Luis Linares Zapata
D
esde la cúspide de su humeante atril de crítico, el señor Silva Herzog Márquez sentencia: hubo una encuesta que no puede ser encuesta. Se eligió una candidata que no puede ser llamada candidata.Ha sido un proceso grotesco según su dictamen. Una elección sin elección alguna, una farsa, continúa con su estilo terminal, inapelable. Una simulación dentro de una trampa que, por cierto, no queda especificada en su artículo. Varias son las condiciones que dan sustancia a una encuesta según sus asertos: hacer público el método, señalar responsables, mostrar resultados. Ninguno de los tres fue aireado al público, por tanto, no se considera encuesta, finaliza.
Ha sido todo un diluvio de opiniones condenatorias al proceso seguido por Morena en la CDMX. Buena parte de esa granizada, sin duda, inducida por corajudos reflejos y condicionamientos personales ya bien conocidos. Proceso que, por lo demás, no es privativo de esta gran ciudad sino que rige para todo el país donde habrán de elegirse candidatos. Las encuestas son complementos idóneos de los acuerdos entre militantes situados en los diversos órganos dirigentes. Una práctica seguida por innumerables partidos desde hace ya añejos tiempos. Las encuestas han sido, también y por desgracia, mal usadas, trampeadas o para ocultar designaciones cupulares (dedazo) Pero otras han auxiliado con acercamientos racionales, la honesta y efectiva selección de candidatos. Todo partido tiene el derecho de usar rutas electivas de acuerdo a su propios designios, siempre que no sean contrarios a sus normas internas o a la ley. Exigirle a Morena que se apegue a los dictados de la crítica informada, del columnismo, a los sospechosistas de consigna o a cualquier otra versión de opinadores indignados es, ciertamente, hecho ineludible, al menos por ahora. Lo es dado el cerrado ambiente de acomodos y disputas en la descarnada lucha por el poder. Pero de ahí a condenar la ruta interna elegida por Morena como un proceso antidemocrático, hay un enorme trecho lógico incompleto.
Los cuatro aspirantes a ser el coordinador de organización de Morena en la CDMX son personas inteligentes, hábiles y con propias trayectorias apreciables. A ellos se les dieron a conocer todos los pormenores que solicitaron. Los cuatro fueron informados de la ruta a seguir, sobre quiénes serían los responsables, quiénes los técnicos que harían el cuestionario, el diseño de la muestra y la logística de campo que, además, incluyó el tiempo preciso del levantamiento. A ellos también se les presentaron los resultados numéricos y los valorativos. Ninguno de ellos, por cierto, es incapaz de defender posiciones propias. Previamente, todos prometieron aceptar el resultado y, al parecer, también se han acomodado, hasta ahora, al dictamen final. La selección de Claudia Sheinbaum Pardo no estuvo predestinada como afirman algunos pretendidos augures. Tampoco lo fue por ser la fiel escudera de AMLO. Tiene su propia dignidad a salvo. Es posible que prevalezca, y a lo mejor aumente la ventaja, que hoy le asignan las encuestas, en la futura competencia por la jefatura de la ciudad.
Pero el sospechosismo funciona, la mayor parte de las veces y, contra toda lógica, se apega a conveniencias varias: ataca o defiende al gusto. Se orienta por la creencia personal o el muy variable interés. Los alegatos difundidos, a partir de la no encuesta, siguen la ruta negativa de todo el proceso, su misma existencia como tal queda en suspenso. No hubo, se sostiene hasta con suficiencia, tal ensayo demoscópico. De ese postulado indubitable al brutal dedazo superior –o la conjura de una nomenclatura– no hay argumento contrario que se le oponga.
Este proceso de los morenos en particular (no otros adicionales) fue una engañifa del dueño del partido se aduce. Un político al que nadie, salvo Herzog Márquez, se atreve a preguntarle por cómo elegirá Morena a su candidato a la Presidencia. Una valentía de crítico reconocible, sin duda. La primera vez que AMLO fue designado candidato en el PRD tampoco hubo contienda interna para la nominación. Cuauhtémoc Cárdenas pudo presentarse (por cuarta vez) como rival pero decidió, tal vez contra su voluntad, no hacerlo. La opinión, en el interior del PRD, era generalizada, aplastante se diría, en favor de Andrés. Y de esa ortodoxa manera de sumar opiniones prevaleció como abanderado. La segunda ocasión, para la contienda de 2012, el sendero recorrido fue distinto. Hubo un dilatado recorrido por el país, tanto para explicar a los votantes el fraude sufrido, como para reclutar adeptos a una causa que se promete transformadora. Todo un caminar apelando al despertar de la conciencia ciudadana. En ese trayecto, AMLO construye su base de sustento popular que ningún otro político tiene o ni siquiera ha intentado tenerlo. Es un quehacer político de cara y frente al pueblo, de sello abierto, moderno por cierto. A partir de 2013, Andrés empujó y ahora encabeza un nuevo partido, Morena. Si un crítico pregunta cuál es el método para seleccionar al candidato de Morena para la Presidencia, habría que indicarle que es, precisamente ese: un permanente recorrido y exposición, por todos y cada uno de los rincones de México, en busca de la libre adhesión a una prédica y al voto ciudadano informado. Por ahora, AMLO no tiene, en el interior del partido, rival que le dispute tal derecho, ganado en las calles, plazas, hogares, pueblos y ciudades. Un derecho que, ciertamente, no puede prolongarse indefinidamente sin deterioro y agotamiento, pero, por ahora, es válido por haberlo ganado de esa rotunda, callejera y honesta manera.
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