Luis Linares Zapata
L
a disputa por la prevalencia o el cambio del modelo político ha tomado distintas rutas e intensidades. La actual se centra en la alegada confusión de cifras de muertos que el desarrollo de la pandemia ha ocasionado. Pero, antes, se escogieron distintos asuntos para zanjar el conflicto. El primero, de la ya gran lista actual de discordias, fue el aeropuerto de Texcoco, su inviabilidad y clausura o error. El enorme costo a que hubiera sometido las finanzas del país tan oneroso dispendio, no fue motivo de preocupación para la élite. El punto a establecer en el ámbito público fue la irracionalidad de su cancelación. Pasó entonces Santa Lucía a ocupar lugar preferente en la atención mediática. Había que atizarle imposibilidades varias. No era viable su construcción, chocarían los aviones, sin vialidades ni planes para el uso de los cielos. Hasta un cerro le apareció enfrente. Surgieron profundas preocupaciones ecológicas en grupos nativos y copetudos aliados centrales. Atiborraron tribunales con amparos para detener su veloz construcción. La violencia desatada era y seguirá siendo un trasfondo de crítica despreciativa y final. La misma Guardia Nacional, a pesar de su veloz paso por el Congreso y la contratación de miles de elementos y su despliegue en casi toda la nación no quiere ser reconocido como logro. Al contrario, se acusa al gobierno de ineficacia.
Comenzaron entonces a surgir los primeros signos de la pandemia en curso. No había dato alguno, dijeron de inmediato, que revelara un plan, una estrategia para afrontarla. La bien conocida cantaleta, repetida ante cualquier fenómeno, acción pública o emergencia. Poco importaba que el Presidente hubiera revisado, personalmente, todas y cada una de las clínicas y hospitales del país. Un periplo de más de medio año para cerciorarse de la desgraciada herencia en materia de salud. El famoso Seguro Popular entró en la disputa al ser sustituido por lo que pretende llegar a ser un sistema universal (Insabi) donde nadie quede fuera de atención. Imagínense, tirar al caño 20 millones de agremiados, ¡qué tontería! Caso similar a la supresión de las guarderías y los apoyos a las mujeres maltratadas. ¿Qué clase de gobierno hace tamaños errores?, se oyó por doquier. Así, las cosas y con ese aparato decrépito y las múltiples enfermedades populares, derivadas de la obesidad, habría que enfrentar al dañino virus.
Se entró, durante el inicio de los contagios, en una serie de escaramuzas inacabables. ¿Cuándo se acuartela a la sociedad, como lo están haciendo los españoles? ¡Pruebas, pruebas y más pruebas!, resonaron en boca de súbitos conocedores del manejo epidemiológico al recorrer, como de costumbre, los salones mediáticos. Las proclamas de verdades indisputables aparecieron a gusto de la opinocracia. Se dio paso a las profecías, tanto locales como extraídas de centros mundiales. Las hechas en casa no fueron aceptadas y aún se ridiculizan a pesar del notable grupo que las calcula (Conacyt). Nadie ve el aplanamiento de la curva epidémica, a pesar de lo mostrado donde es más álgido el contagio y las muertes diarias: la Ciudad de México.
La figura del vocero del Consejo de Salud (López-Gatell) quedó insertada en la mirada escrutadora de la
sociedad inteligente. Sin atender a la paciencia explicativa, la coordinada narrativa y la buena actitud desplegada todos los días, lo suben, sin recato, al cadalso mediático. Este pleito numerológico no atiende las espinosas consecuencias en los ánimos, temores y corajes populares. Se recarga el acento en destacar las protestas de médicos, enfermeras y demás, exigiendo equipo adecuado. Un caso específico les sirve para la impresión generalizadora. Aun así, la evidencia de nosocomios rebasados y gente sin atender en pasillos, como en Italia, en España o Nueva York, no se han podido exhibir. Los ejemplos exitosos de combate a la pandemia se agrandan con fruición. Alemania y Merkel son excelsos. El caso sueco es curioso aunque fracasado. Lo crucial es no reconocer que se está haciendo un buen trabajo en México. La reposición del modelo concentrador tiene, según sus rígidos y autoritarios adalides, que eliminar todo vestigio de la nueva propuesta transformadora. En lugar de recapacitar sobre los bajos fallecimientos habidos y las elásticas medidas de distancia, se alegan las tasas de mortalidad y letalidad, olvidándose de las malas condiciones de salud prevalecientes en gran parte de los mexicanos.
Así como se condenaron las giras presidenciales por irresponsables cuando ya se tenían, una que otra cuenta de contagios, ahora se quiere encerrar a AMLO en Palacio. ¿A qué va de gira por el sureste?, reclaman airados los alegadores cotidianos. Quieren sujetarlo a sus determinaciones inapelables, dándolas, claro está, como ciertas y probadas. Ningunean, con desesperada impaciencia, la decisión de relanzar economía al impulsar los grandes proyectos del régimen. Toda una visión integradora que los atonta.
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