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viernes, 28 de septiembre de 2012
¡Por fin!, dos concepciones de la política
Enrique Dussel*
Se ha pensado comenzar el debate sobre la oportunidad de fundar un nuevo gran partido de izquierda. ¡Ya era tiempo! Y no puedo sino alegrarme y exclamar: ¡por fin! Es en verdad una decisión que debió haberse tomado hace mucho, pero como dice la sabiduría popular: ¡más vale tarde que nunca!”, y la maduración de una decisión no puede acelerarse artificialmente, sino que llega un momento en que se hace inevitable, aunque sea difícil y no exenta de riesgos posibles, que de todas maneras hay que saber afrontar.
Creo, sin embargo, que algunos piensan que se trata de una nueva división ya habitual en la izquierda, o que expresa la voluntad terca de algún liderazgo, o que hubiera que alinearse detrás de una figura para formar una especie de partido corporativo o personalista. Pienso que las razones de una tal decisión son el fruto inevitable de dos concepciones de la política de izquierda en su ejercicio cotidiano estratégico.
Unos piensan, y la practican de hecho, una política que pudiera describirse de la siguiente manera. El político de izquierda tradicional, opinan, está habituado a la crítica como mero opositor y es incapaz de pasar al ejercicio positivo y representativo responsable del gobierno. Pareciera que son puristas idealistas que por pretendidos principios abstractos no colaboran en concreto a mejorar la situación dada, que además nunca es perfecta. Hay que pasar, opinan, de la oposición pasiva al ejercicio del gobierno activo. Para ello hay que convertirse en una izquierda moderna, que permita el diálogo y la negociación con opositores aparentemente irreconciliables, a fin de alcanzar resultados favorables para los intereses del pueblo (aunque dichos intereses nunca son objeto de real estudio, de clara exposición y decidida coherencia con las actitudes mostradas por su proponentes). Bajo estas premisas, y siendo minoría en el partido de izquierda, y a fin de poder sin embargo imponer su voluntad pretendidamente conciliadora, se ocupan exclusivamente en las tareas burocráticas del partido (organizar reuniones de miembros influyentes, gestionar elecciones o usar frecuentemente mediaciones fraudulentas, luchan hasta alcanzar la representación mayoritaria en los órganos directivos, y dominan así institucionalmente el partido), desatendiendo completamente la militancia concreta, el contacto con el pueblo, y se ocupan de lograr situar a sus colaboradores en puestos de representación en el Estado (con sus suculentos salarios establecidos), y ganando adhesiones de otros miembros del partido con promesas de ser propuestos para ocupar en el futuro otras candidaturas. Esta corriente es aclamada como constructiva, moderna, ejemplar, por las televisoras (como Televisa y Tv Azteca), por el Consejo Coordinador Empresarial y otras organizaciones de evidente orientación política, que ahora son los jueces de la “buena” o “mala” izquierda, y que, por supuesto, los llaman para que hagan declaraciones en nombre de toda la izquierda.
La otra concepción de la política de izquierda piensa que el participante de un partido tiene estar presente en el seno del pueblo, no sólo con el pueblo. Definen la función del partido político no como una maquinaria electoral o de distribución de puestos de trabajos burocráticos políticos, sino como una escuela de política al servicio del pueblo con responsabilidad y honradez. Propugnan por disponer de tiempo y esfuerzo para crear escuelas de dirigentes conscientes de los principios y los proyectos del partido para la nación (que habría que definirlos antes, no como una exigencia formal sino como los fines reales de la acción de sus miembros). Por ser un partido de izquierda, que ha perdido tres elecciones por fraude pero ha mantenido una fuerte adhesión popular ocupando el segundo lugar como fuerza política en el país (fruto de la labor de Morena y del candidato a la Presidencia, y no de la burocracia del partido ocupada en otros menesteres), no puede menos que efectuar una oposición clara, representando las necesidades por las que luchan los movimientos sociales y la población empobrecida (que en México es 55 por ciento, proporción de los que se encuentran debajo de la línea de la pobreza de Amartya Sen), sin poder hacer fáciles negociaciones con los que ostentan ilegítimamente el poder. Debe así organizar la oposición para ser una opción futura diferente, no más de lo mismo.
Esta concepción de la política necesita un partido que lleve a cabo estos ideales. No se trata de seguir el liderazgo de alguien, sino de estar de acuerdo con los principios. Decía Fidel Castro que “un pueblo debe creer en algo, en alguien, pero sobre todo en sí mismo”. Si se cree en “algo” deben ser en los principios. Si “alguien” sigue honestamente ciertos principios nobles y justos y ejerce un cierto liderazgo se lo puede seguir, no por ser líder, sino porque uno coincide en la aceptación de los mismos principios. El nuevo partido no debe ser una agrupación que siga persona alguna, sino que siga principios y proyectos. Pero hay personas que dan signos de mayor garantía que otras en la realización de dichos principios y proyectos, y además en política las personas esenciales son las que al final deben ejercer el poder obediencial.
No me parece que haya que tener miedo. Muy pronto perderá fuerza el partido dirigido por burócratas. Se quedará, como dice la sabiduría popular, “prendido de la brocha” (porque la escalera que lo soportaba pasará al partido que ha trabajado para cumplir los intereses de los más pobres, y de numerosos ciudadanos conscientes y honestos del país). En tres años ante las nuevas elecciones intermedias se verá el resultado. Además, los políticos que ejerzan cargos políticos actualmente que fueron elegidos siendo candidatos presentados por el PRD, y que se integren al nuevo partido, no tienen por qué renunciar a sus cargos de representación, sino más bien organizar dentro del antiguo partido bloques que manifiesten posiciones propias coherentes con las del nuevo partido. Pero es condición indispensable que ninguno de los antiguos miembros dirigentes de las tribus, que impidieron que el PRD fuera una auténtica, honorable y democrática organización, sea aceptado en el nuevo partido. Si así fuera, todo se habría perdido nuevamente. En este punto hay que ser inflexible. Por ello no debe haber en el nuevo partido ninguna tribu; ninguna pretensión de un grupo de imponer candidatos propios. Todo se decidirá por elecciones democráticas directas, sin encuestas ni conciliábulos de elite. Que se queden con el cascarón del antiguo partido aquellos que colaboraron en deteriorarlo, y que impidieron por desgracia llevar adelante una política de una izquierda que había durado más de un siglo en crecer.
Una última reflexión. Es el momento para que el nuevo partido organice una sola sección autónoma de la juventud, que goce de autodeterminación completa para efectuar una política de formación práctica y teórica de esta nueva concepción de la política. No es asunto de cooptar miembros del #YoSoy132, sino más bien de colaborar con ellos. Debe servir para regenerar a nuestra generosa pero dispersa juventud, que sufre la crisis más que nadie.
* Filósofo
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