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jueves, 27 de septiembre de 2012
Navegaciones
Memorial verdadero de los enredos del Anáhuac*
Pedro Miguel
Fragmento I: En los tiempos por venir tendranse estas palabras por apócrifas y con ello se harán gran engaño quienes porfiasen en tal parecer, por cuanto lejos de ser apócrifas son proféticas.
Fragmento V: Y viendo tan menguado el dominio del reino sobre sus pueblos vasallos, reuniéronse los señores de la Triple Alianza en el Palacio de Quetzalcóatl y allí, entre invocaciones a sus ídolos y a la memoria de sus antepasados, sacrificios menores y sahumerios de copal, urdieron un engaño en el que habrían de encontrar gran utilidad y provecho en los años sucesivos. Pregonaríase en el Anáhuac, sus confines y sus territorios sumisos el fin del poderío de Tenochtitlan y el advenimiento de una era de igualdad entre las diversas naciones que habitaban esta tierra.
Para lograr tan loable propósito habrían de juntarse en una suerte de cabildo los principales tarascos, los señores tlaxcaltecas, los príncipes totonacas, los señores zoques, sometidos por Ahuizótl pocos años antes, y aun los caciques de los variados pueblos chichimecas del norte. Cotejaríase, en tal encuentro de pipiltin o señores nobles, el número de súbditos de cada uno de los presentes, y el que tuviese el número mayor sería designado nuevo Tlatoani por un lapso de seis xihuitl, que es como la gente de aquestas tierras llama al año, y en tal tiempo el nuevo señor de Anáhuac tendría potestad para emprender cuantos cambios quisiera y fueran apoyados por los pueblos, todo ello en pie de igualdad entre los pobladores.
Tal fue la promesa, pero por lo bajo los fementidos señores de la Triple Alianza enviaron emisarios a cada uno de sus reyes vasallos y a cada cual le fue explicado que el contrato habría de ser tan fantasioso como la vida del Preste Juan; que ninguno de los tlatoanis que de tal suerte fuesen designados tendría potestad alguna para cambiar nada, y que hacíase todo aquello con el solo propósito de mantener el dominio tenochca, así fuese con máscara, por muchos xiuhmopilli, o atadura de años, que era como nombraban a sus truncas centurias de 52 años.
Advertíase por añadidura que si a fe de los poderosos alguno de los elegidos hacía semblante de un designio de cambio real y transformación verdadera, el cabildo ignoraría el número de sus seguidores, así fueran los más numerosos del mundo, y pondría al frente del reino a uno menos insumiso y más afecto al engaño. Y para dar más sustancia al trato, los emisarios regalaron a los destinatarios de aquel pacto ricas plumas de quetzal, narigueras de oro, fanegas de maíz y cacao y hermosas esclavas de la región del Papaloapan. Y así se hizo para gran contento de todos los pipiltin y para desgracia de los macehuales y de los esclavos, y aquel arreglo fue llamado “alternancia democrática”, y para guardar memoria de él ordenose que en cada templo del reino fuese colocada una estela conmemorativa.
Fragmento XII: Enterados que fueron los sacerdotes de Huichilobos de la mucha severidad y dureza que algunos de los religiosos de España ponían en su empeño, dieron por sentirse hermanados con ellos y urdieron un ingenioso recurso para salir de la acuciante circunstancia en la que se encontraba la asediada Tenochtitlan: mandaron a dos tlacuilos que pintaran en un pliego de amate las maneras con las que arrancaban el corazón de los sacrificados y estampas de otras crueldades que asimismo realizaban, y con gran sigilio hicieron llegar aquellas figuras a los más desalmados de los frailes españoles, que eran soldados del Santo Oficio. Entre ellos había un Torquemada y un Arbués y un Bernardo Gui, y otros cuyos nombres escapan a la memoria.
Recibieron estos curas los pliegos nefandos con grandes muestras de espanto y de alegría y tuvieron por prodigio que en estas tierras hubiese quien con ellos en saña contra el prójimo compitiera, y vieron que la guerra ya podía ser terminada. Enviaron a su vez los frailes inquisidores a un natural a que compareciera ante los sacerdotes de Huichilobos para ofrecerles una alianza que en el momento mismo fue aceptada.
En seguida fuéronse los religiosos a donde se encontraba don Hernando Cortés para pedirle que acabara el asedio de Tenochtitlan, por cuanto ellos habían tenido noticia que en la ciudad había gente de razón con la cual entenderse. Con mucho contento don Hernando Cortés habría mandado ahorcar a aquellos curas entrometidos, pero se lo impidió su juramento de pelear por la fe católica y hubo de allanarse a la autoridad de la Santa Madre Iglesia, y con gran pesar en su corazón ordenó el fin de la contienda.
En cuanto los sacerdotes de Huichilobos hubieron recibido de los inquisidores promesa verdadera de paz y de respeto a sus vidas y haciendas, signaron con los religiosos españoles un largo pergamino en el que se decían hermanos y compinches, y procedieron a proclamar un bando para todo el Anáhuac y sus confines en el que se aseguraban, en igualdad con los inquisidores, como señores supremos. Quiera Dios nuestro Señor perdonar el atrevimiento de aquel pacto con devotos de ídolos merced al cual fue traída la paz a esta porción del mundo y que llamose PRIAN por quienes lo malquerían y se lamentaban de semejante contubernio, tanto peninsulares como naturales.
Fragmento XVII: Y una vez que establecida fue esa alianza contraria al buen juicio, discurrieron sus conjurados una manera para que la faena de los macehuales rindiera más al provecho y engordase la de suyo abultada hacienda de caciques y encomenderos, que unos y otros medraban ya bajo el amparo de aquel pacto innombrable que hacía volver a los tiempos anteriores de las Leyes de Burgos de 1512.
Hicieron entonces escribir un bando que daba ley a cualquier encomendero para echar de la encomienda a toda persona que allí laborase cuando al patrón pluguiera y sin más merced que la de un azote en las posaderas, y a cualquier cacique para que mantuviera su majestad sobre los naturales que a su cargo estuviesen, sin tomarles parecer ni inquirir sus deseos.
Y no habiendo querido escuchar estos señores las voces que les pedían clemencia para una plebe ya cargada de cuitas y prudencia para un reino ya preñado de discordias, mandaron a un cabildo de leguleyos sumisos y complacientes a que hicieran aprobar tan infame pragmática que en vez de salvar del hambre a los habitantes del reino por medio de la paga, menguaba la paga, dejaba el hambre a salvo y habría de causar daño hasta a las propias encomiendas y señoríos, por cuanto los naturales, que no eran zafios, miraban que entre morir de hambre trabajando y morir de hambre holgando, más cuenta les tenía lo segundo.
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* Luis Julepe de Corvera de Toranzo y Liébana, o simplemente fray Julepe de Toranzo, es uno de los cronistas menos conocidos del siglo XVI. De fama escasa y de vida ignota, se especula, por el nombre, que nació cantábrico, y por el contexto de sus escritos, que pudo haber llegado a la Nueva España a mediados de esa centuria y muerto a finales de ella. De su obra principal, Memorial verdadero de los enredos del Anáhuac, sólo queda una treintena de fragmentos, rescatados por algún copista anónimo y muy posterior, de los que aquí transcritos sólo son botón de muestra.
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