lunes, 21 de agosto de 2017

TLCAN, mal negocio

Bernardo Bátiz V.
A
l firmar el gobierno de Carlos Salinas el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá se cometieron errores y se aceptaron con demasiada facilidad imposiciones que pusieron en entredicho, desde entonces, la plenitud de la soberanía nacional. Las fuerzas políticas olvidaron con mucha facilidad sus principios, sus ideologías y su propia historia.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) borró de su agenda políticas que le habían sido útiles para mantenerse en el poder; se olvidó de que nuestra Constitución reconoce tres sectores de la economía: público, privado y social, y permitió que se negociara como si únicamente existiera el sector privado representado por las grandes empresas y los negocios de inversiones millonarias, cortó un proceso largo durante el cual la economía mixta significó para nuestro país un crecimiento constante que en promedio fue durante muchos años y a partir del gobierno de Lázaro Cárdenas, de 6 por ciento anual.
El Partido Acción Nacional (PAN) apoyó el tratado sin mucha reflexión, abandonó sus principios expresados desde su fundación, en los que se declara a México como perteneciente a la comunidad de naciones hispanoamericanas; geográficamente en Norteamérica pero por historia, cultura y lengua somos uno con Latinoamérica. Ni PAN ni PRI quisieron pensar en ese momento en la realidad que nos es esencial y en la nación mexicana como un Estado soberano.
El tratado significó en su momento, al final de la guerra fría, un apoyo incondicional a nuestros vecinos que tan bien han sabido aprovecharse de nuestra ingenuidad y de nuestra inexperiencia; la Comunidad Europea se consolidaba y fue un posible polo de equilibrio a la caída de la Unión Soviética. Estados Unidos salía airoso de su antigua competencia diplomática, militar y económica con el bloque comunista, era el momento en el que la unidad europea podía ser un punto de equilibrio necesario para lo que algunos han denominado el bien común internacional. México y Canadá, al firmar el Trato de Libre Comercio, apostaron por la primacía de Estados Unidos de Norteamérica.
Se creó un sistema jurídico como una especie de caparazón que se sobrepuso a nuestra legislación de tradición española y francesa; si en México queremos modificar la Constitución lo podemos hacer con relativa facilidad, de hecho, cada presidente que llega al gobierno, lleva bajo el brazo sus reformas constitucionales, pero si queremos modificar un tratado internacional como el TLCAN, las dificultades son mucho mayores, nuestra contraparte tiene demasiado poder y lo hace sentir.
En estos días nuestro gobierno está sometido al proceso de la renegociación del tratado; la iniciativa no partió ni de México ni de Canadá sino del impredecible y errático presidente Trump. Él quizá no sabe, pero sus asesores y diplomáticos sí, que nuestra posición es muy débil, estamos sometidos por el Plan Mérida; perdimos las áreas estratégicas de la economía; nuestra moneda es una divisa satélite del dólar estadunidense y para colmo, nuestros negociadores forman parte del gobierno de Peña Nieto que se encuentra en su declive y muy mal parado.
Así las cosas, los estadunidenses deciden cuándo hay que revisar el tratado, cuáles serán los temas a discutir y se han convertido en una especie de tutores de su vecino. Son ellos los que nos verifican, nos califican, nos sacan o nos meten de sus listas negras y nos regañan; hasta nos imponen, a través del secretario Nuño, el inglés como segunda lengua (segunda por el momento).
Llegamos a la negociación, debilitados y asustados y en lugar de buscar el apoyo de los sectores sociales más afectados por el tratado, que son los campesinos y los trabajadores asalariados, en el cuarto de al lado solamente están los empresarios, que no ven más allá de sus intereses privados y que quieren participar en las negociaciones no para que la nación mexicana como una unidad socio-política salga fortalecida, si no para que su sector, el de los hombres de negocio, no salga tan mal parado.
El caso de Venezuela, en el cual México olvidó su atinada, prudente y valiente al mismo tiempo Doctrina Estrada, nos muestra en que calidad tan penosa estamos actuando. Parecemos un país subordinado, que hace a un lado su solidaridad con Hispanoamérica, un estado sin autocrítica, que demuestra sólo docilidad y buena disposición para hacer lo que se nos diga, lo que se les indica.
Hace años ya, casi 200, Simón Bolívar convocó en Panamá a una reunión de plenipotenciarios de gobiernos recién independizados de España, se trataba de formar una comunidad en el sur, que contrarrestara al poderoso país del norte, que demostraba sin recato sus intereses y su ambición. La Liga Anfictiónica de prosapia helénica, parecía posible, sin embargo, la perfidia y la habilidad indiscutible de los diplomáticos estadunidenses la hicieron fracasar. Es quizá aun tiempo de volver los ojos a ese esfuerzo fallido y a esa intención. ¿Conocerán nuestros negociadores esa historia?
Ciudad de México a 18 de agosto de 2017.

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