: de María, que en la próxima elección tendrá 21 años; de Luis Felipe, que tendrá 19, y de Juan Pablo de 15, que repartirá volantes… (Perdón, defectos de la edad), tuiteará desaforadamente, pero, ¿en favor de quién? Porque los años que pasen en Harvard van a recibir más información de la que contiene su catecismo de GM Bruño. ¿Y si estos niños salen demócratas, liberales, pacifistas, desinteresados de la acumulación de bienes y, además, nacionalistas y cristianos de a devis? En suma: ¿Qué pasa si abuelean?
Las razones que mis amigos arguyeron tienen mucho de verdad, pero yo me empecino en la propia: la iniciativa de Felipe de Jesús en pro de la segunda vuelta es, esencialmente, el problema de una conciencia atribulada por el remordimiento del pecado irreparable cometido hace seis años. Le interesa como expresión de su arrepentimiento, de su necesidad de expiación. De nada sirve gritar ahora vade retrodespués de que Satán se dio gusto en tentarlo, y con éxito, durante seis años. Igual sucedió con Jesús en aquellos legendarios 40 días en el desierto (Mt. 4:1-11; Juan 6:15; Lucas 4:1-13). Con la diferencia de que El Nazareno se mantuvo incólume y el michoacano se comió, con avidez, su plato de lentejas y la progenitura se hizo añicos (seis escasos añicos).
No hay duda, la iniciativa fue un arranque desgarrador de impotencia y rabia. Pero yo lo leí también como el de profundis clamavit… de un pobre hombre, de un hombrecito que pudo ser y no se atrevió.
En la Francia del siglo XlV (1300/1358, para ser precisos) existió un filósofo escolástico llamado Jean Buridán. De su obra: teorías y escritos varios, una propuesta le aseguró reconocimiento universal. Se llama la paradoja del
asno de Buridán. Se trata de un alegato en torno a la posibilidad del ser humano de decidir y ser responsable, merced al libre albedrío, de todo lo concerniente a su existencia, o no.
El planteamiento de Buridán es un ejemplo perfecto del método de confrontación de ideas conocido como
reducción al absurdo.
Un pollino, asno (o algún magistrado o comentarista político de tv) fue atado a una estaca. A igual distancia de ésta se colocaron unos hatos de heno y, del lado contrario, unos baldes con agua (la extensión de la reata era suficiente para alcanzar, alternadamente, unos y otros). El animal sufría tanto de hambre como de sed, pero como ninguna de las dos ingentes urgencias se sobreponía ni un milímetro sobre la otra, fue incapaz de tomar una decisión y murió, obviamente, por la carencia de estos vitales elementos que podía haber alcanzado uno después de otro.
La discusión en torno de esta parajoda lleva siglos. Unos afirman que la posibilidad de supervivencia del pollino era nula. Decidir no está en la naturaleza de los seres –racionales o no– creados por Dios. Así lo hayan sido a su imagen y semejanza. Quien les regaló la existencia determinó, al momento de su creación, también su final y vida posterior (la eterna): cielo o infierno.
¡Falso!, dicen otros: El ser racional, precisamente por serlo, por ser
imagen y semejanzade su creador, es libre. Y la libertad significa capacidad de optar, escoger, asumir decisiones, sean cuales fueren las razones y las consecuencias. El pollino, por simple instinto debió escoger. Es más, carente de elementos racionales entregar al azar la decisión, lo cual es, igualmente, una forma de decidir.
Lo que es inadmisible es allanarse, renunciar al derecho a optar, a vivir la vida en el permanente y dignificador principio del ejercicio responsable de nuestra libertad.
Pero, ¿qué tiene que ver este rollo del asno de Buridán, y la personalidad disociada de don Felipe de Jesús? Es claro: la incapacidad para pensar, para oír, sopesar, evaluar y tomar decisiones racionales. Lo que nada tiene que ver con los caprichos y el empecinamiento. El asno se pasmó ante un problema inexistente y a Felipe le pasó lo mismo. Sin ética alguna aceptó todos los medios de acceso al poder y olvidó que es la nobleza de los fines lo que al poder lo explica y avala. Prefirió ser líder de su partido –por los peores conductos– que Presidente de los mexicanos. No intentó siquiera su legitimación por la vía de asumir las demandas populares (rebasar por la izquierda, dijo), y prefirió la violencia y la represión con un saldo de víctimas que tampoco lo deja dormir. Detentador del Ejecutivo del país, pudo seleccionar a los mejores mexicanos para cumplir el mandato que no se le había otorgado, pero prefirió ser el capo de una pandilla de delincuentes cuasi juveniles. Su entrega a los conquistadores pasó de una persona a unas empresas: Felipe hizo el milagro de que ahora en España, en vez de decir “¿ya te sabes el último de gallegos, se pregunten : ¿ya conoces el último de Calderón? Aquella fue la paradoja de Buridán. Ésta, diría la doctora Rossbach, es la parajoda de Felipe de Jesús.
*Se sugiere a los adultos consultar con los menores de casa lo relativo a los extraños nombres aquí citados.
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