Bernardo Barranco V.
C
onozco a Carmen desde hace más de 20 años. He compartido en sus micrófonos y cámaras de televisión mis investigaciones y reflexiones sobre el papel social y político de la religión en el mundo contemporáneo. Lamento, como millones de mexicanos, no sólo su salida del aire, sino cómo sale. El método autoritario e imperturbable del empresario es el mismo de los que saben detentar el poder. Para Carmen no es la primera vez que enfrenta despidos y airadas polémicas. No es por gusto, sino por su independencia firme e imperturbable libertad. Recuerdo su salida del Grupo Imagen, en noviembre de 2002, literalmente echada por Pedro Ferriz de Con, quien le impidió el paso a la cabina, sentenciando:
Tú ya no vas a conducir el noticiario. También, bajo los rumores de que su salida ese año de Círculo rojo, de Televisa se debía al espacio que los conductores Solórzano y Aristegui ofrecieron a las víctimas de Marcial Maciel. También la lamentable suspensión de su contrato en la W, después de diversas señales, que suscitó una importante movilización de los radioescuchas. Y los dos episodios de MVS en que están comprendidos los intereses de la Presidencia, primero bajo Felipe Calderón, febrero de 2011, y ahora este despido en el que, como dice Sergio Aguayo, todo apunta a Los Pinos.
Todos deploramos el hecho como una pérdida mediática en nuestra democracia. En un clima de descomposición política, con la salida de Carmen Aristegui se opera una regresión y, peor aún, se percibe una fetidez autoritaria. La atmósfera política se enrarece justo cuando los reclamos frente a la corrupción se ensanchan. El espacio de Carmen se calla justo cuando la violencia se recrudece, la economía sigue estancada, y como colofón estamos a unas cuantas semanas de las elecciones intermedias.
La imagen de Carmen ha crecido y goza de un amplio reconocimiento social. La empresa y la estructura de poder la han convertido en víctima por ser una comunicadora valiente, tenaz y consistente. Hace años, el recordado Miguel Ángel Granados Chapa definió a Carmen Aristegui como
la periodista más completa de los medios electrónicos. Carmen ahora es una campeona invencible de la comunicación crítica. Hace unos días, Elena Poniatowska escribe aquí mismo un artículo desde Yucatán que titula
Carmen Aristegui, la periodista más creíble de México. Con otra lógica, Enrique Krauze lamenta el despido de Carmen, apuntando:
Es una voz imprescindible en nuestra vida pública. Su salida de MVS vulnera seriamente la libertad de expresión en México. Y así como muchos mexicanos reprobamos la vulneración de un espacio necesario y vital en la conformación de una opinión pública pujante, informada y analítica. El escritor Juan Villoro, indignado, dijo ayer en San Luis Potosí que es un claro caso de censura y una muestra más de que el gobierno federal no tolera la crítica, los reclamos sociales o la disidencia. El país, continúa el literato, está al borde del incendio y las medidas del gobierno son leña seca. Cada vez son menos los medios independientes, pero su fuerza diferencial es cada día mayor.
No faltan los desafortunados posicionamientos que irremediablemente caben en un contexto plural. Desde las frivolidades de Fernanda Familiar y de Ciro Gómez Leyva, este último, como si estuviera en una cancha, espera el retorno de la comunicadora,
toda vez que motiva la competencia informativa por la mañana. Igualmente el texto de Javier Lozano raya en el cinismo ramplón de un político deshonesto.
Confieso mi amistad y afecto hacia Carmen; soy consciente que me hace perder ecuanimidad, pero en verdad lastima que un espacio radiofónico tan importante y referencial se pierda bajo una burda maniobra de encubiertas decisiones empresariales, de supuestos conflictos entre particulares. Ha sido una desatinada decisión de Estado. Más allá de la vulnerabilidad de los comunicadores frente a los dueños, de la censura y permanentes tensiones a la libertad de expresión, pocos han destacado el reclamo del derecho de las audiencias a reivindicar los programas, contenidos e informaciones que los consideran suyos. Tal como pasó con José Gutiérrez Vivó años atrás y en dos ocasiones con la misma Aristegui. Pero podríamos sumar al mismo Pedro Ferriz, incluso a aquel lejano Ciro Gómez Leyva de CNI.
Las audiencias se movilizan para reivindicar y defender ese espacio mediático como público propio. Ahora el reclamo se presenta principalmente en las redes sociales y en la plaza pública, se percibe una movilización social. En las redes se cuentan cientos de miles de personas que expresan su inconformidad e indignación por el cierre de un espacio que era considerado suyo. En términos de derecho a la información, debe ser el punto de partida la regulación de relaciones entre sociedad, poder político y medios de comunicación. Los derechos de las audiencias no son más que los derechos de los ciudadanos y deben ser un saludable contrapeso a los concesionarios, especialmente ante arbitrariedades, caprichos o presiones del poder.
Este derecho debe tener gravitación social que valide los contenidos, la capacidad de réplica y derecho a información veraz, ponderada y diversa. El ejercicio de protesta de los ciudadanos es un alegato que destaca el deber de los medios de estar al servicio de sociedad, sin que intereses públicos, privados o religiosos puedan impedir la existencia de diversas fuentes de información o privar al individuo de su libre acceso a ellas.
Reconozco que el caso de Carmen toca fibras sensibles, pues a mí me pasó lo mismo con Religiones del mundo de Radio Red. Reconozco que fue en otra escala, pero el hecho de que diferentes iglesias protestaran frente a las instalaciones de Radio Centro porque se cerraba un espacio radiofónico plural que les daba cabida muestra el potencia de un rol más activo del derecho de las audiencias. Y también recuerdo con agradecimiento el apoyo solidario y las palabras de aliento que Carmen Aristegui me expresó hace dos años. Algún día las haré públicas, pero bien caben para ella en estos momentos.
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