Paco Ignacio Taibo II
H
acía muchos años que no veía un despliegue policial como éste. Millares de uniformados y algunos cientos de desuniformados a los que delata su corte de pelo. La ciudad azulea. El Viaducto cerrado en unos tramos, abierto en otros. No hay mucha lógica en el cerco, más allá de mostrar el poder, desplegarlo como un manto temible, amedrantador, símbolo de los nuevos tiempos, y crear la protección de cascarón sobre cascarón para impedir que Peña Nieto escuche que en esta ciudad la inmensa mayoría no lo quiere y piensa que compró las elecciones.
–¿Pues no que Peña Nieto había ganado? ¿Dónde están los que votaron por él? –dirá mi vecino el del taller de alfombras.
Paloma y yo nos acercamos caminando hacia San Lázaro observando decenas de bloqueos, rejas, vallas metálicas, filas de policías. Por teléfono, radio y Twitter llegan noticias de enfrentamientos y se habla de que un joven ha muerto (luego se precisaría que está muy gravemente herido); algunos cuates sueltos se nos unen. Un chavo medio pálido recibe palmadas en la espalda de sus compañeros. Lo detuvieron, lo metieron en una patrulla y lo golpearon. La intervención de un grupo de estudiantes hizo que lo soltaran. No trae en las manos ni piedras, ni palo, ni bomba molotov, ni resortera con balines, sólo una bandera cuyo mensaje no puedo leer porque está doblada.
Llegamos a la esquina de Fray Servando, donde hay un grupo de maestros democráticos de la sección 9 ante una valla policial. Con un megáfono de mano alguien habla a los policías de la primera línea (que son del DF), tras ellos otra segunda valla y una línea de federales.
Policía, escucha, tu hijo está en la lucha, corea el grupo. El del megáfono pregunta a los policías si los trajeron para cuidar a los federales, les sugiere que deberían pedir aumento de sueldo y, desde luego, organizarse en un sindicato democrático.
No está claro dónde se ha concentrado la gente. Como en tantas otras manifestaciones de los últimos meses, la convocatoria es caótica. Las noticias que llegan también lo son. Parece que hay muchos heridos. Una parte del grupo se desprende para intentar llegar al Zócalo.
Nos vamos hacia el Ángel, donde ya se ha iniciado el mitin de Morena.
Con la información que se posee en ese momento Andrés Manuel fija duramente la posición: No a la represión. La demanda social no se resulte con balas de goma y macanas. La confrontación es resultado directo del fraude electoral. Pide la renuncia, la destitución del secretario de Gobernación, Osorio Chong, recién nombrado, y si se demuestra la responsabilidad, del propio Mondragón, que ha desertado del Gobierno del DF para ser subsecretario en el nuevo gobierno priísta.
El acto se disuelve muy lentamente, noticias y rumores llegan incesantemente. Se habla de choques en las cercanías del Zócalo, frente a la Alameda, en Bellas Artes, cerca del monumento a la Revolución, donde el PRD del DF también ha tenido un acto de repudio al nuevo presidente. Un manifestante que viene del centro graba su testimonio: escuchó a un oficial de la policía ordenar que se cargara contra un grupo pacífico al grito de madréenlos, tiene fotos de los heridos. Se habla de periodistas golpeados. Alguien pregunta: ¿por qué disparan las bombas de gas en tiro directo? ¿No se tira para arriba en parábola?
Horas más tarde, un primer balance habla de 165 heridos, decenas de detenidos, casi 100 consignados. Veo en Internet fotos de vidrios rotos de bancos, hoteles y Oxxos cerca de Bellas Artes.
¿Qué ha sucedido?
Primero, que el nuevo gobierno enseña los dientes y el estilo futuro de gobernar y lo hace con la complicidad del Gobierno del DF. Durante meses se han sucedido demostraciones públicas sin violencia, donde millones de personas en este país expresaron su derecho a disentir. Cercar San Lázaro, desplegar a la policía, implica limitar ese derecho. Esa es la primera provocación y surge del gobierno federal. ¿En qué artículo constitucional se niega nuestro derecho a decir que Peña no ganó las elecciones, que éstas fueron un fraude centrado en la compra de millares de votos? ¿Dónde se dice que no podemos decirlo ante el palacio del Congreso o en mitad de las chinampas de Xochimilco?
Parece cierto también que impedir que una parte de los ciudadanos lo hicieran en San Lázaro o el Zócalo calentó un ambiente ya de por sí caldeado y que una parte del movimiento cayó en la trampa de enfrentarse violentamente con la policía. No coincido con ellos, sigo pensando que el radicalismo está en la busca de las mayorías, en la organización de la sociedad, en el rescate de los sindicatos y las condiciones humanas de trabajo, pero no puedo satanizarlos. Sí, en cambio, me pronuncio abiertamente contra el vandalismo: malpintar el monumento a Juárez, atacar las vidrieras de un Oxxo o un banco, destruir un bote de basura, es hacer un flaco favor al amplio movimiento, fregar a inocentes ciudadanos, regalar la foto a los cancerberos de los medios que confirman así su eterno discurso de que la civilización está en el poder, en el arribismo, en el culto a la inmovilidad del sistema.
A lo largo de la noche las más extrañas informaciones siguen fluyendo. Confirmo tres que me parecen particularmente importantes: un maestro ve al atardecer del día anterior la llegada de una serie de camiones en las cercanías del cine Metropólitan. Curioseando se acerca a los que descienden.
¿Vienen a una peregrinación?, pregunta bromeando.
Venimos a partirle la madre al 132, contesta un cuate hosco. El maestro se aleja y los sigue. Ve a varios de ellos marcando vidrieras en edificios frente a la Alameda. Otro testimonio de esa misma noche registra que en las estaciones del Metro cercanas a San Lázaro (por lo menos en dos), que al día siguiente estarían cerradas y luego abiertas, alguien había depositado varios atados de palos. Un tercero habla de un grupo de jóvenes ajeno al movimiento que traen un signo de identidad común y que participaron en varios enfrentamientos.
¿A la confrontación que algunos grupos de la izquierda radical protagonizaron contra los granaderos se había sumado una provocación? ¿Quién estaba interesado en ella?
La televisión en la noche realizará su juego tradicional. Hará del comentario banal una fiesta. No habrá ni una sola referencia a la dudosa manera en que Peña Nieto
ganólas elecciones, ni una sola referencia a la violencia policial, aunque se les cuelen de vez en cuando en las imágenes policías pateando a un joven que está en el suelo. Las declaraciones de Marcelo Ebrard lavan el sucio rostro a los federales.
La lista de los detenidos comienza a circular. Muestra que, a diferencia de lo que Ebrard declaró, de que respecto a cada detenido tenía pruebas de que había cometido un delito agrediendo a un policía o cometiendo actos de vandalismo, muchos lo han sido por decir lo que pensaban en voz alta, porque estaban pasando, porque intentaron defender a un joven caído en el suelo con el que se estaban ensañando.
En la noche sueño con que he perdido mis zapatos negros. Alguien me los quitó y tengo que caminar descalzo por las calles. Es un sueño absurdo, obsesivo. Supongo que tendrá que ver con las fotos de los zapatos abandonados después de la matanza de Tlatelolco o con aquella manifestación del 26 de julio de 1968 cuando los granaderos nos cercaron en la calle de Palma y durante un cuarto de hora estuvieron macaneando al grupo de estudiantes que éramos. Se alejaban, volvían, se acercaban a las primeras filas, toleteaban y se retiraban. No teníamos salida y el millar de nosotros se hacía bolita pisándonos. Y entonces perdí un zapato.
¿El sueño es una advertencia? ¿Retornan los oscuros tiempos?
Tendremos que pararlos
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