miércoles, 8 de agosto de 2018

Espera

Luis Linares Zapata
¿C
uáles son las razones que condicionan el frenesí mediático ante los adelantos programáticos o las cotidianas declaraciones del virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO)? Bien puede decirse que no hay medida anunciada por el candidato triunfante que no cause una sonora reacción en el ámbito comunicacional. El mundillo de personajes con numerosas salidas a medios de comunicación se altera y reacciona ante varios –casi cualquiera– de los avances propalados. Trátese de medidas de austeridad, como descentralizaciones de entidades burocráticas o nombramientos de los coordinadores estatales que se han propuesto para organizar las inversiones federales en los estados. La tormenta desatada con motivo del fideicomiso de los morenos sólo amainó después de la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para reversar la multa impuesta por el Instituto Nacional Electoral.
El anuncio de la visita de López Obrador a una empresa de semillas y plantas en Chiapas se visualizó, de inmediato, como posible conflicto de interés: el propietario de la empresa es, ciertamente, el factible coordinador del gabinete entrante y habrá que cuidar hasta el mínimo ángulo de intersección empresa-propietario-gobierno. Y de esa beligerante manera la escrutadora mirada de la opinocracia arrecia, plagada de factibles arcanos conflictivos. La actualidad va quedando marcada por nervioso esfuerzo de crítica continua a un futuro gobierno que, por haber sido electo por abrumadora mayoría obliga a un escrutinio severo.
La decisión del electorado nacional de otorgar un mandato abarcador tanto a Morena como a AMLO se ha convertido en una obsesión de los observadores y críticos mediáticos. Estos tratan, con repetida cantaleta, de predicar la conveniencia de contar con los que juzgan indispensables balances al poder: un mantra de pesos y contrapesos que catalogan democráticos. Se asumen alarmados ante lo que puede, de no haber enérgica oposición, devenir un gobierno autoritario. Una regresión al pasado priísta que tanto reprobó el votante. Pero ante el cual el mundo comunicacional tan bien se acomodó en el remoto pasado y, hasta con fruición, en el muy próximo pasado también.
La crítica enterada, al revisar el andamiaje institucional, lo sienten defectuoso, incapaz de resistir la proclamada sucesión de cambios venideros. El voto popular ha sido visto como inaudito, avasallante y quieren enderezar esa realidad creada que les agobia. La llamada sociedad civil, sostienen con cierta inseguridad no exenta de temor, ha despertado y se propone como muro de contención de última instancia. Un valladar que toda sociedad compleja y avanzada debe levantar.
Por lo pronto, ciertos de sus organismos activan reflejos para resistir lo que llaman inminentes tentaciones autoritarias. Concentran energías y alegatos en temas de su íntima y particular prioridad: el diseño de una fiscalía independiente. Un diseño institucional incuestionable, defendible con pasión y energía. Lo proponen como entidad orgánica inmune a los dictados presidenciales. Lo desean como efectivo contrapeso que prevenga los entrevistos excesos y veleidades del poderoso. Se manifiestan urgidos por introducir modulaciones al más que claro, contundente y libre mandato popular. No les parece apropiado que un gobierno futuro, por más legítimo que sea, tenga tan amplio y discrecional margen de maniobra. En su mero fondo le temen y, por ello, han desatado una cruzada en pos de controles que protejan y salvaguarden sus intereses y prerrogativas alcanzadas. No se dirigen a cualquier poderoso, sino a uno, como el actual, que sostiene valores distintos a los conocidos o anticipe medidas que puedan afectar su actual concepción del poder. Se desea, en el fondo, mantener intacto el rango decisorio de aquellos que, hasta el presente, han sido sus mentores, patrocinadores y jefes convenencieros. Es decir, la élite nacional con su plutocracia por delante.
La calma reciente no es estable, por risueña que parezca de momento. Hay asuntos cruciales, la desigualdad imperante es uno. Este fenómeno, a todas luces injusto, requiere ser enfrentado con inteligencia y decisión. Ello obligará al gobierno venidero a tomar medidas medulares que, con seguridad, llevarán aristas rasposas. Hasta el momento se ha optado por dilatar su puesta en marcha con miras hacia fases posteriores. Los atrincherados núcleos de poder saben, de cierto, que por ahí vienen y buscan suavizar sus pretensiones igualitarias. Las intenciones transformadoras del gobierno lo exigen.
El momento y las modulaciones de inicio, los actores precisos y la intensidad de su aplicación es lo que todavía aguarda su momento. Es una espera silenciosa que no requiere sino apreciar la conveniencia política, el mecanismo preciso para su activación.

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