martes, 18 de septiembre de 2012

Persecución de Estado: cómo vivió “el grito” un ciudadano del Distrito

Persecución de Estado: cómo vivió “el grito” un ciudadano del Distrito Federal

Publicado el septiembre 17, 2012, Bajo Columna de opinión, Autor Pastor.




Traemos para ti un testimonio de un ciudadano que, como tantos otros, presenció lo que desde ahora conoceremos como el delito de expresión, por el cual se es perseguido por el Estado ante la “aberrante” falta de ser joven y usar tu voz para expresar ideas. A continuación esta crónica:





“El pasado 15 de septiembre, un grupo de ciudadanos que amamos profundamente a México, nos congregamos por la tarde en el monumento a la Revolución, para realizar un grito alterno al que se daría en las plazas públicas unas horas más tarde, por parte de aquellos que ostentan cargos públicos, y que representan un sistema político totalmente anacrónico, antidemocrático y corrupto, enormemente represor, y que ha dado muestras de su pudrición y su inviabilidad.



Después de tener un acto sumamente emotivo, en el que se exalto la importancia de los héroes olvidados por la historia, de los pueblos indígenas que viven resistiendo el embate del capital transnacional, de los trabajadores que han dado su vida por conquistar derechos laborales; después de resaltar la labor de los maestros honestos, de las amas de casa, de los artistas, de los deportistas, de los universitarios que no hacen a un lado su responsabilidad histórica con el país; después de este acto de verdadero patriotismo, salimos marchando y gritando consignas rumbo al zócalo, la plaza pública más importante del país, para poder ejercer un derecho fundamental que tenemos todas y todos los mexicanos, que es el derecho a libre manifestación de ideas, el cual está plasmado en el artículo 6to de la Constitución.



Antes de llegar al zócalo, realizamos una breve escala en las afueras del Palacio de Bellas Artes, lo que nos permitió recordar el grado de olvido en que el estado mexicano tiene a la cultura del país, y la clase de mafias que controlan las manifestaciones artísticas de en México. Esa escala nos sirvió para acordar la forma en que ingresaríamos a la que fuera en otros tiempos, el gran centro ceremonial del majestuoso imperio Azteca.





Era importante que supiéramos que si la Policía Federal (PF)-la cual tenía montado un cerco absurdo y agresivo de seguridad contra la población, el cual solo demuestra el gran temor que sienten los políticos de la ciudadanía-, nos veía llegar como un contingente crítico al régimen, nos impedirían la entrada. También se nos informo que no podríamos ingresar si nos llegaban a detectar en posesión de mantas, carteles, playeras, pintas en la cara, o cualquier otro método de manifestar nuestra adherencia y simpatía con el movimiento #YoSoy132; o bien, de rechazo a la política criminal de Felipe Calderón, que ha dejado un saldo de 90 mil hermanos mexicanos muertos, y que en compensación cobrará un sueldo de más de $200 mil pesos por el resto de su vida. Tampoco podríamos manifestarnos contra el fraude electoral descarado y vulgar, realizado por el PRI, y que avaló el IFE y el TRIFE; tampoco podríamos hacer evidente nuestra indignación por tener más de 50 millones de pobres en el país, o la rabia que provoca tener en este año, más 200 mil jóvenes que no pudieron ingresar a una universidad pública para aspirar a un mejor futuro, o el coraje que genera el saber que solo contamos con autoridades e instituciones débiles y corruptas, que están permitiendo que empresas mineras y turísticas transnacionales, destruyan nuestro medio ambiente, nuestros bosques, nuestros desiertos y selvas.



Ante este oscuro panorama, decidimos entrar al zócalo en pequeños grupos de 10 o 15 personas, como si no nos conociéramos unos y otros, como si nos avergonzáramos de lo que hacíamos, escondiendo como si fueran drogas o armas, nuestras pancartas y nuestras banderas; entramos como si fuéramos los criminales más peligrosos y dañinos para la sociedad.



Una vez adentro, con cierto temor y con suma precaución, comenzamos a congregarnos frente al balcón presidencial, y fue ahí cuando la represión se desato. A mí me toco presenciar cómo entre más de 10 miembros de la PF, sometían con golpes y forcejeos a un compañero que escribía la palabra FRAUDE en un globo; un grupo nutrido de personas trato detener la arbitrariedad con poco éxito. Yo no pude acercarme más a la trifulca, porque los policías comenzaron a agruparse en vallas humanas, para evitar que más gentes acudiéramos a evitar la injusticia que se estaba cometiendo. Finalmente, varios policías y compañeros, salieron por la calle 20 de noviembre, y mientras observaba como se alejaban, alcance a escuchar a un elemento de la PF que se comunicaba por radio diciendo: -Vénganse para acá, necesitamos refuerzos, acá están los del 132.



Escuchar esto me indignó profundamente; inmediatamente respondí al Policía que no éramos 132, que todos éramos mexicanos indignados, sin playera, sin bandera, sin etiqueta; le dije que todos éramos mexicanos que estábamos hasta la madre. Ante esto, el policía me ordeno que me callara, que me retirara de ahí, y que no le hablara así, que no podía dirigirme a él de esa forma, que tuviera cuidado.



Cuando regresaba al frente del balcón presidencial, un reportero de Milenio se acerco a mí, pidiéndome una entrevista; me pregunto qué había sucedido, y le relate los que pude apreciar; termino la breve entrevista y reanude mi camino hacia el punto de reunión, y poco antes de llegar, pude ver que otros 3 elementos de la PF, escoltaban a otro compañero. Me acerque y le pregunte por que lo escoltaban, el me respondió que no sabía; los policías me ordenaron que me quitara de su camino; yo no lo hice y me plante frente de ellos, me evadieron y siguieron su avanzando; unos metros más adelante se detuvieron, otras dos personas y yo volvimos a cuestionar el por qué de la detención, a lo que uno de ellos respondió que eran órdenes superiores. Yo saque mi celular y comencé a grabarlos, ellos me ordenaron que dejara de hacerlo y que me alejara; nosotros exigimos que lo liberaran, el policía dijo que solo estaban pidiendo que se identificara, que le iban a hacer una revisión, y que después lo soltarían, pero que tenía que dejar de grabarlos con el celular. Yo accedí.



Finalmente, el indignante cateo termino y pese a lo que nos habían dicho, procedieron a sacar del zócalo al compañero. Volví a seguirlos, les reclame sus acciones, les pregunte porque lo hacían; ellos respondieron que eso a mí, no me importaba. Ya a punto de llagar a la salida, en la parte donde habían formado corredores con vallas metálicas para todos los asistentes al zócalo entraran y salieran, le dije a uno de los elementos que lo que hacían era un arbitrariedad, que no podían hacer eso; él me respondió que sabía bien a qué organización pertenecíamos, y fue cuando volteo hacia mí y me dijo: -O que, ¿Tú no eres de la organización? Yo respondí que no pertenecía a ninguna organización, que solo era un mexicano que quería manifestarme porque era mi derecho. El policía respondió: -Tú no tienes derecho a manifestarte, yo te voy a decir tus derechos, tú solo tienes derecho a estudiar, manifiéstense de otra forma, no así.



Hasta ese momento, yo no me había percatado que detrás de mi venia una persona vestida de civil, pero con corte militar. Cuando escucho que había acudido al zócalo a manifestarme me grito: -¿Tú también vienes a manifestarte cabrón? ¿Cómo te llamas? Yo no conteste; sin embargo, el me jalo por la espalda y me arrincono contra una de las vallas metálicas. Ya molesto, me volvió a preguntar mi nombre; yo se lo dije pero sin dar mis apellidos; me pregunto de donde era y yo respondí que era estudiante de la UACM. Después me ordenaron que les mostrara mi credencial de elector, y fue cuando vieron mis datos y apuntaron mi nombre en una pequeña libreta que tenía una lista con muchos nombres más. Cabe destacar que mi segundo apellido lo escribieron mal, ya que no lo leyeron correctamente. Después de esto, me pidieron que levantara la cara para poder fotografiarme con un celular que uno de los policías había sacado, y que a simple vista se veía muy moderno, con un gran flash. Me pidieron que me pusiera de perfil para tomarme una fotografía más, a lo que yo me negué, y fue cuando el policía que me había tomado la primera foto dijo: Ya está bien, con esto es suficiente.



Finalmente me ordenaron que saliera del zócalo, y que no tendría derecho a reingresar nuevamente. Una vez fuera, vi a un grupo de compañeros que habían sido desalojados en la trifulca unos minutos antes; fue cuando me enteré que la PF se había llevado detenidos a tres compañeros, de los cuales no tuvimos noticias en varias horas.



Ante los hechos narrados yo me pregunto; ¿Qué celebramos los mexicanos el pasado 15 de septiembre? ¿Qué es lo que puede celebrar la sociedad? ¿Celebramos la implantación de un régimen autoritario y violento que reprime a todo aquel que se manifiesta en contra? ¿Celebramos el hostigamiento y la criminalización de uno de los sectores sociales más importantes del país, que son sus estudiantes? ¿Celebramos nuestros 90 mil muertos? ¿Nuestra estela de Luz? ¿Nuestros hermanos tarahumaras que murieron de hambre este año? ¿Dos fraudes electorales consecutivos sin que podamos hacer nada como sociedad por evitarlo? ¿Celebramos nuestra obediencia ciega a las políticas económicas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional? ¿La cobardía de nuestras autoridades para defender a nuestros hermanos que viajan a los Estados Unidos? ¿Podemos celebrar nuestra independencia? ¿Es México un país independiente? El del sábado, más aun que muchos otros de años pasados, fue un 15 de septiembre negro.







Atentamente

Un ciudadano.







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